Sobre el derecho a la autodeterminación
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Sacado de un blog, me ha parecido muy curioso XD.
Por cierto, patapam, ¿qué España "invadió" Cataluña?
Pío Moa habla sobre Blas Infante
Fue significativo el nacionalismo andaluz, promovido por un notario malagueño, Blas Infante, pergeñador de una doctrina en nada desmerecedora de las de Arana o Prat. Aspiraba Infante a “vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz y escribir en andaluz”. No llegó a escribir mucho en ese curioso idioma, pero descubrió que “el lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellana. Al alifato, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta reproducción gráfica de aquellos sonidos”. Estas peculiaridades, “influjos clásicos de una gran cultura pretérita”, obligaban a estudiar la conveniencia de “reconstruir (sic) un alfabeto andaluz” para separarlo del “español”, aunque entre tanto fuera preciso “valernos de los signos alfabéticos de Castilla”.
A juicio de Infante, la historia de su región había sido muy mal contada, debido a intereses bastardos que intentaban disimular su realidad nacional. Andalucía habría sido nación en tres ocasiones: la protohistórica Tartesos, la Bética del imperio romano y la Al Ándalus musulmana. Después habrían llegado la miseria y la opresión españolas. De aquellos tres momentos, el más interesante era el tercero, por más reciente: en la “comprensión” del período andalusí debía descansar la recuperación de la “conciencia” andaluza. De modo parecido a Arana, diseñó para su “nación” un escudo y una bandera verde y blanca, colores de los omeyas y los almohades respectivamente.
Ante las burlas y quejas, Infante exclamó: "¡Qué gobierno, qué país! ¡Llegar a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan”. ¡Un inocente, el buen Infante! Y lo del “carmín de nuestros sables” está sin duda muy logrado. Su fervor por Al Ándalus le llevó a peregrinar a Marruecos en pos de la tumba del rey de la taifa sevillana Al Motamid, y a escribir dramas en honor de él y de Almanzor, enalteciendo las glorias árabes.
De acuerdo con esas ideas, y remitiéndose al principio de autodeterminación, escribía en un manifiesto, el 1 de enero de 1919: “Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España (…) Declarémonos separatistas de este Estado (…) Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional”.
Su modo de pensar evolucionó, y contrapuso al “principio de las nacionalidades” de Wilson, ajeno al espíritu andaluz, creía él, un “principio de las culturas”, más revolucionario a su juicio. Pues sentía inclinación por el anarquismo, y le caían en gracia sus ataques al estado (Andalucía era, con Cataluña, la región de mayor influencia anarquista). Inventó un himno andaluz cuya letra exigía “tierra y libertad”, un poco al estilo ácrata. Pero el mensaje de Blas Infante tuvo escasa trascendencia en la historia española. Al menos hasta ser resucitado, ya a finales de los años 70, y declarado el hombre, oficialmente “Padre de la patria andaluza”. Nada menos.
Por cierto, patapam, ¿qué España "invadió" Cataluña?
Última edición por Rinoa el Sáb Mayo 10, 2008 2:53 pm, editado 1 vez
Rinoa- Enteradillo
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Pío Moa es un revisionista de la historia. No me parece un autor que se pueda tomar en serio.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
El Moscon escribió:Fernberg escribió:
A mí no me preguntaron.
Ni tú a los demás.
No me corresponde a mí hacer encuestas.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Macarena escribió:aguachupichu escribió:La independencia total igual no, pero la recaudación de impuestos seguro que sí
Es decir, que te quedas con tu dinero, pero esperas que los demás te sigan dando también. Lo mío es mío y lo tuyo lo compartimos. ¿Es eso?
No, lo mío es mío y lo tuyo es tuyo. Creo que ya se ha dicho en varias ocasiones.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
(40)
De toda esa parrafada de Pio Moa basta con
corregir la primera frase:
El nacionalismo andaluz nunca fue "significativo".
Claro, eso no quita que lo hubiese.
Al fin y al cabo era una época en la que estaban
de moda los rac... nacionalismos.
De toda esa parrafada de Pio Moa basta con
corregir la primera frase:
El nacionalismo andaluz nunca fue "significativo".
Claro, eso no quita que lo hubiese.
Al fin y al cabo era una época en la que estaban
de moda los rac... nacionalismos.
Última edición por Luisito el Jue Mayo 15, 2008 11:02 am, editado 1 vez
Luisito- Piltrafilla
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Fernberg escribió:Pío Moa es un revisionista de la historia. No me parece un autor que se pueda tomar en serio.
XD, con esto quería que se viera que teniendo los mismos motivos, el nacionalismo caló más en un sitio que en otro.Luisito escribió:De toda esa parrafada de Pio Moa basta con
corregir la primera frase:
El nacionalismo andaluz nunca fue "significativo".
Rinoa- Enteradillo
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Pio moa????? jjjjjjoajaojaojaoajoaaaaaaaaaoajajoa
Es como si el Sr Jose Maria ASnar escribe los libros de historia!!
joajao
Es como si el Sr Jose Maria ASnar escribe los libros de historia!!
joajao
patapam- N00B
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
¿? ¿Qué me estás queriendo decir, que el andalucismo está menos justificado que el catalanismo? :S. Independientemente ya de quién haya escrito ese texto, el andalucismo tiene las mismas bases que el catalanismo O_o.patapam escribió:Pio moa????? jjjjjjoajaojaojaoajoaaaaaaaaaoajajoa
Es como si el Sr Jose Maria ASnar escribe los libros de historia!!
joajao
Rinoa- Enteradillo
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
¿Por qué? :Saguachupichu escribió:andalucismo? xD
suena a chiste :S
Rinoa- Enteradillo
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Pues créetelo. Es más: Cartagena, en 1873, llego a ser independiente durante 6 meses de España, situación que aprovechó para acuñar moneda propia, mandar su flota a atacar Almería y Alicante e incluso declararle la guerra al imperio austro-húngaro.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
patapam escribió:Pio moa????? jjjjjjoajaojaojaoajoaaaaaaaaaoajajoa
Es como si el Sr Jose Maria ASnar escribe los libros de historia!!
joajao
...Le dijo la olla al puchero.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
No digo nada del andalucismo si lees bien solo hago referencia a Pio Moa....
Como os gusta tanto el wikipedia ahi va la descripcion
Por eso me he reido del Sr come alpiste Pio pio pio moa.
Ahora no puedo cuando tenga time comentare bien!
muiaks
Como os gusta tanto el wikipedia ahi va la descripcion
Luis Pío Moa Rodríguez (Vigo, 1948) es un articulista y escritor español, especializado en temas relacionados con la Guerra Civil Española, la República y los movimientos políticos de ese periodo. Carece de titulación académica en Historia.[1] [2] Antiguo activista antifranquista, durante su juventud militó en el PCE y luego en el Partido Comunista de España (reconstituido) y en el grupo terrorista GRAPO. Ya instaurada la democracia en España, se reinsertó y se dedicó al estudio de la historia española contemporánea, evolucionando progresivamente hacia posiciones conservadoras. Su obra es controvertida; varios de sus ensayos históricos se han situado entre las obras más vendidas en España.[cita requerida] Algunas de sus opiniones son también muy polémicas, porque han sido tachadas de homófobas [3] [4] , de profranquistas[5] o de injuriosas.[6
Por eso me he reido del Sr come alpiste Pio pio pio moa.
Ahora no puedo cuando tenga time comentare bien!
muiaks
patapam- N00B
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Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Fernberg escribió:El Moscon escribió:Fernberg escribió:
A mí no me preguntaron.
Ni tú a los demás.
No me corresponde a mí hacer encuestas.
Ni hablar por los demás.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
No has dicho nada sobre Moa que no supiésemos ya. En cuanto a lo de que "Algunas de sus opiniones son también muy polémicas, porque han sido tachadas de homófobas, de profranquistas o de injuriosas" ¿Existe alguien que se haya atrevido a llevar la contraria al pensamiento oficial progre y no haya sido acusado de homófobo, profranquista e injuriador?
Por favor, si en el momento que te desvías una micra de la versión oficial progre te conviertes automáticamente en reo de un delito de lesa fachidad.
Por cierto, parece que la historia solo la hacen los vencedores cuando no os conviene ¿Eh?
Por favor, si en el momento que te desvías una micra de la versión oficial progre te conviertes automáticamente en reo de un delito de lesa fachidad.
Por cierto, parece que la historia solo la hacen los vencedores cuando no os conviene ¿Eh?
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
MENTIRAS DE LA HISTORIA
Cataluña es una nación
Por César Vidal
En fecha tan tardía como 1893, Francesc Cambó inició la tarea de predicar el catalanismo por las tierras de Cataluña. Sería él mismo quien, en sus Memorias, describiría el ambiente con que se encontró.
En su conjunto, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en el mi actuación (...) Organizamos excursiones por los pueblos del Penedés y del Vallés, donde había algún catalanista aislado (...) no creo que hiciéramos grandes conquistas: los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio (...) Aquél era un tiempo en el que el catalanismo tenía todo el carácter de una secta religiosa. Puede decirse que todos los catalanistas se conocían entre sí.
Las palabras de Cambó serían confirmadas por Josep Pla, que añadiría:
Los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista: era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado.
Desde luego, no dejaba de ser una situación peculiar la descrita por los dos ilustres catalanes si se tiene en cuenta que, de acuerdo con los postulados del nacionalismo, Cataluña es una nación oprimida por España. Por el contrario, lo que escribían sobre la situación de hace más de un siglo Cambó y Pla resulta lógico si se tiene en cuenta que, en términos reales y no míticos, fidedignos y no mentirosos, la historia de Cataluña y de los catalanes siempre ha sido la historia de España.
Desde luego, los romanos –que crearon el término Hispania– siempre incluyeron en sus límites los territorios de la que, ya muy avanzada la Edad Media, sería Cataluña. No en vano Tarraco, la actual Tarragona, fue capital de una de esas Hispanias. Lo mismo sucedió cuando, deshecho el Imperio Romano, se estableció en la Península un dominio visigodo que cristalizaría en un reino de España.
Significativo resulta, por ejemplo, que la primera capital de ese reino, con Ataúlfo, estuviera en Barcelona. Sabido es que muy pronto la capital, con lógica irrefutable, se trasladó al centro de la Península, y más concretamente a Toledo, pero a esas alturas los escritores visigóticos, con Isidoro de Sevilla a la cabeza, hablan de una nación llamada España cuyas raíces son romanas y cristianas y a la que han llegado recientemente los godos. Semejante visión no quebró –todo lo contrario– cuando la invasión islámica de 711 pulverizó el reino visigótico. El reino, no España, que se aprestó inmediatamente a la resistencia frente al invasor musulmán.
En un intento de protegerse de un ataque islámico, los reyes francos se apoderaron de unos territorios situados al sur de los Pirineos, a los que denominaron Marca Hispánica (nombre, ciertamente revelador,) y a los que convirtieron en zona de salvaguarda. Sin embargo, de manera bien significativa, los monarcas francos fueron conscientes de que aquel territorio que siglos después sería Cataluña era ya entonces España.
En abril de 815, poco después de la creación del condado de Barcelona como separación entre el reino de los francos y los musulmanes, Ludovico Pío, rey de Aquitania y soberano de Septimania, promulgó un precepto destinado a la protección de los habitantes del condado de Barcelona y otros condados subalternos. En el texto se habla, literalmente, de los "españoles" Juan, Chintila y un largo etcétera, y, sobre todo, se dice algo enormemente interesante sobre los habitantes de lo que ahora denominamos Cataluña:
Muchos españoles, no pudiendo soportar el yugo de los infieles y las crueldades que éstos ejercen sobre los cristianos, han abandonado todos sus bienes en aquel país y han venido a buscar asilo en nuestra Septimania o en aquella parte de España que nos obedece.
En el documento –como era de esperar– no aparece la palabra "Cataluña" ni la palabra "catalanes" porque eran ideas aún inexistentes, pero sí se hace referencia a cómo esa zona territorial formaba parte de España y a que sus habitantes eran españoles.
Hasta el año 1096 la familia de los condes de Barcelona –que seguían siendo vasallos del reino franco– fue de origen extranjero, y, con la excepción de Berenguer III, que se casó con María, hija del Cid Campeador, los matrimonios siempre se contrajeron con mujeres procedentes de algún lugar situado al norte de los Pirineos.
En el año 1137 un conde de Barcelona llamado Ramón Berenguer IV rompió con esa tradición, seguida durante siglos por sus antecesores, y contrajo matrimonio con la princesa Petronila de Aragón. De esta manera, el condado de Barcelona –que ni era Cataluña, ni era una nación catalana, ni tenía pretensión de serlo– volvía a reintegrarse en el proceso de reconstrucción, de reconquista, de una España que había estado a punto de desintegrarse por completo a causa de la invasión islámica. Y lo hacía como parte no de una confederación catalano-aragonesa, como dicen los nacionalistas, a pesar de que jamás aparece tal nombre en las fuentes históricas, sino como parte de la Corona de Aragón.
Esa conciencia de que Cataluña era tan sólo una parte de España y no una nación independiente la encontramos también en los reyes que ejercieron sobre ella su soberanía. Citemos algunos ejemplos. Cuando, en 1271, Jaime I salió del Concilio de Lyon, tras haber ofrecido la cooperación de sus hombres y de su flota para emprender una cruzada, exclamó: "Barones, ya podemos marcharnos; hoy a lo menos hemos dejado bien puesto el honor de España". De la misma manera, cuando socorrió a Alfonso X de Castilla en la lucha contra los moros de Murcia, Jaime I sostuvo que lo hacía "para salvar a España". De manera semejante, el rey Pedro III afirmó que había salvado el honor de España al acudir a Burdeos para batirse con Carlos de Anjou, manteniendo su palabra.
Y si esto pensaban los monarcas que reinaban –entre otros territorios– sobre Cataluña, no otra cosa pensaban sus historiadores. En el siglo XIV, el catalán Ribera de Perpejá escribió la Crónica de Espanya, en la que señalaba precisamente cómo Cataluña era una parte de esa España despedazada por la invasión musulmana pero ansiosa de reunificación. Y el gran historiador catalán Ramón Muntaner reclamó una política conjunta de los cuatro reyes de España, que son, escribió, "d'una carn e d'una sang".
Nada de esto puede extrañar, si se tiene en cuenta que guerreros tan catalanes como los almogávares se lanzaban al combate gritando no Cataluña, sino "¡Aragón! ¡Aragón!". ¿Hubieran podido gritar otra cosa, cuando Cataluña no era sino una parte de la Corona de Aragón y no una nación independiente?
Por su parte, Bernat Desclot, un autor cuya lectura sería más que sobrada para desmontar la mayoría de las mentiras históricas del nacionalismo catalán, nos ha dejado referencias bien significativas. Por ejemplo, al mencionar la batalla de las Navas de Tolosa (1212) señaló, en su Crónica, que en dicho combate habían intervenido "los tres reyes de España, de los cuales uno fue el rey de Aragón".
De la misma manera, al narrar un viaje del conde de Barcelona a Alemania para entrevistarse con el emperador, Desclot relató que aquél se había presentado ante su majestad imperial diciendo: "Señor, yo soy un caballero de España". Acto seguido, ese mismo conde de Barcelona había dicho a la emperatriz alemana: "Yo soy un conde de España al que llaman el conde de Barcelona". No resulta extraño que el emperador, según nos cuenta el mismo Bernat Desclot, dijera a su séquito: "(...) han venido dos caballeros de España, de la tierra de Cataluña".
No cabe duda de que los catalanes medievales –mal que les pese a los nacionalistas– tenían las ideas muy claras, y éstas no eran formar parte de una nación independiente.
Con esos antecedentes repetidos vez tras vez no puede sorprender que, durante los siglos siguientes, Cataluña y los catalanes se sintieran hondamente españoles. Como el resto de los españoles, participaron en la guerra civil de inicios del siglo XVIII, que algunos pretenden presentar falsamente como un conflicto independentista catalán, cuando fue un enfrentamiento dinástico. Defendían –con personajes como Casanova, convertido en icono nacionalista– no la independencia de la nación catalana, sino al pretendiente austriaco frente al borbónico.
Como el resto de los españoles, los catalanes también resistieron al invasor francés en el Bruch y en el asedio de Gerona, y no deja de ser significativo que una de las heroínas españolas más famosas de la guerra de la independencia fuera la catalana Agustina de Aragón.
Como el resto de los españoles, también los catalanes combatieron en Marruecos en 1859, a las órdenes de un general catalán llamado Prim, y desfilaron por las calles al sonido de Los voluntarios, una marcha militar que se interpretó entonces por primera vez.
Como el resto de los españoles, los catalanes sufrieron también el desastre de 1898. Cuatro de los 33 últimos soldados de Filipinas fueron catalanes.
Como el resto de los españoles, en suma, sufrieron las alegrías y tristezas de la historia de España, sin excluir la guerra civil de 1936, en cuyos dos bandos participaron. Nadie puede olvidar, por ejemplo, al Tercio de Montserrat, que, encuadrado en el ejército nacional, dejó su sangre, por ejemplo, en la batalla del Ebro.
No puede extrañar que, como señalaba Cambó, no hubiera apenas catalanistas antes de él, o que, como dejó escrito Pla, los pocos que existían tuvieran fama de chalados. ¿Cómo iba nadie a creer en el nacionalismo con ese pasado histórico? A día de hoy, una mentira histórica tan monstruosa como la del nacionalismo pretende cerrar los ojos de los catalanes a la verdad. Para ello ha seguido la consigna de Prat de la Riba:
Había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes... Esta obra no la hizo el amor... sino el odio.
Tristes son las palabras de Prat de la Riba, pero no pueden ser tachadas de falsas. Durante décadas, los nacionalistas han inoculado en sucesivas generaciones de Cataluña ese odio a España, una España a la que se ha pintado no como la madre común, sino como una opresora; no como el tronco que sustenta las diferentes ramas nacionales, sino como un árbol odioso y extraño.
Además, los que han sembrado el odio se han empeñado en usurpar el nombre de Cataluña, como si fuera de su propiedad exclusiva, y se han permitido tachar de catalanófobos a los que no comparten los delirios del nacionalismo y tan sólo aspiran a que Cataluña sea una tierra en la que ni se asalte ni se agreda a los que no son nacionalistas; en la que la lengua catalana no sea barrera de separación sino instrumento de unión; en la que los padres puedan educar a sus hijos en su lengua madre, en la que no se vea al resto de España como enemigos sino como hermanos y en la que la ley sea la misma para todos, independientemente de que sean o no nacionalistas.
Para impedir tan nobles metas, para implantar el nacionalismo en centenares de miles de corazones, el nacionalismo catalán ha tenido que recurrir al uso sistemático e ininterrumpido de la mentira, una mentira que, entre otras cosas, afirma que Cataluña es una nación.
Cataluña es una nación
Por César Vidal
El recientemente aprobado estatuto de Cataluña contiene una afirmación que ha sido enarbolada durante décadas por los partidos nacionalistas, la de que Cataluña es una nación. La inclusión ha venido además refrendada por el Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero y por el PSOE, en un comportamiento sin precedentes. Semejante pronunciamiento (que colisiona frontalmente con el articulado de la Constitución) se sustenta no sobre la realidad de la Historia, sino sobre una mentira histórica de notables dimensiones. Y es que Cataluña jamás se consideró una nación, sino una parte más de una nación llamada España. |
En su conjunto, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en el mi actuación (...) Organizamos excursiones por los pueblos del Penedés y del Vallés, donde había algún catalanista aislado (...) no creo que hiciéramos grandes conquistas: los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio (...) Aquél era un tiempo en el que el catalanismo tenía todo el carácter de una secta religiosa. Puede decirse que todos los catalanistas se conocían entre sí.
Las palabras de Cambó serían confirmadas por Josep Pla, que añadiría:
Los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista: era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado.
Desde luego, no dejaba de ser una situación peculiar la descrita por los dos ilustres catalanes si se tiene en cuenta que, de acuerdo con los postulados del nacionalismo, Cataluña es una nación oprimida por España. Por el contrario, lo que escribían sobre la situación de hace más de un siglo Cambó y Pla resulta lógico si se tiene en cuenta que, en términos reales y no míticos, fidedignos y no mentirosos, la historia de Cataluña y de los catalanes siempre ha sido la historia de España.
Desde luego, los romanos –que crearon el término Hispania– siempre incluyeron en sus límites los territorios de la que, ya muy avanzada la Edad Media, sería Cataluña. No en vano Tarraco, la actual Tarragona, fue capital de una de esas Hispanias. Lo mismo sucedió cuando, deshecho el Imperio Romano, se estableció en la Península un dominio visigodo que cristalizaría en un reino de España.
Significativo resulta, por ejemplo, que la primera capital de ese reino, con Ataúlfo, estuviera en Barcelona. Sabido es que muy pronto la capital, con lógica irrefutable, se trasladó al centro de la Península, y más concretamente a Toledo, pero a esas alturas los escritores visigóticos, con Isidoro de Sevilla a la cabeza, hablan de una nación llamada España cuyas raíces son romanas y cristianas y a la que han llegado recientemente los godos. Semejante visión no quebró –todo lo contrario– cuando la invasión islámica de 711 pulverizó el reino visigótico. El reino, no España, que se aprestó inmediatamente a la resistencia frente al invasor musulmán.
En un intento de protegerse de un ataque islámico, los reyes francos se apoderaron de unos territorios situados al sur de los Pirineos, a los que denominaron Marca Hispánica (nombre, ciertamente revelador,) y a los que convirtieron en zona de salvaguarda. Sin embargo, de manera bien significativa, los monarcas francos fueron conscientes de que aquel territorio que siglos después sería Cataluña era ya entonces España.
En abril de 815, poco después de la creación del condado de Barcelona como separación entre el reino de los francos y los musulmanes, Ludovico Pío, rey de Aquitania y soberano de Septimania, promulgó un precepto destinado a la protección de los habitantes del condado de Barcelona y otros condados subalternos. En el texto se habla, literalmente, de los "españoles" Juan, Chintila y un largo etcétera, y, sobre todo, se dice algo enormemente interesante sobre los habitantes de lo que ahora denominamos Cataluña:
Muchos españoles, no pudiendo soportar el yugo de los infieles y las crueldades que éstos ejercen sobre los cristianos, han abandonado todos sus bienes en aquel país y han venido a buscar asilo en nuestra Septimania o en aquella parte de España que nos obedece.
En el documento –como era de esperar– no aparece la palabra "Cataluña" ni la palabra "catalanes" porque eran ideas aún inexistentes, pero sí se hace referencia a cómo esa zona territorial formaba parte de España y a que sus habitantes eran españoles.
Hasta el año 1096 la familia de los condes de Barcelona –que seguían siendo vasallos del reino franco– fue de origen extranjero, y, con la excepción de Berenguer III, que se casó con María, hija del Cid Campeador, los matrimonios siempre se contrajeron con mujeres procedentes de algún lugar situado al norte de los Pirineos.
En el año 1137 un conde de Barcelona llamado Ramón Berenguer IV rompió con esa tradición, seguida durante siglos por sus antecesores, y contrajo matrimonio con la princesa Petronila de Aragón. De esta manera, el condado de Barcelona –que ni era Cataluña, ni era una nación catalana, ni tenía pretensión de serlo– volvía a reintegrarse en el proceso de reconstrucción, de reconquista, de una España que había estado a punto de desintegrarse por completo a causa de la invasión islámica. Y lo hacía como parte no de una confederación catalano-aragonesa, como dicen los nacionalistas, a pesar de que jamás aparece tal nombre en las fuentes históricas, sino como parte de la Corona de Aragón.
Esa conciencia de que Cataluña era tan sólo una parte de España y no una nación independiente la encontramos también en los reyes que ejercieron sobre ella su soberanía. Citemos algunos ejemplos. Cuando, en 1271, Jaime I salió del Concilio de Lyon, tras haber ofrecido la cooperación de sus hombres y de su flota para emprender una cruzada, exclamó: "Barones, ya podemos marcharnos; hoy a lo menos hemos dejado bien puesto el honor de España". De la misma manera, cuando socorrió a Alfonso X de Castilla en la lucha contra los moros de Murcia, Jaime I sostuvo que lo hacía "para salvar a España". De manera semejante, el rey Pedro III afirmó que había salvado el honor de España al acudir a Burdeos para batirse con Carlos de Anjou, manteniendo su palabra.
Y si esto pensaban los monarcas que reinaban –entre otros territorios– sobre Cataluña, no otra cosa pensaban sus historiadores. En el siglo XIV, el catalán Ribera de Perpejá escribió la Crónica de Espanya, en la que señalaba precisamente cómo Cataluña era una parte de esa España despedazada por la invasión musulmana pero ansiosa de reunificación. Y el gran historiador catalán Ramón Muntaner reclamó una política conjunta de los cuatro reyes de España, que son, escribió, "d'una carn e d'una sang".
Nada de esto puede extrañar, si se tiene en cuenta que guerreros tan catalanes como los almogávares se lanzaban al combate gritando no Cataluña, sino "¡Aragón! ¡Aragón!". ¿Hubieran podido gritar otra cosa, cuando Cataluña no era sino una parte de la Corona de Aragón y no una nación independiente?
Por su parte, Bernat Desclot, un autor cuya lectura sería más que sobrada para desmontar la mayoría de las mentiras históricas del nacionalismo catalán, nos ha dejado referencias bien significativas. Por ejemplo, al mencionar la batalla de las Navas de Tolosa (1212) señaló, en su Crónica, que en dicho combate habían intervenido "los tres reyes de España, de los cuales uno fue el rey de Aragón".
De la misma manera, al narrar un viaje del conde de Barcelona a Alemania para entrevistarse con el emperador, Desclot relató que aquél se había presentado ante su majestad imperial diciendo: "Señor, yo soy un caballero de España". Acto seguido, ese mismo conde de Barcelona había dicho a la emperatriz alemana: "Yo soy un conde de España al que llaman el conde de Barcelona". No resulta extraño que el emperador, según nos cuenta el mismo Bernat Desclot, dijera a su séquito: "(...) han venido dos caballeros de España, de la tierra de Cataluña".
No cabe duda de que los catalanes medievales –mal que les pese a los nacionalistas– tenían las ideas muy claras, y éstas no eran formar parte de una nación independiente.
Con esos antecedentes repetidos vez tras vez no puede sorprender que, durante los siglos siguientes, Cataluña y los catalanes se sintieran hondamente españoles. Como el resto de los españoles, participaron en la guerra civil de inicios del siglo XVIII, que algunos pretenden presentar falsamente como un conflicto independentista catalán, cuando fue un enfrentamiento dinástico. Defendían –con personajes como Casanova, convertido en icono nacionalista– no la independencia de la nación catalana, sino al pretendiente austriaco frente al borbónico.
Como el resto de los españoles, los catalanes también resistieron al invasor francés en el Bruch y en el asedio de Gerona, y no deja de ser significativo que una de las heroínas españolas más famosas de la guerra de la independencia fuera la catalana Agustina de Aragón.
Como el resto de los españoles, también los catalanes combatieron en Marruecos en 1859, a las órdenes de un general catalán llamado Prim, y desfilaron por las calles al sonido de Los voluntarios, una marcha militar que se interpretó entonces por primera vez.
Como el resto de los españoles, los catalanes sufrieron también el desastre de 1898. Cuatro de los 33 últimos soldados de Filipinas fueron catalanes.
Como el resto de los españoles, en suma, sufrieron las alegrías y tristezas de la historia de España, sin excluir la guerra civil de 1936, en cuyos dos bandos participaron. Nadie puede olvidar, por ejemplo, al Tercio de Montserrat, que, encuadrado en el ejército nacional, dejó su sangre, por ejemplo, en la batalla del Ebro.
No puede extrañar que, como señalaba Cambó, no hubiera apenas catalanistas antes de él, o que, como dejó escrito Pla, los pocos que existían tuvieran fama de chalados. ¿Cómo iba nadie a creer en el nacionalismo con ese pasado histórico? A día de hoy, una mentira histórica tan monstruosa como la del nacionalismo pretende cerrar los ojos de los catalanes a la verdad. Para ello ha seguido la consigna de Prat de la Riba:
Había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes... Esta obra no la hizo el amor... sino el odio.
Tristes son las palabras de Prat de la Riba, pero no pueden ser tachadas de falsas. Durante décadas, los nacionalistas han inoculado en sucesivas generaciones de Cataluña ese odio a España, una España a la que se ha pintado no como la madre común, sino como una opresora; no como el tronco que sustenta las diferentes ramas nacionales, sino como un árbol odioso y extraño.
Además, los que han sembrado el odio se han empeñado en usurpar el nombre de Cataluña, como si fuera de su propiedad exclusiva, y se han permitido tachar de catalanófobos a los que no comparten los delirios del nacionalismo y tan sólo aspiran a que Cataluña sea una tierra en la que ni se asalte ni se agreda a los que no son nacionalistas; en la que la lengua catalana no sea barrera de separación sino instrumento de unión; en la que los padres puedan educar a sus hijos en su lengua madre, en la que no se vea al resto de España como enemigos sino como hermanos y en la que la ley sea la misma para todos, independientemente de que sean o no nacionalistas.
Para impedir tan nobles metas, para implantar el nacionalismo en centenares de miles de corazones, el nacionalismo catalán ha tenido que recurrir al uso sistemático e ininterrumpido de la mentira, una mentira que, entre otras cosas, afirma que Cataluña es una nación.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
NUEVO NÚMERO DE LA ILUSTRACIÓN LIBERAL
Nacionalismo, cultura y homogeneización social. El caso catalán (I)
Por Juan Carlos Girauta
Esto se ha visto en la reciente Feria de Frankfurt: la cultura catalana incluiría las vulgaridades de la valenciana Isabel-Clara Simó, pero no a grandes escritores catalanes como Juan Marsé, cuyas mejores novelas son incomprensibles sin el Guinardó, sin la Barcelona de los años 50 y 60, sin ejemplares humanos como "el pijoaparte", que no respira, que no existe sin Barcelona. De algún modo, Barcelona también es incomprensible sin la obra de Juan Marsé.
Esto nos conduce a una pregunta que lanzo muy en serio a los nacionalistas: para ustedes, ¿Barcelona es Cataluña? ¿O Barcelona es acaso una inconveniencia, una incomodidad que alberga a la mitad de los catalanes? Lo pregunto, repito, con toda seriedad, porque al nacionalismo paleto que ha ocupado la vida pública catalana el hecho urbano le repele. No lo soporta porque lo urbano, la ciudad, es el entorno de los libres, acoge el principio de civilización, niega una por una todas las premisas sobre las que se levanta la nación de los nacionalistas, que es lo contrario al Estado-nación, ese ámbito histórico de las libertades y los derechos individuales, de la autonomía individual, de la libertad de expresión y de creación, del sagrado núcleo en el que los poderes públicos no deberían jamás entrometerse. Eso es un logro de la civilización, de la civilidad, que sólo garantizan los Estados-nación occidentales (y los orientales que siguen su modelo). Así es, así ha sido la historia. De ahí lo absurdo de tildar de nacionalista a cualquiera que invoque el nombre de una nación.
Por qué los liberales gaditanos no somos nacionalistas
Los liberales que defendemos la idea nacional de España, la España gaditana, la de la irrupción en la historia del pueblo español como sujeto soberano compuesto por hombres libres e iguales ante la ley, no somos nacionalistas. Somos lo contrario a un nacionalista.
Siguiendo a Ernest Gellner, el nacionalismo es una ideología que busca, por definición, operar sobre la realidad. Pero esa operación, esa actuación, va siempre en el mismo sentido: el sentido de armonizar, de homogeneizar, de igualar con un mismo rasero… la cultura. Y luego todo lo demás. El nacionalismo es el primer enemigo de la diversidad, diga lo que diga la propaganda nacionalista catalana. Como el actual nacionalismo catalán es además una catástrofe de incultura y se ha abismado en el analfabetismo funcional, los nacionalistas (y en esto les sigue muy de cerca el Partido Socialista, tanto el que ha devenido nacionalista como el que sólo ha decidido rendirse al nacionalismo) confunden lo plural con lo diverso. Repiten como un mantra lo de la "España plural", cuando en realidad se refieren a la España diversa.
Para diversa, por cierto, Cataluña. Y no me refiero sólo a la inmigración extranjera, que se ha multiplicado en los últimos años. Me refiero a lo evidente: el bilingüismo. No es simplemente que Cataluña sea una comunidad bilingüe; es que es perfectamente bilingüe. Los catalanes pasamos de un idioma a otro en la misma conversación sin darnos ni cuenta. Una mitad tiene el castellano como lengua materna; otra mitad tiene el catalán. Esta obviedad no encuentra reflejo en la vida pública porque todo lo público ha sido tomado por los nacionalistas, sean declarados, sean vergonzantes.
Una de las cosas más irritantes –entre las muchas cosas irritantes que hace el nacionalismo– es eludir la obviedad de que en Cataluña los poderes públicos discriminan el idioma castellano (la obviedad de que los padres no pueden escoger la lengua de escolarización de sus hijos; la obviedad de que existen multas lingüísticas a los comercios) mediante el expediente de recordar que en Cataluña no hay ningún conflicto lingüístico. Esto es de una perversión casi insuperable. ¡Claro que en Cataluña no hay un conflicto lingüístico! No lo hay gracias a la sociedad catalana, que es infinitamente más sensata que aquellos a quienes encarga la tarea de gobernarla. No lo hay a pesar de todas las temeridades cometidas por el nacionalismo gobernante. Así pues, aquello que constituye una virtud de civilidad y de tolerancia de la sociedad catalana es usado por su clase política para esconder las operaciones liberticidas y discriminatorias que lleva a cabo a diario con su gente. En conclusión: en Cataluña no hay conflicto lingüístico… a pesar de la violación masiva de derechos que cometen sus gobernantes nacionalistas.
Siendo el nacionalismo, y sigo con Gellner, siempre homogeneizador, siempre armonizador; estando siempre dispuesto a eliminar las diferencias, y luego a limar las disidencias, y eventualmente a aplastarlas, resulta bastante fácil de entender que todo nacionalismo es intervencionista por definición. Siempre trabaja para modelar la sociedad, siempre acaba (o empieza) entregándose a la ingeniería social. Por eso no hay nacionalismo liberal. Es imposible. Yo sé que esto irrita mucho a algunas personas valiosas, que son nacionalistas y que son liberales… en lo económico; pero que en cuanto abandonan el terreno de la economía parecen enloquecer y adoptan el mismo discurso colectivista, grupal, tribal, antimoderno, historicista, esencialista y antiindividualista que el resto de nacionalistas.
No pueden evitarlo porque todos estos males están en la raíz del nacionalismo. No del Estado-nación, repito, sino del nacionalismo, esa excrecencia del romanticismo capaz, con el tiempo, de provocar guerras, forzar desplazamientos de poblaciones y operar exterminios. El nacionalismo, si le seguimos la pista, nos acaba remitiendo al romanticismo alemán. Es un fenómeno europeo que explota en el siglo XIX. Si estiramos de la raíz hasta extraerla del todo, hallamos su origen en el Sturm und Drang, el movimiento con marchamo artístico de finales del siglo XVIII que, de la mano de Herder, condujo al nacimiento del romanticismo. De la mano de Herder y pasando por Goethe, el gran Goethe en quien Milan Kundera ve a un gran ilustrado y, a la vez, a su opuesto, el más eficaz enemigo de la razón; padre, de algún modo, del romanticismo.
Las raíces del nacionalismo están ahí, el nacionalismo es la cara monstruosa de un movimiento que empieza siendo artístico y que pronto conlleva una nueva cosmovisión. Se trata de la negación de las luces, de la negación de la razón, de la negación del sujeto como centro.
Es interesantísimo el trabajo de Juan José Sebreli, en cuya última obra: El olvido de la razón, imprescindible, da cuenta de una inquietante coincidencia: los maestros de pensamiento que han condicionado, que han determinado la vida intelectual, el trabajo universitario, el pensamiento primero y, finalmente el conocimiento convencional de la izquierda tras la Segunda Guerra Mundial tienen las mismas raíces antiilustradas y antirracionalistas: el Sturm und Drang que rebota en Nietzsche, de ahí pasa a Martin Heidegger y de ahí a todos los círculos universitarios occidentales de izquierda. Estructuralistas y post-estructuralistas estarían aquejados del mismo mal que los nacionalistas; pensadores que hoy ya casi nadie lee pero que han condicionado fuertemente la vida intelectual de occidente, de Lacan a Althusser, y de Levi Strauss a Foucault, llevan todos el sello del filósofo nazi Heidegger. De él habrían heredado no sólo su profunda aversión a la razón ilustrada, también el gusto por el lenguaje críptico e iniciático. Ya ven dónde se han ido a encontrar las izquierdas y el nacionalismo.
El nacionalismo desdibuja al sujeto en beneficio del grupo. Pero el grupo no es real. Es un grupo ideal. Es un grupo artificial, en la medida en que la sociedad es compleja (cada vez más compleja, por cierto) y no se deja atrapar fácilmente por modelos simples y preestablecidos. El nacionalismo trabaja, así, en una apremiante e incansable simplificación de lo complejo. El problema, claro está, es que esa complejidad es un conjunto de seres humanos. Para que esa suma de individuos –que ellos ven como un todo homogéneo con derechos propios, colectivos, que priman sobre los individuales– no prevalezca, hay que eliminar lo diferente. Y, a menudo, eliminar lo diferente significa eliminar al diferente. Eliminar al disidente. Por lo pronto, mediante el asesinato civil. De "muerte civil" ha hablado justamente Albert Boadella en la presentación de su último libro, Adiós Cataluña. Una obra que habrá que leer, y que seguro que nos divertirá, aunque en el fondo es una obra triste, pues constata una claudicación: "El nacionalismo ha podido conmigo". Eso es lo que viene a decirnos.
Nacionalismo, cultura y homogeneización social. El caso catalán (I)
Por Juan Carlos Girauta
¿Qué es cultura para los nacionalistas? Cultura es lo que ellos digan. Cultura es sólo lo que el nacionalista decide que es cultura. Ni más ni menos. Por ejemplo, cultura catalana es lo que digan las autoridades políticas catalanas, nacionalistas hasta el paroxismo, nacionalistas hasta el envenenamiento. |
Esto nos conduce a una pregunta que lanzo muy en serio a los nacionalistas: para ustedes, ¿Barcelona es Cataluña? ¿O Barcelona es acaso una inconveniencia, una incomodidad que alberga a la mitad de los catalanes? Lo pregunto, repito, con toda seriedad, porque al nacionalismo paleto que ha ocupado la vida pública catalana el hecho urbano le repele. No lo soporta porque lo urbano, la ciudad, es el entorno de los libres, acoge el principio de civilización, niega una por una todas las premisas sobre las que se levanta la nación de los nacionalistas, que es lo contrario al Estado-nación, ese ámbito histórico de las libertades y los derechos individuales, de la autonomía individual, de la libertad de expresión y de creación, del sagrado núcleo en el que los poderes públicos no deberían jamás entrometerse. Eso es un logro de la civilización, de la civilidad, que sólo garantizan los Estados-nación occidentales (y los orientales que siguen su modelo). Así es, así ha sido la historia. De ahí lo absurdo de tildar de nacionalista a cualquiera que invoque el nombre de una nación.
Por qué los liberales gaditanos no somos nacionalistas
Los liberales que defendemos la idea nacional de España, la España gaditana, la de la irrupción en la historia del pueblo español como sujeto soberano compuesto por hombres libres e iguales ante la ley, no somos nacionalistas. Somos lo contrario a un nacionalista.
Siguiendo a Ernest Gellner, el nacionalismo es una ideología que busca, por definición, operar sobre la realidad. Pero esa operación, esa actuación, va siempre en el mismo sentido: el sentido de armonizar, de homogeneizar, de igualar con un mismo rasero… la cultura. Y luego todo lo demás. El nacionalismo es el primer enemigo de la diversidad, diga lo que diga la propaganda nacionalista catalana. Como el actual nacionalismo catalán es además una catástrofe de incultura y se ha abismado en el analfabetismo funcional, los nacionalistas (y en esto les sigue muy de cerca el Partido Socialista, tanto el que ha devenido nacionalista como el que sólo ha decidido rendirse al nacionalismo) confunden lo plural con lo diverso. Repiten como un mantra lo de la "España plural", cuando en realidad se refieren a la España diversa.
Para diversa, por cierto, Cataluña. Y no me refiero sólo a la inmigración extranjera, que se ha multiplicado en los últimos años. Me refiero a lo evidente: el bilingüismo. No es simplemente que Cataluña sea una comunidad bilingüe; es que es perfectamente bilingüe. Los catalanes pasamos de un idioma a otro en la misma conversación sin darnos ni cuenta. Una mitad tiene el castellano como lengua materna; otra mitad tiene el catalán. Esta obviedad no encuentra reflejo en la vida pública porque todo lo público ha sido tomado por los nacionalistas, sean declarados, sean vergonzantes.
Una de las cosas más irritantes –entre las muchas cosas irritantes que hace el nacionalismo– es eludir la obviedad de que en Cataluña los poderes públicos discriminan el idioma castellano (la obviedad de que los padres no pueden escoger la lengua de escolarización de sus hijos; la obviedad de que existen multas lingüísticas a los comercios) mediante el expediente de recordar que en Cataluña no hay ningún conflicto lingüístico. Esto es de una perversión casi insuperable. ¡Claro que en Cataluña no hay un conflicto lingüístico! No lo hay gracias a la sociedad catalana, que es infinitamente más sensata que aquellos a quienes encarga la tarea de gobernarla. No lo hay a pesar de todas las temeridades cometidas por el nacionalismo gobernante. Así pues, aquello que constituye una virtud de civilidad y de tolerancia de la sociedad catalana es usado por su clase política para esconder las operaciones liberticidas y discriminatorias que lleva a cabo a diario con su gente. En conclusión: en Cataluña no hay conflicto lingüístico… a pesar de la violación masiva de derechos que cometen sus gobernantes nacionalistas.
Siendo el nacionalismo, y sigo con Gellner, siempre homogeneizador, siempre armonizador; estando siempre dispuesto a eliminar las diferencias, y luego a limar las disidencias, y eventualmente a aplastarlas, resulta bastante fácil de entender que todo nacionalismo es intervencionista por definición. Siempre trabaja para modelar la sociedad, siempre acaba (o empieza) entregándose a la ingeniería social. Por eso no hay nacionalismo liberal. Es imposible. Yo sé que esto irrita mucho a algunas personas valiosas, que son nacionalistas y que son liberales… en lo económico; pero que en cuanto abandonan el terreno de la economía parecen enloquecer y adoptan el mismo discurso colectivista, grupal, tribal, antimoderno, historicista, esencialista y antiindividualista que el resto de nacionalistas.
No pueden evitarlo porque todos estos males están en la raíz del nacionalismo. No del Estado-nación, repito, sino del nacionalismo, esa excrecencia del romanticismo capaz, con el tiempo, de provocar guerras, forzar desplazamientos de poblaciones y operar exterminios. El nacionalismo, si le seguimos la pista, nos acaba remitiendo al romanticismo alemán. Es un fenómeno europeo que explota en el siglo XIX. Si estiramos de la raíz hasta extraerla del todo, hallamos su origen en el Sturm und Drang, el movimiento con marchamo artístico de finales del siglo XVIII que, de la mano de Herder, condujo al nacimiento del romanticismo. De la mano de Herder y pasando por Goethe, el gran Goethe en quien Milan Kundera ve a un gran ilustrado y, a la vez, a su opuesto, el más eficaz enemigo de la razón; padre, de algún modo, del romanticismo.
Las raíces del nacionalismo están ahí, el nacionalismo es la cara monstruosa de un movimiento que empieza siendo artístico y que pronto conlleva una nueva cosmovisión. Se trata de la negación de las luces, de la negación de la razón, de la negación del sujeto como centro.
Es interesantísimo el trabajo de Juan José Sebreli, en cuya última obra: El olvido de la razón, imprescindible, da cuenta de una inquietante coincidencia: los maestros de pensamiento que han condicionado, que han determinado la vida intelectual, el trabajo universitario, el pensamiento primero y, finalmente el conocimiento convencional de la izquierda tras la Segunda Guerra Mundial tienen las mismas raíces antiilustradas y antirracionalistas: el Sturm und Drang que rebota en Nietzsche, de ahí pasa a Martin Heidegger y de ahí a todos los círculos universitarios occidentales de izquierda. Estructuralistas y post-estructuralistas estarían aquejados del mismo mal que los nacionalistas; pensadores que hoy ya casi nadie lee pero que han condicionado fuertemente la vida intelectual de occidente, de Lacan a Althusser, y de Levi Strauss a Foucault, llevan todos el sello del filósofo nazi Heidegger. De él habrían heredado no sólo su profunda aversión a la razón ilustrada, también el gusto por el lenguaje críptico e iniciático. Ya ven dónde se han ido a encontrar las izquierdas y el nacionalismo.
El nacionalismo desdibuja al sujeto en beneficio del grupo. Pero el grupo no es real. Es un grupo ideal. Es un grupo artificial, en la medida en que la sociedad es compleja (cada vez más compleja, por cierto) y no se deja atrapar fácilmente por modelos simples y preestablecidos. El nacionalismo trabaja, así, en una apremiante e incansable simplificación de lo complejo. El problema, claro está, es que esa complejidad es un conjunto de seres humanos. Para que esa suma de individuos –que ellos ven como un todo homogéneo con derechos propios, colectivos, que priman sobre los individuales– no prevalezca, hay que eliminar lo diferente. Y, a menudo, eliminar lo diferente significa eliminar al diferente. Eliminar al disidente. Por lo pronto, mediante el asesinato civil. De "muerte civil" ha hablado justamente Albert Boadella en la presentación de su último libro, Adiós Cataluña. Una obra que habrá que leer, y que seguro que nos divertirá, aunque en el fondo es una obra triste, pues constata una claudicación: "El nacionalismo ha podido conmigo". Eso es lo que viene a decirnos.
Última edición por El Moscon el Sáb Mayo 10, 2008 4:50 pm, editado 1 vez
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
Nacionalismo, cultura y homogeneización social. El caso catalán (y II)
Andanzas del nacionalismo catalán reciente
Ahora que conocemos las pautas de actuación de esa ideología, hagamos un pequeño ejercicio de memoria sobre el nacionalismo catalán de los últimos treinta y tantos años.
Quiero puntualizar que no hay prácticamente nacionalismo catalán mientras Franco vive. Hay unos cuantos curas, más o menos trastornados, que a su vez trastornan a Jordi Pujol y le convencen de que tiene un cometido histórico, de que es un elegido, de que está llamado a liberar a esa doncella presa que es Cataluña en su imaginación. Una imaginación, por cierto, cuyos rasgos febriles no le impiden desarrollar espléndidos negocios familiares. El nacionalismo como vía de enriquecimiento personal es otro asunto que merece un seminario monográfico.
La burguesía catalana (sea lo que sea tal cosa) ha tenido que inventarse aprisa y corriendo su pasado para no pasar por la vergüenza de reconocer que fue ella quien, antes del advenimiento de la Segunda República, aupó a Primo de Rivera al poder; para no tener que recordar cuánto le debe a Franco, al proteccionismo franquista, que además de permitirle recuperar las fábricas que le habían arrebatado los amigos de Companys le permitió asimismo enriquecerse con un mercado cerrado a las manufacturas extranjeras, cuya entrada libre habría supuesto su hundimiento inmediato. Habría supuesto el fin de casi toda esa clase, ya muy mezclada, que presume de antifranquista cuando Franco lleva 32 años muerto. Una clase que vive sobre una gran mentira, que ha tenido que retorcer su memoria y su imaginación para hacernos creer (y para creerse ella misma) que estaba luchando contra la dictadura franquista cuando se iba de excursión a la montaña, cuando acudía a misa en catalán o cuando gritaba al árbitro en el campo del Barça. Ésas son las paupérrimas credenciales antifranquistas de la burguesía catalana, alta y baja. No busquen más porque no encontrarán nada. Bien, encontrarán unos cuantos individuos más o menos dignos, más o menos temerarios. No una clase. No un segmento social. Ni muchísimo menos una Cataluña antifranquista.
Pero vayamos al grano, que en el grano está además la conclusión y el final de esta intervención, que empieza a alargarse demasiado. ¿Cuál ha sido la forma de operar de este nacionalismo que nos cabe en la memoria?
Jordi Pujol creó CDC con un puñado de personas y a golpe de talonario en el año 1974. Tiene su mérito, porque Franco aún vivía. Y además Pujol es de los pocos nacionalistas –entre los que pronto tendrían poder– que había pasado por la cárcel. Había algunos grupos independentistas, cuatro gatos a veces financiados también por Pujol, que invirtió mucho en políticos (incluidos políticos socialistas). Situémonos en la segunda mitad de los años 70, y encontraremos un nacionalismo muy minoritario que se confundía con quienes reclamábamos libertades democráticas. Quizá porque no eran muchos, o quizá porque nadie supo verles el plumero, aparecía ya ahí una disonancia que acabaría siendo fatal. Unos defendíamos (me incluyo aunque era muy joven, un adolescente, pero un adolescente militante y motivado) las libertades y derechos democráticos, e incluíamos la reivindicación de un estatuto de autonomía para Cataluña. Ellos estaban ya pensando en otro concepto de derechos: los derechos colectivos, que no son propiamente derechos. No para mí, que no concibo más que derechos individuales. El manido derecho de autodeterminación es un constructo político-jurídico de Woodrow Wilson pensado para solucionar el problema del disuelto Imperio Austrohúngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial. Luego la autodeterminación de los pueblos ha de entenderse siempre referida a los procesos de descolonización, y en concreto a la descolonización africana de finales de los 50 y de los años 60. Digan lo que digan los nacionalistas, no existe en el Derecho Internacional amparo, bajo tal derecho, para la segregación de un territorio miembro de las Naciones Unidas.
Tras aquella mezcla de progresistas y nacionalistas, que al final acabó aceptando el modelo de transición democrática que habían diseñado los franquistas (básicamente porque dicho modelo –reforma frente a ruptura– contaba con el apoyo masivo del pueblo español), se da un segundo paso que tendrá una importancia capital y que marcará nuestro futuro: la rápida ocupación (o captación para su causa) de todos los centros de decisión. Centros de decisión políticos, financieros, empresariales, asociativos, universitarios, mediáticos. Hago hincapié en que la toma fue muy rápida. Y en que Jordi Pujol sustituyó –para nuestra desgracia– a Josep Tarradellas al frente de la Generalidad, al ganar las elecciones contra todo pronóstico. Contra todo pronóstico simplista, habría que añadir, que es el tipo de pronóstico que hacía una izquierda inconsciente de que Pujol llevaba muchos años sembrando y de que tenía medios para financiarse una campaña como Dios manda. Y que su campaña fue eficaz porque supo transmitir una imagen institucional y seria que contrastaba con la desmelenada progresía de la época. Aunque nos creyéramos los reyes del mambo, el catalán de a pie creía poco en nosotros.
El siguiente paso, una vez tomados todos los centros de decisión importantes, e investido el nacionalismo de respetabilidad institucional y de legitimidad, fue el inicio de una era de estomagante victimismo que caracterizó la larga etapa de transferencias de poder, de competencias y de presupuesto. Ahí empezó a ponerse de manifiesto lo que hoy sabe cualquiera: que el Título VIII de la Constitución era una calamidad, y que el prolijo listado de competencias exclusivas del Estado del artículo 149 era, a la hora de la verdad, papel mojado cuando el poder central de turno echaba mano del agujero negro del artículo 150.2 de la Constitución, que reza:
Bastó un rápido secuestro y un tiro al segundo firmante, que abandonó Cataluña, para que le siguieran millares de profesores, en un éxodo silencioso que merece un lugar destacado en la historia de la infamia de nuestra democracia. La prensa catalana reaccionó al unísono: Federico Jiménez Losantos, la víctima, se lo había buscado. A día de hoy, TV3, en manos del segundo Tripartito, sigue asumiendo el lenguaje y la lógica de los terroristas de Terra Lliure. Afirman que el atentado logró sus efectos, y no les falta razón. Con lo que no contaban es con que la voz de la víctima se les iba a colar por los aparatos de radio muchos años después.
Siguiente etapa. Una vez consolidada una sociedad civil a imagen y semejanza de la clase política, Cataluña sufre una inaudita suplantación. La sociedad real está muda. Es la era de Matrix, de la realidad virtual, o, si prefieren, de la negación sistemática de la realidad. No en balde los intelectuales que impulsaron la formación política Ciudadanos en aquella época tan reciente, y a la vez tan lejana, en que el PPC carecía de discurso se refirieron a menudo a un objetivo estremecedor: restablecer la realidad.
Los resultados de la suplantación están a la vista cada vez que se llama a los catalanes a votar: la sociedad catalana paga con la misma moneda y se desentiende de sus políticos. Como si no existieran. Entramos en altísimos índices de abstención y se confirma el divorcio entre la sociedad catalana y su clase política. Divorcio también entre la "sociedad" (entre comillas) –el gran pesebre que pagamos todos– y la sociedad (sin comillas), el conjunto de los individuos catalanes. Y con todo ello, crisis de legitimidad y creciente déficit democrático.
Hoy estamos en la etapa siguiente, la etapa en la que se encienden las luces rojas, la etapa en que deberían dispararse todas las alarmas: el autoritarismo es abierto, indisimulado. Pasa por el recrudecimiento de las multas lingüísticas a los comercios, por el incumplimiento de las sentencias que contrarían los planes nacionalistas, y por el desafío al Estado democrático y a las instituciones nacidas en el 78 mediante la política de hechos consumados. El ejemplo más vistoso es el nuevo estatuto, sus pretensiones de Constitución alternativa, la negación de los principios de la Constitución del 78 (empezando por su artículo 2) y la condena al ostracismo y a la muerte civil de cualquiera que se atreva a contarlo.
En éstas estamos.
Andanzas del nacionalismo catalán reciente
Ahora que conocemos las pautas de actuación de esa ideología, hagamos un pequeño ejercicio de memoria sobre el nacionalismo catalán de los últimos treinta y tantos años.
Quiero puntualizar que no hay prácticamente nacionalismo catalán mientras Franco vive. Hay unos cuantos curas, más o menos trastornados, que a su vez trastornan a Jordi Pujol y le convencen de que tiene un cometido histórico, de que es un elegido, de que está llamado a liberar a esa doncella presa que es Cataluña en su imaginación. Una imaginación, por cierto, cuyos rasgos febriles no le impiden desarrollar espléndidos negocios familiares. El nacionalismo como vía de enriquecimiento personal es otro asunto que merece un seminario monográfico.
La burguesía catalana (sea lo que sea tal cosa) ha tenido que inventarse aprisa y corriendo su pasado para no pasar por la vergüenza de reconocer que fue ella quien, antes del advenimiento de la Segunda República, aupó a Primo de Rivera al poder; para no tener que recordar cuánto le debe a Franco, al proteccionismo franquista, que además de permitirle recuperar las fábricas que le habían arrebatado los amigos de Companys le permitió asimismo enriquecerse con un mercado cerrado a las manufacturas extranjeras, cuya entrada libre habría supuesto su hundimiento inmediato. Habría supuesto el fin de casi toda esa clase, ya muy mezclada, que presume de antifranquista cuando Franco lleva 32 años muerto. Una clase que vive sobre una gran mentira, que ha tenido que retorcer su memoria y su imaginación para hacernos creer (y para creerse ella misma) que estaba luchando contra la dictadura franquista cuando se iba de excursión a la montaña, cuando acudía a misa en catalán o cuando gritaba al árbitro en el campo del Barça. Ésas son las paupérrimas credenciales antifranquistas de la burguesía catalana, alta y baja. No busquen más porque no encontrarán nada. Bien, encontrarán unos cuantos individuos más o menos dignos, más o menos temerarios. No una clase. No un segmento social. Ni muchísimo menos una Cataluña antifranquista.
Pero vayamos al grano, que en el grano está además la conclusión y el final de esta intervención, que empieza a alargarse demasiado. ¿Cuál ha sido la forma de operar de este nacionalismo que nos cabe en la memoria?
Jordi Pujol creó CDC con un puñado de personas y a golpe de talonario en el año 1974. Tiene su mérito, porque Franco aún vivía. Y además Pujol es de los pocos nacionalistas –entre los que pronto tendrían poder– que había pasado por la cárcel. Había algunos grupos independentistas, cuatro gatos a veces financiados también por Pujol, que invirtió mucho en políticos (incluidos políticos socialistas). Situémonos en la segunda mitad de los años 70, y encontraremos un nacionalismo muy minoritario que se confundía con quienes reclamábamos libertades democráticas. Quizá porque no eran muchos, o quizá porque nadie supo verles el plumero, aparecía ya ahí una disonancia que acabaría siendo fatal. Unos defendíamos (me incluyo aunque era muy joven, un adolescente, pero un adolescente militante y motivado) las libertades y derechos democráticos, e incluíamos la reivindicación de un estatuto de autonomía para Cataluña. Ellos estaban ya pensando en otro concepto de derechos: los derechos colectivos, que no son propiamente derechos. No para mí, que no concibo más que derechos individuales. El manido derecho de autodeterminación es un constructo político-jurídico de Woodrow Wilson pensado para solucionar el problema del disuelto Imperio Austrohúngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial. Luego la autodeterminación de los pueblos ha de entenderse siempre referida a los procesos de descolonización, y en concreto a la descolonización africana de finales de los 50 y de los años 60. Digan lo que digan los nacionalistas, no existe en el Derecho Internacional amparo, bajo tal derecho, para la segregación de un territorio miembro de las Naciones Unidas.
Tras aquella mezcla de progresistas y nacionalistas, que al final acabó aceptando el modelo de transición democrática que habían diseñado los franquistas (básicamente porque dicho modelo –reforma frente a ruptura– contaba con el apoyo masivo del pueblo español), se da un segundo paso que tendrá una importancia capital y que marcará nuestro futuro: la rápida ocupación (o captación para su causa) de todos los centros de decisión. Centros de decisión políticos, financieros, empresariales, asociativos, universitarios, mediáticos. Hago hincapié en que la toma fue muy rápida. Y en que Jordi Pujol sustituyó –para nuestra desgracia– a Josep Tarradellas al frente de la Generalidad, al ganar las elecciones contra todo pronóstico. Contra todo pronóstico simplista, habría que añadir, que es el tipo de pronóstico que hacía una izquierda inconsciente de que Pujol llevaba muchos años sembrando y de que tenía medios para financiarse una campaña como Dios manda. Y que su campaña fue eficaz porque supo transmitir una imagen institucional y seria que contrastaba con la desmelenada progresía de la época. Aunque nos creyéramos los reyes del mambo, el catalán de a pie creía poco en nosotros.
El siguiente paso, una vez tomados todos los centros de decisión importantes, e investido el nacionalismo de respetabilidad institucional y de legitimidad, fue el inicio de una era de estomagante victimismo que caracterizó la larga etapa de transferencias de poder, de competencias y de presupuesto. Ahí empezó a ponerse de manifiesto lo que hoy sabe cualquiera: que el Título VIII de la Constitución era una calamidad, y que el prolijo listado de competencias exclusivas del Estado del artículo 149 era, a la hora de la verdad, papel mojado cuando el poder central de turno echaba mano del agujero negro del artículo 150.2 de la Constitución, que reza:
El Estado podrá transferir o delegar en las Comunidades Autónomas, mediante Ley Orgánica, facultades correspondientes a materia de titularidad estatal que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación. La Ley preverá en cada caso la correspondiente transferencia de medios financieros, así como las formas de control que se reserve el Estado.Época, pues, de rentable victimismo y de acopio de poderes y competencias. Y también de un incipiente autoritarismo de quienes siempre estaban dispuestos a sentir su orgullo herido, o a simularlo. Trazos inseparables del nacionalismo. Habrá también, desde el primer momento, esporádicas sacudidas terroristas (me refiero a Cataluña, no al País Vasco, donde esto es obvio, dolorosamente obvio), cuando sea necesario. Por ejemplo, cuando una parte importante de la sociedad civil, constituida sobre todo por docentes, desafió el estado de cosas con la iniciativa del Manifiesto de los 2.300.
Bastó un rápido secuestro y un tiro al segundo firmante, que abandonó Cataluña, para que le siguieran millares de profesores, en un éxodo silencioso que merece un lugar destacado en la historia de la infamia de nuestra democracia. La prensa catalana reaccionó al unísono: Federico Jiménez Losantos, la víctima, se lo había buscado. A día de hoy, TV3, en manos del segundo Tripartito, sigue asumiendo el lenguaje y la lógica de los terroristas de Terra Lliure. Afirman que el atentado logró sus efectos, y no les falta razón. Con lo que no contaban es con que la voz de la víctima se les iba a colar por los aparatos de radio muchos años después.
Siguiente etapa. Una vez consolidada una sociedad civil a imagen y semejanza de la clase política, Cataluña sufre una inaudita suplantación. La sociedad real está muda. Es la era de Matrix, de la realidad virtual, o, si prefieren, de la negación sistemática de la realidad. No en balde los intelectuales que impulsaron la formación política Ciudadanos en aquella época tan reciente, y a la vez tan lejana, en que el PPC carecía de discurso se refirieron a menudo a un objetivo estremecedor: restablecer la realidad.
Los resultados de la suplantación están a la vista cada vez que se llama a los catalanes a votar: la sociedad catalana paga con la misma moneda y se desentiende de sus políticos. Como si no existieran. Entramos en altísimos índices de abstención y se confirma el divorcio entre la sociedad catalana y su clase política. Divorcio también entre la "sociedad" (entre comillas) –el gran pesebre que pagamos todos– y la sociedad (sin comillas), el conjunto de los individuos catalanes. Y con todo ello, crisis de legitimidad y creciente déficit democrático.
Hoy estamos en la etapa siguiente, la etapa en la que se encienden las luces rojas, la etapa en que deberían dispararse todas las alarmas: el autoritarismo es abierto, indisimulado. Pasa por el recrudecimiento de las multas lingüísticas a los comercios, por el incumplimiento de las sentencias que contrarían los planes nacionalistas, y por el desafío al Estado democrático y a las instituciones nacidas en el 78 mediante la política de hechos consumados. El ejemplo más vistoso es el nuevo estatuto, sus pretensiones de Constitución alternativa, la negación de los principios de la Constitución del 78 (empezando por su artículo 2) y la condena al ostracismo y a la muerte civil de cualquiera que se atreva a contarlo.
En éstas estamos.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
´aguachupichu escribió:Andreu Nin.. igualito
Estás obsesionado...Patapam.
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
aguachupichu escribió:Dí lo que quieras, pero hablas como él.
¡Coño!¡Tienes micrófonos en mi habitación!
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
1r recurso. Estar a la defensiva
Después de la insistencia..
2o recurso. Hacer broma
igual igual que él xD
Después de la insistencia..
2o recurso. Hacer broma
igual igual que él xD
Re: Sobre el derecho a la autodeterminación
aguachupichu escribió:1r recurso. Estar a la defensiva
Después de la insistencia..
2o recurso. Hacer broma
igual igual que él xD
3º recurso: mandarte al peo. Hala chalao, cuando tengas algo inteligente que decir hablamos.
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