Cuentos para Alba
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alba
Mahal
Macarena
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Re: Cuentos para Alba
voy por riquet el del copete
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Albita cariño.. ..ahora no diras que te aburres.....pues me gusta lo que estas haciendo y sin que te deas cuenta, tambien estas aprendiendo, Maca a tenido muy buena idea de que le cuentes las conclusiones que sacas de ellos y si te fijas bien, hasta podras mejorar tu ortografia..... ...sin darte cuenta tienes una profe particular para ti.....
graciela- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
si que buena idea
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
ESPERANZA
Hubo un momento en el que creías que la tristeza sería eterna; pero volviste a sorprenderte a ti mismo riendo sin parar.
Hubo un momento en el que dejaste de creer en el amor; y luego apareció esa persona y no pudiste dejar de amarla cada día más.
Hubo un momento en el que la amistad parecía no existir; y
conociste a ese amigo que te hizo reír y llorar, en los mejores y en
los peores momentos.
Hubo un momento en el que estabas seguro que la comunicación con
alguien se había perdido; y fue luego cuando el cartero visitó el buzón
de tu casa.
Hubo un momento en el que una pelea prometía ser eterna ; y sin dejarte ni siquiera entristecerte terminó en un abrazo.
Hubo un momento en que un examen parecía imposible de pasar ; y hoy es un examen más que aprobaste en tu carrera .
Hubo un momento en el que dudaste de encontrar un buen trabajo; y hoy puedes darte el lujo de ahorrar para el futuro.
Hubo un momento en el que sentiste que no podrías hacer algo; y hoy te sorprendes a ti mismo haciéndolo.
Hubo un momento en el que creíste que nadie podía comprenderte; y
te quedaste boquiabierto mientras alguien parecía leer tu corazón.
Así como hubo momentos en que la vida cambió en un instante, nunca
olvides que aún habrá momentos en que lo imposible se tornará un sueño
hecho realidad.
Nunca dejes de soñar, porque soñar es el principio de un sueño hecho realidad.
Recuerda "todo lo que sucede, sucede por una razón"...
Sé que no es un cuento, pero es un relato que te va del principio al final.......NUNCA dejes de soñar, porque te aseguro que los sueños se hacen realidad...
castellana- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Riquet el del Copete
bueno, este cuento quiere decir que se puede ser guapo y listo, no hace falta que por ser guapo seas tonto o que por ser feo seas listo sino que se pueden tener las dos cosas
y tambien que si se enamoran de ti seguro que te ven guapo o guapa porque el amor hace eso.
bueno, este cuento quiere decir que se puede ser guapo y listo, no hace falta que por ser guapo seas tonto o que por ser feo seas listo sino que se pueden tener las dos cosas
y tambien que si se enamoran de ti seguro que te ven guapo o guapa porque el amor hace eso.
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Sobresaliente" en conprension lectora!!!!
diestri- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Mahal escribió:Aquí tienes otro para cuando estés cansada de leer, es una película cortita de un cuento, espero que te guste princesa.
que bonito mamimahal me ha encantado! parece de miedo pero no lo es
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Me alegro que te haya gustado princesa.. ....te buscaré mas..
Mahal- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
alba escribió:tercer capitulo de Leuco y Paco
anita para mi es uno de los mas bonitos me gusta mucho como primero ve la lluvia como malo y despues por ver al perrito ya le parece diferente todo, esque la verdad que somos las personas que nos pensamos que las cosas son buenas o malas si puede que seas tu que lo ves asi pero todo tiene su parte buena, si no te gusta que llueva te puedes comprar unas botas de agua que te encanten y un paraguas tambien bonito y cuando llueva pensaras: que bien voy a ponerme mis botas y llevare mi paraguas nuevo
me a gustado mucho porque ahora que ni veo el sol ni la lluvia ni nada que no sea mi madre o los medicos todo me parece bueno
Muchas gracias albita, debo confesar que de todos los demas capitulos este tiene mas mi toque personal, me cuesta un poco escribir estas historias (al menos no usar mi corrupción literal), y debo decir que esta historia tambien me gusto mucho.
Es muy cierta tu compresión, lamentablemente muchas personas llegan a la vejez sin percatarse de algunas cuestiones como que las cosas se ven diferente dependiendo detras de que cristal la veas.
Te mando un beso y me alegro que te haya gustado, pronto el cuarto y el quinto capitulo... si todavía gustas leerlos.
Anita Raul- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
A ella le encantan tus cuentos Anita, y a su mamimahal tambien...
Mahal- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
si me encantan me alegro que te gusten mis comentarios de texto anita y por favor escriveme mas de leuco
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Cuantooooooooooooooooo me alegrooooooooooooo!!! habra mucho mas cuentos entonces!!!!
Anita Raul- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
VAAALEEEEEEEE
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
los tres pelos del diablo
este es como el que me puso mamimahal pero del youtube, significa que puedes consegir todo si te fias de todo el mundo y aprendes las cosas que te dicen y tambien que por amor se hace cualquier cosa.
este es como el que me puso mamimahal pero del youtube, significa que puedes consegir todo si te fias de todo el mundo y aprendes las cosas que te dicen y tambien que por amor se hace cualquier cosa.
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
El Principe feliz
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
[quote="castellana"]
gracias titacaste
ESPERANZA
Hubo un momento en el que creías que la tristeza sería eterna; pero volviste a sorprenderte a ti mismo riendo sin parar.
gracias titacaste
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Eso es lo que yo siento Alba, y es cierto, en momentos de mi vida nunca pensé que iba a salir, pero he salido y he vuelto a ser feliz, aunque parte de mi corazón está paradito, tengo mucho corazón para admitir a mas personas como tu....
Ahí va otro........
Ahí va otro........
FAMINA FAMOSINA
Famina Famosina era un niña muy popular en su colegio. Era ingeniosa y divertida, y no se llevaba mal con nadie. No era casualidad que Famina fuera popular: desde pequeñita se esforzó en ser amable y saludar a
todo el mundo, invitaba a toda la clase a su cumpleaños, y de vez en cuando llevaba regalos para todos. Era una niña muy ocupada, con tantos amigos, que casi no tenía tiempo más que para estar un ratito con cada
uno, pero se sentía la niña más afortunada, sin ninguna duda era la niña con más amigos del cole y del barrio. Pero todo cambió el día que celebraron en el colegio el día del amigo. Aquel día estuvieron jugando sin parar, haciendo dibujos y regalos, y al final del día, cada uno hizo tres regalos a sus tres mejores amigos. Famina disfrutó eligiendo entre tantísimos amigos como tenía, pero cuando todos habían terminado y habían entregado sus regalos, ¡Famina era la única que no tenía ninguno!
Famina se llevó un disgusto terrible, y estuvo durante horas llorando sin parar "¿cómo era posible?", "¿tanto esfuerzo para tener tantos amigos, y resulta que nadie la consideraba la mejor amiga?".
Casi todos se acercaron un ratito a consolarla, pero se marchaban rápido, lo mismo que ella había hecho tantas veces. Y entonces comprendió que ella era buena amiga, compañera y conocida de mucha gente, pero no era amiga de verdad de nadie. Ella trataba de no contrariar a nadie, y hacer caso a todo el mundo, pero ahora descubría que eso no era suficiente para tener amigos de verdad. Así que cuando llegó a su casa hecha un mar de lágrimas, le preguntó a su madre dónde podía conseguir amigos de verdad.
- Famina, hija - respondió la madre - los amigos no son algo que se pueda comprar con una sonrisa o unas
buenas palabras. Si quieres amigos y amigas de verdad, tendrás que dedicarles tiempo y cariño. Con un amigo de verdad tienes que estar siempre disponible, en las buenas y en las malas.
- Pero yo quiero ser amiga de todos, ¡tengo que repartir el tiempo entre todos!- protestó Famina.
-Hija, tú eres encantadora -respondió su madre- pero no se puede ser amigo íntimo de todo el mundo. No hay tiempo suficiente para estar siempre dispuesto para todos, así que tus amigos de verdad sólo pueder ser unos pocos. El resto serán buenos amigos y conocidos, pero no serán amigos de verdad
Y Famina se fue decidida a cambiar para tener amigos de verdad . Y cuando estaba en la cama viendo qué podía hacer para conseguirlo, pensó en su madre: siempre estaba dispuesta a ayudarla, aguantaba todos sus disgustos y problemas, siempre le perdonaba, y la quería muchísimo... ¡eso era justo lo que hacen los amigos!. Y sonrió de oreja a oreja, pensando que ya tenía la mejor amiga que se podía desear.
castellana- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
comentario:
pues si los amigos han de ser pocos para poder estarse por ellos pero si no te estan amigo a ti igualmente lo tienes mal
a mi me da igual porque ya tengo amigos aqui el dia que tenga que volver al insti me da igual lo que me hagan ya no me importa
para mi mi madre es mi amiga y le cuento todo aunque aveces nos enfadamos un poco nos dura poco rato y me gustaria ser como ella y pintarme y llevar tacones y todo igual que ella
gracias titacaste
pues si los amigos han de ser pocos para poder estarse por ellos pero si no te estan amigo a ti igualmente lo tienes mal
a mi me da igual porque ya tengo amigos aqui el dia que tenga que volver al insti me da igual lo que me hagan ya no me importa
para mi mi madre es mi amiga y le cuento todo aunque aveces nos enfadamos un poco nos dura poco rato y me gustaria ser como ella y pintarme y llevar tacones y todo igual que ella
gracias titacaste
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
De los amigos hay una cosa importante que tienes que saber pero que aprendes con la edad.......Es mas importante la calidad que la cantidad.
Mira Alba, yo era como esta niña, tenia amigos por todos los lados, todos los días me llamaban diferentes para salir a un sitio o a otro, mi padre siempre me repetía: "Yoli, los amigos se cuentan con los dedos de una mano y te sobran dedos, tu tienes muchos conocidos, pero....¿has pensado cuantos amigos tienes?" yo siempre le contestaba que muchos, muchísimos, pero no fue verdad.......de todos aquellos me ha quedado, de verdad, UNA AMIGA,que se ha convertido casi en mi hermana, la madre de mis ahijados....los demás, sí están ahi, si voy a Bilbao, de vez en cuando quedamos para cenar o tomar un café, sin mas. Pero cuando la he necesitado quien ha estado conmigo es ella y a pesar de conocerla de toda la vida, de andar siempre juntas, no la consideré mi mejor amiga.......HASTA QUE ME VINE A SALAMANCA....fijate lo que hace la vida...
Mira Alba, yo era como esta niña, tenia amigos por todos los lados, todos los días me llamaban diferentes para salir a un sitio o a otro, mi padre siempre me repetía: "Yoli, los amigos se cuentan con los dedos de una mano y te sobran dedos, tu tienes muchos conocidos, pero....¿has pensado cuantos amigos tienes?" yo siempre le contestaba que muchos, muchísimos, pero no fue verdad.......de todos aquellos me ha quedado, de verdad, UNA AMIGA,que se ha convertido casi en mi hermana, la madre de mis ahijados....los demás, sí están ahi, si voy a Bilbao, de vez en cuando quedamos para cenar o tomar un café, sin mas. Pero cuando la he necesitado quien ha estado conmigo es ella y a pesar de conocerla de toda la vida, de andar siempre juntas, no la consideré mi mejor amiga.......HASTA QUE ME VINE A SALAMANCA....fijate lo que hace la vida...
castellana- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
LA GATA BLANCA (1)
Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Tres jóvenes tan fuertes y valerosos que el Rey temía que quisieran subir al trono antes de su muerte. Además corría el rumor que sus hijos pretendían por todos los medios convertirse en guerreros para apoderarse del reino. El Rey se estaba haciendo viejo, pero siendo aún joven de espíritu y sano de mente, no tenía la intención de ceder su puesto, ocupado con tanta dignidad. Entonces pensó que la mejor manera para vivir tranquilo fuese tenerlos contentos llenándoles de promesas que sabría desilusionar y mandar por los aires.
Los llamó a su gabinete y tras haber hablado con ellos de varias cosas, les habló de esta manera: “Mis queridos hijos, estaréis de acuerdo conmigo que mi avanzada edad no me permite atender los asuntos de Estado con la misma eficacia de antes. Temo que mis súbditos puedan sufrir las consecuencias, y por eso he decidido ceder mi corona a uno de los tres. Por otro lado, es justo que en recompensa por tan valioso regalo debéis complacerme en la decisión de retirarme al campo. Creo que un perrito listo, fiel y gracioso me podría hacer buena compañía, y así sin elegir a uno o a otro, declaro que aquel de los tres que me traiga el perrito más bonito será mi heredero".
Los príncipes se quedaron sorprendidos por el capricho de de su padre, pero los dos pequeños encontraron provecho y aceptaron complacidos la tarea de buscar un perrito. En cuanto al mayor, era demasiado tímido y respetuoso para hacer valer sus derechos como primogénito. El rey les proporcionó oro y piedras preciosas añadiendo que tras un año, ni más ni menos, en el mismo día y a la misma hora debían regresar y llevarle cada uno su perrito.
Antes de partir, los tres hermanos se reunieron en un castillo apenas unas millas distantes de la ciudad. Llevaron a sus amigos e hicieron una gran fiesta, jurándose los tres hermanos amistad eterna y acordando que cada uno iría por su cuenta, sin celos ni rencores y que de todas maneras, el afortunado dividiría una parte de su fortuna con los otros dos.
Y así se encaminaron tras haber fijado que al retorno se encontrarían antes en el mismo castillo para después ir juntos ante el rey. No quisieron escuderos que los ayudasen y cambiaron sus nombres para pasar desapercibidos. Cada uno tomó un camino diferente. Los dos mayores vivieron muchas aventuras pero yo os contaré sólo las del menor.
Era simpático y agradable, muy listo, distinguido y de elegantes maneras, bonitos dientes y una gran astucia. Cumplía con todos los requisitos para ser un caballero. Cantaba bien. Tocaba el laúd y la guitarra de maravilla. Pintaba sobre lienzo... resumiendo era un caballero completísimo y de un valor que rozaba la imprudencia. No No pasaba un día sin comprar perros grandes, pequeños, labradores, bull-dogs, de caza, españoles, caniches... tenía uno bonito y encontraba otro más bonito. Dejaba el primero para quedarse con el segundo porque para él sería imposible solo como estaba de cargarse con treinta o cuarenta mil perros, pues no le interesaba llevar como acompañante ningún caballero, escudero o paje.
Caminaba y caminaba, sin saber hacia donde se dirigía, hasta que se vio sorprendido en medio de la noche por un gran temporal en la profundidad de un bosque donde ni siquiera podía distinguir el camino que recorría.
Tomó la primera senda que se le presentaba y después de caminar por un rato, distinguió un poco de luz; y de esta se imaginó que no muy lejos debía haber una casa donde podría pasar la noche a cubierto. Guiado por la luz que veía, llegó a la puerta de un castillo, el más grandioso que se pueda imaginar. La puerta era de oro macizo, cubierta de tizones cuyo resplandor limpio y deslumbrante iluminaba los alrededores. Era la misma luz que lo había guiado desde lejos. Las murallas eran de porcelana transparente sobre la cual se representaban las historias de todas las hadas desde la creación del mundo en adelante a colores. No se habían olvidado de las famosas aventuras de Piel de Asno, La Bella Durmiente, Blanca Nieves y los Siete Enanitos, Cenicienta y muchos más. Le gustó muchísimo reconocer al Príncipe Duende por que era su tío de Bretaña.
La lluvia y la fría estación le quitaron las ganas de entretenerse por más tiempo en un lugar donde la lluvia le calaba hasta los huesos sin contar, que ya no llegaba a esa distancia el reflejo de los tizones y no veía más allá de sus narices. Volvió a la puerta de oro. Vio una pata de cabritillo cosido al final de una cadenita hecha de diamantes. No pudo evitar quedarse con la boca abierta no por la grandeza del cordón de la campanilla sino por la gran confianza de los que vivían en aquel palacio."Porque -se decía- ¿qué impediría a los ladrones descolgar la cadena y llevarse los tizones? Sería la mejor manera para volverse ricos de golpe".
Tiró de la pata de cabritillo. Sonó una campanilla que por su sonido parecía ser de oro y plata. En un instante la puerta se abrió, dejándolo ver nada más que una docena de manos flotando en el aire cada una sosteniendo una antorcha encendida. Con aquella visión se quedó tan impresionado que no sabía si decidirse a entrar. De repente sintió otras manos que le empujaban con una gran insistencia. Lo hicieron entrar en contra de su voluntad y como precaución posó su mano sobre la empuñadura de su espada. En ese momento sintió dos voces angelicales que, atravesando un vestíbulo todo incrustado de roca y lapislázuli, cantaban de esta manera:
"De las manos que veis
no tengáis desconfianza
que bajo este techo
nada hay que temer
tan solo que vuestro corazón
no caiga rendido de amor
de la cautivadora gracia de una dulce carita".
No podía pensar que lo invitasen con tan buenos modos para después hacerle una mala pasada y sintiéndose transportado hacia una gran puerta de coral que se abría ante él, entró en una inmensa sala completamente cubierta de nácar. Pasó en una y en otra sala decorada de mil maneras diferentes; de pinturas valiosísimas, de preciosos mármoles, hasta dejarlo sin palabras.
Millones y millones de luces del techo iluminaban todo el suelo. Todas las habitaciones estaban llenas de lámparas con reflejos de mil colores y candelabros cuajados de velas. Era tan maravilloso que parecía un sueño. Una vez atravesadas unas setenta habitaciones, las manos que lo guiaban lo detuvieron y pudo ver como un enorme y cómodo sillón se colocaba junto a la chimenea encendida como por arte de magia. Las manos le parecían preciosas; blancas, pequeñas, regordetas pero bien proporcionadas. Comenzaron a desnudarlo porque, como os había dicho, estaba empapado y no era el caso pillar un resfriado. Ante él se presentó una elegantísima camisa que parecía una camisa de boda junto a un batín de tela ribeteada con hilos de oro y bordada con diminutas esmeraldas formando números y arabescos. Las manos sin cuerpo, le acercaron al cuarto de baño que era una maravilla. Lo peinaron con tanta gracia y maestría que quedó encantado. Después lo vistieron, no con sus ropas mojadas, sino con un bonito traje. Sorprendido y casi sin respiración por todo aquello que sucedía ante sus ojos, sentía algún que otro escalofrío de terror que no podía contener. Una vez peinado y vestido de gala que daba gusto verlo, las manos de siempre lo condujeron a una magnífica sala por sus muebles y adornos dorados. En sus paredes se veían representadas las historias de los gatos más famosos: Bola de Grasa colgado por los pies en el Consejo de las Ratas; El gato con Botas, marqués de Carabás; El gato Escribano; El gato transformado en mujer; los ratones convertidos en gatos; El Sabbath y todas sus brujerías... en fin no había cosa más original que esos cuadros.
La mesa estaba puesta con dos cubiertos y dos servilletas, cada una con su lacito de oro. La alacena dejaba con la boca abierta por la cantidad de vasos de cristal de bohemia y piedras preciosas. El príncipe se estaba preguntando para quienes eran esos cubiertos cuando vio que algunos gatos tomaban asiento en una pequeña orquesta hecha a medida para ellos. Uno llevaba un libro lleno de notas y alcaparrones, otro tenía en sus manos un cuaderno enrollado para marcar el compás, los demás tenían unas pequeñas guitarras. Todos al unísono comenzaron a maullar con tonos diferentes y a rascar con las uñas las cuerdas de las guitarras. El príncipe hubiera creído que había ido a parar al infierno si no fuera por el palacio que era demasiado maravilloso como para desechar las sospechas. No pudiendo hacer nada por evitarlo, se tapaba los oídos y se echaba a reír al ver los gestos y muecas de aquellos musicuchos de una raza tan original.
Mientras pensaba en las numerosas cosas que le habían sucedido en aquel castillo, vio entrar no mas alta de media braza, a una especie de muñequita cubierta de pies a cabeza por un largo velo de crespón negro. La acompañaban dos gatos también oscuros con una capa y la espada que le descansaba en el costado. Detrás de ellos, un numeroso cortejo llevaba trampas y jaulas llenas de ratas y ratones. El príncipe estupefacto no sabía que pensar. Mientras la muñequita se aproximó y dejó caer su velo hacia atrás, pudo ver la más hermosa gatita que existió o que jamás existirá en este mundo. Parecía joven y afligida. Su maullido era tan dulce y amable que llegaba directamente al corazón. Le dijo al príncipe: “Hijo de Rey, sed bienvenido. Mi maullante majestad se complace al verte”.
Señora gata -respondió el príncipe- vos habéis sido muy generosa al recibirme tan cortésmente. Tenéis el aire de ser un animalito fuera de lo común. El don de la palabra y el bellísimo castillo que poseéis son una prueba indiscutible”.
“Hijo de Rey” -respondió la gata - “te ruego no hacedme cumplidos pues soy simple en modos y palabras y tengo buen corazón, ¡vamos!" -animó – “sírvase de la mesa y los músicos se queden en silencio porque de todas maneras el Príncipe no entiende nada de lo que dicen”.
¿Acaso dicen algo?”, preguntó.
“¡Claro!” -añadió la gata- "son compositores con una destacada sensibilidad y si permanecéis un poco entre nosotros, os daréis cuenta fácilmente".
"Basta escucharlos para creerlo al instante" -dijo el Príncipe muy galante- y por esto, oh, señora, os considero una gata especial".
Se sirvió la cena traída por las mismas manos que pertenecían a los cuerpos invisibles. Colocaron dos pasteles: Uno de pichones y otro de ratones gruesos como calabazas. La vista de este último le quitó al Príncipe las ganas de probar el primero sospechando que los dos habían sido cocinados por el mismo cocinero y por lo tanto con el mismo estilo. La gatita viéndole hacer muecas le leyó el pensamiento asegurándole que se habían cocinado por separado y podía comer tranquilo los platos pues no existía peligro alguno de encontrar dentro ratas o ratones. Al príncipe no se lo tuvieron que decir dos veces, pues estaba convencido que la hermosa gatita no podía tener motivos para engañarlo. Y mientras comía le llamó la atención un pequeño retrato que ella tenía pegado a una pata. Le preguntó si quería mostrárselo, creyendo que lo conocía. Quedó desconcertado al ver que era un joven tan atractivo que no concebía la idea que la madre naturaleza hubiera creado otro igual. Pero el retrato se asemejaba tanto a él que sólo le faltaba hablar. Ella suspiró y se volvió tan triste que el Príncipe no tuvo el coraje de preguntarle por el temor de disgustar a la Gata y entristecerla aún más. Se pusieron al corriente de las últimas noticias y le pareció informadísima de los planes futuros de las casas principescas y de todos los hechos que acontecían en el mundo. Terminada la cena, la Gata Blanca hizo pasar a su invitado a una gran sala con un teatro donde danzaban doce gatos y doce monas. Unos vestidos de moros las otras de chinas. ¡Imaginaos la de saltos y cabriolas que daban y los arañazos y pisotones que de vez en cuando se propinaban entre ellos!
Así terminó la velada. La Gata Blanca dio las buenas noches a su huésped y las manos, que le habían conducido hasta allí, lo acompañaron a una habitación que era totalmente diferente de las que había visitado. Podría decirse más elegante que grandiosa: Tapizada de arriba a abajo de alas de mariposa cuyos variados colores formaban mil flores diversas. Había incluso plumas de aves de especies rarísimas y que quizás sólo se podían encontrar en aquel lugar. La cama era de velo transparente con brillantes lazos de seda, grandes espejos por todos lados desde el suelo hasta el techo, enmarcados por millones y millones de querubines cincelados de oro. El Príncipe se metió en la cama sin decir palabra porque era imposible pedir un poco de conversación a las manos que lo servían. Durmió poco y le despertó un ruido extraño. Las manos ya preparadas lo sacaron de la cama y le pusieron un traje de cazador. Desde la ventana dio un vistazo a la corte del castillo. Más de quinientos gatos, algunos con perros de caza con correa y el resto tocaban el corno inglés. Era una gran fiesta.
La Gata Blanca iba de caza y quería que el Príncipe participase. Las manos, siempre a su servicio, le presentaron un caballo de madera que corría al trote como al galope que era una delicia. Se resistía a montarlo argumentando que parecía el caballero de la triste figura Don Quijote. Sus quejas duraron poco porque se encontró suspendido en el aire y colocado sobre el caballo de madera que vestía una gualdrapa y una silla bordada de oro y diamantes. La Gata Blanca cabalgaba un chimpancé, el más bonito e intrépido que jamás se pudo ver. Había dejado el velo y llevaba un sombrero de amazona que le daba un aspecto salvaje aterrorizando a todos los ratones del lugar. No existía una cacería tan divertida como aquella. Los gatos corrían más que los conejos y las liebres. Cuando apresaban algún animal, la Gata Blanca quería que se lo comieran en su presencia cosa que daba lugar a mil juegos de agilidad y destreza. Ni siquiera los pájaros, con su dulce cantar, estaban a salvo porque los gatitos trepaban por los árboles. Mientras tanto el chimpancé llevaba a la Gata Blanca hasta los mismos nidos de las águilas para que se sirviera a placer de las pequeñas delicias aguileñas.
Finalizada la caza, ella tomó un corno largo como un dedo y con un sonido tan claro y potente que se sentía perfectamente a cien millas de distancia. Una vez hechos dos o tres toques de corno, se encontró rodeada de todos los gatos del país; algunos llegaron por los aires en una carroza, otros por mar en barcas. En resumidas cuentas era un espectáculo nunca visto. Casi todos iban vestidos de manera diferente. Gata Blanca acompañada por este pomposo cortejo regresó a palacio y rogó al Príncipe que viniera también. Él agradeció la invitación aunque todo este gaterío le pareciera cosa de brujería y la gata parlante más misteriosa y extraña que todo el resto.
Apenas entró en el palacio le trajeron su velo negro. Cenó con el Príncipe que tenía un hambre que parecían dos príncipes y al final comió por cuatro. Sirvieron los licores que probó complacido olvidándose del perrito prometido al Rey. Desde aquel momento no tenía otra cosa en que pensar que estar con los maullidos de Gata Blanca y de gozar de su buena y fiel compañía. Los días transcurrían con agradables fiestas, ir de pesca, ir de caza, después bailes, torneos y más entretenimientos que lo divertían tantísimo. Con frecuencia la Gata con gusto le recitaba poesías y canciones de un estilo tan apasionado que mostraba la sensibilidad de su corazón y también ciertas cosas que no se sabrían expresar a menos que no se estuviese enamorado. Sin embargo su secretario, un viejo soriano, poseía tan mala mano para la escritura, que de las obras que hoy se conservan son imposibles de leer o de ordenar.
El Príncipe se olvidó de todo hasta de su país. Las manos continuaban siempre a su servicio. A veces se arrepentía de no haber nacido gato para pasar toda su vida en tan agradable compañía; "pobre de mí " - confesaba a la Gata Blanca- "me volvería loco si tuviera que abandonarte, ¡os quiero tanto! Transformaos en mujer o convertidme en gato". En cambio ella, secretamente llena de gozo por aquellas palabras, le respondía con argumentos tan ambiguos que lo despistaban.
Un año pasa rápido, sobretodo cuando no se tienen problemas en los que pensar. Cuando se está sano como una manzana y no tenemos tiempo para aburrirnos. Gata Blanca sabía el día en que debía regresar a casa y como el Príncipe parecía no acordarse ella se lo recordó: “¿Sabes que te faltan sólo tres días para llevar el deseado perrito a tu padre y que tus hermanos han encontrado unos lindísimos?".El Príncipe volvió en sí, maravillándose de su olvido."¿Qué agradable hechizo ha hecho que se me olvidase una cosa tan importante para mí?. Está en juego mi fortuna y mi gloria. ¿Dónde encontraré un perrito como se debe, merecedor de un reino y un caballo veloz para llegar a tiempo?" - se preguntó el Príncipe inquieto y de mal humor -. Gata Blanca con su vocecita le dijo: "Hijo de Rey, no caigas en la desesperación, soy uno de tus amigos. Puedes quedarte un día más porque si bien hay más de dos mil millas de distancia de tu país, el caballo de madera te llevará en menos de doce horas"."Os lo agradezco, mi hermosa Gata" -dijo el Príncipe emocionado- "por otra parte no basta volver a tiempo si no le llevo también un perrito". "Ten -le dijo la Gata- aquí tienes una bellota, dentro encontrarás el perro más bonito de la misma canícula". "Venga, venga señora Gata" -bromeó incrédulo el Príncipe - vuestra majestad se burla de mí". "Acerca la bellota a tu oído y lo sentirás ladrar" - dijo la Gata -. Él obedeció y escuchó al momento el perrito que hacía guau guau. El Príncipe saltaba de alegría porque un perrito que está en una bellota debía ser verdaderamente pequeñito. Quería abrirla porque se moría de ganas de verlo, pero la Gata le dijo que sentiría frío por el camino y que era mejor esperar que estuviera delante del Rey. El Príncipe le dio las gracias miles y miles de veces diciéndole adiós con una gran tristeza en su corazón; "os juro que los días se me han pasado como un rayo. Siento tanto dejaros y porque sois la soberana de este reino y los gatos de vuestra corte son más simpáticos y galantes que los nuestros, no oso a invitaros a venir conmigo". La Gata al oír la posición, respondió con un profundo suspiro.
El Príncipe llegó primero donde era fijado el encuentro con sus hermanos. Estos llegaron poco después y quedaron asombrados al ver el caballo de madera que trotaba mejor que aquellos de la escuela de equitación. El Príncipe fue a su encuentro. Se abrazaron repetidas veces y se contaron las aventuras de sus viajes, pero nuestro Príncipe no contó toda la verdad de lo que le había sucedido y enseñó a sus hermanos un perrucho medio calvo explicándoles que le parecía gracioso y que por ello decidió llevarlo a su padre. Por mucho que se quisieran entre hermanos, los mayores sintieron una secreta alegría por la mala elección del pequeño. Como estaban sentados a la mesa, se daban patadas debajo de ésta diciéndose entre ellos que no había que preocuparse del Príncipe.
Al día siguiente volvieron los tres juntos en la misma carroza que hace un año los vio partir. Los hijos mayores del Rey tenían en unas canastillas sus perritos tan lindos y delicados que daba miedo tocarlos por el temor que se rompiesen. El menor tenía su perro de estreno casi calvo que nadie quería tener a su lado. Nada más llegar a palacio todos fueron a darles la bienvenida. Luego pasaron a las estancias del Rey. No sabía por cual perrito decidirse porque los de sus hijos mayores eran pares en belleza. Mientras los dos hermanos se disputaban la sucesión al trono, el Príncipe sacó del bolsillo la bellota que Gata Blanca le había dado. La abrió en presencia de todos y uno a uno pudo ver acurrucado en una bolita de algodón un perrito. Este podía pasar a través de un anillo de la mano sin ni siquiera tocarlo. El Príncipe lo posó en el suelo y empezó a bailar flamenco acompañado de guitarras y castañuelas con tanta gracia y sentimiento que no podía haberlo hecho mejor ni la más famosa "bailaora" española. Era de mil colores, todos de tonos diferentes y el pelo y las orejas le caían hasta el suelo. El Rey se sintió en un aprieto porque era difícil encontrar un defecto en aquel perrito. De todos modos, no tenía la intención de desprenderse de su corona. Cada piedra preciosa valía mucho más que todos los perros del universo. Entonces dijo a sus hijos que estaba contentísimo por lo que habían hecho y dado que habían sido capaces de resolver la prueba, deseaba poner otra para probar de nuevo su astucia antes de cumplir lo prometido. Les dio un plazo de un año para buscar una tela que fuese tan delgada que pudiera pasar por el ojo de una aguja de bordar. Los tres príncipes se sintieron desilusionados por tener que empezar a buscar otra vez. Los dos príncipes cuyos perros eran menos bonitos que del hermano menor se resignaron. Cada uno salió de viaje sin una despedida tan emotiva como al principio porque el lindo perrito había causado un distanciamiento entre los hermanos. Nuestro Príncipe montó en su caballo y sin preocuparse de nada que no tuviera que ver con la Gata Blanca, salió al galope retornando al castillo donde le habían recibido con tan cálida acogida. Se encontró con todas las puertas cerradas y las murallas iluminadas por cien mil antorchas que proporcionaban un efecto mágico. Las manos que le había servido siempre con tanta precisión, salieron a su encuentro. Tomaron la rienda del eficiente caballo de madera y lo llevaron al establo mientras el Príncipe se dirigía a la habitación de Gata Blanca.
Estaba tumbada dentro de una cestita donde reposaba en un almohadón de seda blanca como la nieve. Su peinado estaba descuidado y parecía triste y abatida. Apenas vio al Príncipe dio mil saltos de alegría para que se diera cuenta de la felicidad que sentía."¿Quién podía imaginar que volverías? Te confieso Hijo de Rey que no contaba con ello. Normalmente tengo mala suerte en eso de hacer realidad mis deseos. Parece que esta vez la fortuna me sonríe". El Príncipe la llenó de caricias y le narró el resultado de su viaje que seguro ella sabía mejor que él. Le comentó la idea del Rey de una tela que pudiese pasar por el ojo de una aguja, cosa que le parecía imposible pero quería intentarlo de todas maneras. Le agradeció de nuevo lo mucho que lo había ayudado con aquel milagro del perrito y por su amistad. Gata Blanca un poco seria, le respondió que no se preocupase porque por suerte tenía en su castillo unas gatas que eran buenísimas hilando y que podrían darle una mano para encargarse del trabajo. En otras palabras, podía estar tranquilo porque podría obtener lo que buscaba sin tener que dar vueltas por el mundo.
Al instante, las manos que llevaban las antorchas aparecieron y el Príncipe y Gata Blanca las siguieron hasta una magnífica terraza cubierta que daba a un gran río donde presenciarían fuegos artificiales. Eran cuatro gatos condenados a la hoguera a los que se les había hecho un juicio justo. Se les acusaba de haber comido el asado preparado para la cena de Gata Blanca, su queso, bebido su leche y haber conspirado en su contra con Cara de Muerto y el Ermitaño, ratones famosos del lugar, incluso reconocidos como tales por el célebre escritor La-Fontaine. Todos sabían que durante el juicio se habían producido muchos enredos y casi todos los testigos habían aceptado algún soborno. Así que el Príncipe les hizo obtener un indulto y los fuegos artificiales no tuvieron lugar. De esta manera no se vieron ni tracas ni cohetes.
Se sirvió la cena que el Príncipe saboreó y disfrutó mucho más que con las tracas y los cohetes. Tenía un hambre canina porque había cabalgado ininterrumpidamente con el caballo de madera que corría como una locomotora. Los días pasaban con fiestas día y noche siempre diferentes teniendo así la Gata Blanca contento a su huésped. No existía mortal que se divirtiese tanto sólo con la compañía de los gatos.
La Gata tenía un carácter amable, seductor adecuado a cada ocasión. Sabía más de lo que podía saber un gato común y esto en ciertas ocasiones sorprendía al Príncipe.
"No -decía- las maravillas que veo en vos no son comunes. Si me queréis de verdad, queridísima Gatita, decidme que milagro os hace hablar y pensar con tanta sabiduría, serías digna de ocupar un lugar entre los genios de la Academia".
"Basta con esas preguntas, Hijo de Rey, no me es permitido responderte. Puedes romperte la cabeza cuanto quieras. ¡Eres libre de hacerlo! Es suficiente conque sepas que siempre tendrás una patita cubierta con un guante de terciopelo para ti y que todo lo que te pase será como será como si me pasara a mí también".
Pasó el segundo año, sin marcharse de allí como el primero. Al Príncipe no le daba tiempo para desear una cosa para que las manos, siempre dispuestas, se la llevasen al momento, fueran libros, gemas, cuadros o antiguas medallas. En fin, nada más decir “quiero tal joya que está en el despacho del Rey de Persia, la estatua de Corinto o Grecia” que al instante veía aparecer ante él lo deseado sin saber quién o de dónde viniese. Es un mágico don que tiene sus encantos y si se tomase verdaderamente en serio y no como un pasatiempo, nos daría ganas de convertirnos en dueños de los más maravillosos tesoros de la Tierra.
Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Tres jóvenes tan fuertes y valerosos que el Rey temía que quisieran subir al trono antes de su muerte. Además corría el rumor que sus hijos pretendían por todos los medios convertirse en guerreros para apoderarse del reino. El Rey se estaba haciendo viejo, pero siendo aún joven de espíritu y sano de mente, no tenía la intención de ceder su puesto, ocupado con tanta dignidad. Entonces pensó que la mejor manera para vivir tranquilo fuese tenerlos contentos llenándoles de promesas que sabría desilusionar y mandar por los aires.
Los llamó a su gabinete y tras haber hablado con ellos de varias cosas, les habló de esta manera: “Mis queridos hijos, estaréis de acuerdo conmigo que mi avanzada edad no me permite atender los asuntos de Estado con la misma eficacia de antes. Temo que mis súbditos puedan sufrir las consecuencias, y por eso he decidido ceder mi corona a uno de los tres. Por otro lado, es justo que en recompensa por tan valioso regalo debéis complacerme en la decisión de retirarme al campo. Creo que un perrito listo, fiel y gracioso me podría hacer buena compañía, y así sin elegir a uno o a otro, declaro que aquel de los tres que me traiga el perrito más bonito será mi heredero".
Los príncipes se quedaron sorprendidos por el capricho de de su padre, pero los dos pequeños encontraron provecho y aceptaron complacidos la tarea de buscar un perrito. En cuanto al mayor, era demasiado tímido y respetuoso para hacer valer sus derechos como primogénito. El rey les proporcionó oro y piedras preciosas añadiendo que tras un año, ni más ni menos, en el mismo día y a la misma hora debían regresar y llevarle cada uno su perrito.
Antes de partir, los tres hermanos se reunieron en un castillo apenas unas millas distantes de la ciudad. Llevaron a sus amigos e hicieron una gran fiesta, jurándose los tres hermanos amistad eterna y acordando que cada uno iría por su cuenta, sin celos ni rencores y que de todas maneras, el afortunado dividiría una parte de su fortuna con los otros dos.
Y así se encaminaron tras haber fijado que al retorno se encontrarían antes en el mismo castillo para después ir juntos ante el rey. No quisieron escuderos que los ayudasen y cambiaron sus nombres para pasar desapercibidos. Cada uno tomó un camino diferente. Los dos mayores vivieron muchas aventuras pero yo os contaré sólo las del menor.
Era simpático y agradable, muy listo, distinguido y de elegantes maneras, bonitos dientes y una gran astucia. Cumplía con todos los requisitos para ser un caballero. Cantaba bien. Tocaba el laúd y la guitarra de maravilla. Pintaba sobre lienzo... resumiendo era un caballero completísimo y de un valor que rozaba la imprudencia. No No pasaba un día sin comprar perros grandes, pequeños, labradores, bull-dogs, de caza, españoles, caniches... tenía uno bonito y encontraba otro más bonito. Dejaba el primero para quedarse con el segundo porque para él sería imposible solo como estaba de cargarse con treinta o cuarenta mil perros, pues no le interesaba llevar como acompañante ningún caballero, escudero o paje.
Caminaba y caminaba, sin saber hacia donde se dirigía, hasta que se vio sorprendido en medio de la noche por un gran temporal en la profundidad de un bosque donde ni siquiera podía distinguir el camino que recorría.
Tomó la primera senda que se le presentaba y después de caminar por un rato, distinguió un poco de luz; y de esta se imaginó que no muy lejos debía haber una casa donde podría pasar la noche a cubierto. Guiado por la luz que veía, llegó a la puerta de un castillo, el más grandioso que se pueda imaginar. La puerta era de oro macizo, cubierta de tizones cuyo resplandor limpio y deslumbrante iluminaba los alrededores. Era la misma luz que lo había guiado desde lejos. Las murallas eran de porcelana transparente sobre la cual se representaban las historias de todas las hadas desde la creación del mundo en adelante a colores. No se habían olvidado de las famosas aventuras de Piel de Asno, La Bella Durmiente, Blanca Nieves y los Siete Enanitos, Cenicienta y muchos más. Le gustó muchísimo reconocer al Príncipe Duende por que era su tío de Bretaña.
La lluvia y la fría estación le quitaron las ganas de entretenerse por más tiempo en un lugar donde la lluvia le calaba hasta los huesos sin contar, que ya no llegaba a esa distancia el reflejo de los tizones y no veía más allá de sus narices. Volvió a la puerta de oro. Vio una pata de cabritillo cosido al final de una cadenita hecha de diamantes. No pudo evitar quedarse con la boca abierta no por la grandeza del cordón de la campanilla sino por la gran confianza de los que vivían en aquel palacio."Porque -se decía- ¿qué impediría a los ladrones descolgar la cadena y llevarse los tizones? Sería la mejor manera para volverse ricos de golpe".
Tiró de la pata de cabritillo. Sonó una campanilla que por su sonido parecía ser de oro y plata. En un instante la puerta se abrió, dejándolo ver nada más que una docena de manos flotando en el aire cada una sosteniendo una antorcha encendida. Con aquella visión se quedó tan impresionado que no sabía si decidirse a entrar. De repente sintió otras manos que le empujaban con una gran insistencia. Lo hicieron entrar en contra de su voluntad y como precaución posó su mano sobre la empuñadura de su espada. En ese momento sintió dos voces angelicales que, atravesando un vestíbulo todo incrustado de roca y lapislázuli, cantaban de esta manera:
"De las manos que veis
no tengáis desconfianza
que bajo este techo
nada hay que temer
tan solo que vuestro corazón
no caiga rendido de amor
de la cautivadora gracia de una dulce carita".
No podía pensar que lo invitasen con tan buenos modos para después hacerle una mala pasada y sintiéndose transportado hacia una gran puerta de coral que se abría ante él, entró en una inmensa sala completamente cubierta de nácar. Pasó en una y en otra sala decorada de mil maneras diferentes; de pinturas valiosísimas, de preciosos mármoles, hasta dejarlo sin palabras.
Millones y millones de luces del techo iluminaban todo el suelo. Todas las habitaciones estaban llenas de lámparas con reflejos de mil colores y candelabros cuajados de velas. Era tan maravilloso que parecía un sueño. Una vez atravesadas unas setenta habitaciones, las manos que lo guiaban lo detuvieron y pudo ver como un enorme y cómodo sillón se colocaba junto a la chimenea encendida como por arte de magia. Las manos le parecían preciosas; blancas, pequeñas, regordetas pero bien proporcionadas. Comenzaron a desnudarlo porque, como os había dicho, estaba empapado y no era el caso pillar un resfriado. Ante él se presentó una elegantísima camisa que parecía una camisa de boda junto a un batín de tela ribeteada con hilos de oro y bordada con diminutas esmeraldas formando números y arabescos. Las manos sin cuerpo, le acercaron al cuarto de baño que era una maravilla. Lo peinaron con tanta gracia y maestría que quedó encantado. Después lo vistieron, no con sus ropas mojadas, sino con un bonito traje. Sorprendido y casi sin respiración por todo aquello que sucedía ante sus ojos, sentía algún que otro escalofrío de terror que no podía contener. Una vez peinado y vestido de gala que daba gusto verlo, las manos de siempre lo condujeron a una magnífica sala por sus muebles y adornos dorados. En sus paredes se veían representadas las historias de los gatos más famosos: Bola de Grasa colgado por los pies en el Consejo de las Ratas; El gato con Botas, marqués de Carabás; El gato Escribano; El gato transformado en mujer; los ratones convertidos en gatos; El Sabbath y todas sus brujerías... en fin no había cosa más original que esos cuadros.
La mesa estaba puesta con dos cubiertos y dos servilletas, cada una con su lacito de oro. La alacena dejaba con la boca abierta por la cantidad de vasos de cristal de bohemia y piedras preciosas. El príncipe se estaba preguntando para quienes eran esos cubiertos cuando vio que algunos gatos tomaban asiento en una pequeña orquesta hecha a medida para ellos. Uno llevaba un libro lleno de notas y alcaparrones, otro tenía en sus manos un cuaderno enrollado para marcar el compás, los demás tenían unas pequeñas guitarras. Todos al unísono comenzaron a maullar con tonos diferentes y a rascar con las uñas las cuerdas de las guitarras. El príncipe hubiera creído que había ido a parar al infierno si no fuera por el palacio que era demasiado maravilloso como para desechar las sospechas. No pudiendo hacer nada por evitarlo, se tapaba los oídos y se echaba a reír al ver los gestos y muecas de aquellos musicuchos de una raza tan original.
Mientras pensaba en las numerosas cosas que le habían sucedido en aquel castillo, vio entrar no mas alta de media braza, a una especie de muñequita cubierta de pies a cabeza por un largo velo de crespón negro. La acompañaban dos gatos también oscuros con una capa y la espada que le descansaba en el costado. Detrás de ellos, un numeroso cortejo llevaba trampas y jaulas llenas de ratas y ratones. El príncipe estupefacto no sabía que pensar. Mientras la muñequita se aproximó y dejó caer su velo hacia atrás, pudo ver la más hermosa gatita que existió o que jamás existirá en este mundo. Parecía joven y afligida. Su maullido era tan dulce y amable que llegaba directamente al corazón. Le dijo al príncipe: “Hijo de Rey, sed bienvenido. Mi maullante majestad se complace al verte”.
Señora gata -respondió el príncipe- vos habéis sido muy generosa al recibirme tan cortésmente. Tenéis el aire de ser un animalito fuera de lo común. El don de la palabra y el bellísimo castillo que poseéis son una prueba indiscutible”.
“Hijo de Rey” -respondió la gata - “te ruego no hacedme cumplidos pues soy simple en modos y palabras y tengo buen corazón, ¡vamos!" -animó – “sírvase de la mesa y los músicos se queden en silencio porque de todas maneras el Príncipe no entiende nada de lo que dicen”.
¿Acaso dicen algo?”, preguntó.
“¡Claro!” -añadió la gata- "son compositores con una destacada sensibilidad y si permanecéis un poco entre nosotros, os daréis cuenta fácilmente".
"Basta escucharlos para creerlo al instante" -dijo el Príncipe muy galante- y por esto, oh, señora, os considero una gata especial".
Se sirvió la cena traída por las mismas manos que pertenecían a los cuerpos invisibles. Colocaron dos pasteles: Uno de pichones y otro de ratones gruesos como calabazas. La vista de este último le quitó al Príncipe las ganas de probar el primero sospechando que los dos habían sido cocinados por el mismo cocinero y por lo tanto con el mismo estilo. La gatita viéndole hacer muecas le leyó el pensamiento asegurándole que se habían cocinado por separado y podía comer tranquilo los platos pues no existía peligro alguno de encontrar dentro ratas o ratones. Al príncipe no se lo tuvieron que decir dos veces, pues estaba convencido que la hermosa gatita no podía tener motivos para engañarlo. Y mientras comía le llamó la atención un pequeño retrato que ella tenía pegado a una pata. Le preguntó si quería mostrárselo, creyendo que lo conocía. Quedó desconcertado al ver que era un joven tan atractivo que no concebía la idea que la madre naturaleza hubiera creado otro igual. Pero el retrato se asemejaba tanto a él que sólo le faltaba hablar. Ella suspiró y se volvió tan triste que el Príncipe no tuvo el coraje de preguntarle por el temor de disgustar a la Gata y entristecerla aún más. Se pusieron al corriente de las últimas noticias y le pareció informadísima de los planes futuros de las casas principescas y de todos los hechos que acontecían en el mundo. Terminada la cena, la Gata Blanca hizo pasar a su invitado a una gran sala con un teatro donde danzaban doce gatos y doce monas. Unos vestidos de moros las otras de chinas. ¡Imaginaos la de saltos y cabriolas que daban y los arañazos y pisotones que de vez en cuando se propinaban entre ellos!
Así terminó la velada. La Gata Blanca dio las buenas noches a su huésped y las manos, que le habían conducido hasta allí, lo acompañaron a una habitación que era totalmente diferente de las que había visitado. Podría decirse más elegante que grandiosa: Tapizada de arriba a abajo de alas de mariposa cuyos variados colores formaban mil flores diversas. Había incluso plumas de aves de especies rarísimas y que quizás sólo se podían encontrar en aquel lugar. La cama era de velo transparente con brillantes lazos de seda, grandes espejos por todos lados desde el suelo hasta el techo, enmarcados por millones y millones de querubines cincelados de oro. El Príncipe se metió en la cama sin decir palabra porque era imposible pedir un poco de conversación a las manos que lo servían. Durmió poco y le despertó un ruido extraño. Las manos ya preparadas lo sacaron de la cama y le pusieron un traje de cazador. Desde la ventana dio un vistazo a la corte del castillo. Más de quinientos gatos, algunos con perros de caza con correa y el resto tocaban el corno inglés. Era una gran fiesta.
La Gata Blanca iba de caza y quería que el Príncipe participase. Las manos, siempre a su servicio, le presentaron un caballo de madera que corría al trote como al galope que era una delicia. Se resistía a montarlo argumentando que parecía el caballero de la triste figura Don Quijote. Sus quejas duraron poco porque se encontró suspendido en el aire y colocado sobre el caballo de madera que vestía una gualdrapa y una silla bordada de oro y diamantes. La Gata Blanca cabalgaba un chimpancé, el más bonito e intrépido que jamás se pudo ver. Había dejado el velo y llevaba un sombrero de amazona que le daba un aspecto salvaje aterrorizando a todos los ratones del lugar. No existía una cacería tan divertida como aquella. Los gatos corrían más que los conejos y las liebres. Cuando apresaban algún animal, la Gata Blanca quería que se lo comieran en su presencia cosa que daba lugar a mil juegos de agilidad y destreza. Ni siquiera los pájaros, con su dulce cantar, estaban a salvo porque los gatitos trepaban por los árboles. Mientras tanto el chimpancé llevaba a la Gata Blanca hasta los mismos nidos de las águilas para que se sirviera a placer de las pequeñas delicias aguileñas.
Finalizada la caza, ella tomó un corno largo como un dedo y con un sonido tan claro y potente que se sentía perfectamente a cien millas de distancia. Una vez hechos dos o tres toques de corno, se encontró rodeada de todos los gatos del país; algunos llegaron por los aires en una carroza, otros por mar en barcas. En resumidas cuentas era un espectáculo nunca visto. Casi todos iban vestidos de manera diferente. Gata Blanca acompañada por este pomposo cortejo regresó a palacio y rogó al Príncipe que viniera también. Él agradeció la invitación aunque todo este gaterío le pareciera cosa de brujería y la gata parlante más misteriosa y extraña que todo el resto.
Apenas entró en el palacio le trajeron su velo negro. Cenó con el Príncipe que tenía un hambre que parecían dos príncipes y al final comió por cuatro. Sirvieron los licores que probó complacido olvidándose del perrito prometido al Rey. Desde aquel momento no tenía otra cosa en que pensar que estar con los maullidos de Gata Blanca y de gozar de su buena y fiel compañía. Los días transcurrían con agradables fiestas, ir de pesca, ir de caza, después bailes, torneos y más entretenimientos que lo divertían tantísimo. Con frecuencia la Gata con gusto le recitaba poesías y canciones de un estilo tan apasionado que mostraba la sensibilidad de su corazón y también ciertas cosas que no se sabrían expresar a menos que no se estuviese enamorado. Sin embargo su secretario, un viejo soriano, poseía tan mala mano para la escritura, que de las obras que hoy se conservan son imposibles de leer o de ordenar.
El Príncipe se olvidó de todo hasta de su país. Las manos continuaban siempre a su servicio. A veces se arrepentía de no haber nacido gato para pasar toda su vida en tan agradable compañía; "pobre de mí " - confesaba a la Gata Blanca- "me volvería loco si tuviera que abandonarte, ¡os quiero tanto! Transformaos en mujer o convertidme en gato". En cambio ella, secretamente llena de gozo por aquellas palabras, le respondía con argumentos tan ambiguos que lo despistaban.
Un año pasa rápido, sobretodo cuando no se tienen problemas en los que pensar. Cuando se está sano como una manzana y no tenemos tiempo para aburrirnos. Gata Blanca sabía el día en que debía regresar a casa y como el Príncipe parecía no acordarse ella se lo recordó: “¿Sabes que te faltan sólo tres días para llevar el deseado perrito a tu padre y que tus hermanos han encontrado unos lindísimos?".El Príncipe volvió en sí, maravillándose de su olvido."¿Qué agradable hechizo ha hecho que se me olvidase una cosa tan importante para mí?. Está en juego mi fortuna y mi gloria. ¿Dónde encontraré un perrito como se debe, merecedor de un reino y un caballo veloz para llegar a tiempo?" - se preguntó el Príncipe inquieto y de mal humor -. Gata Blanca con su vocecita le dijo: "Hijo de Rey, no caigas en la desesperación, soy uno de tus amigos. Puedes quedarte un día más porque si bien hay más de dos mil millas de distancia de tu país, el caballo de madera te llevará en menos de doce horas"."Os lo agradezco, mi hermosa Gata" -dijo el Príncipe emocionado- "por otra parte no basta volver a tiempo si no le llevo también un perrito". "Ten -le dijo la Gata- aquí tienes una bellota, dentro encontrarás el perro más bonito de la misma canícula". "Venga, venga señora Gata" -bromeó incrédulo el Príncipe - vuestra majestad se burla de mí". "Acerca la bellota a tu oído y lo sentirás ladrar" - dijo la Gata -. Él obedeció y escuchó al momento el perrito que hacía guau guau. El Príncipe saltaba de alegría porque un perrito que está en una bellota debía ser verdaderamente pequeñito. Quería abrirla porque se moría de ganas de verlo, pero la Gata le dijo que sentiría frío por el camino y que era mejor esperar que estuviera delante del Rey. El Príncipe le dio las gracias miles y miles de veces diciéndole adiós con una gran tristeza en su corazón; "os juro que los días se me han pasado como un rayo. Siento tanto dejaros y porque sois la soberana de este reino y los gatos de vuestra corte son más simpáticos y galantes que los nuestros, no oso a invitaros a venir conmigo". La Gata al oír la posición, respondió con un profundo suspiro.
El Príncipe llegó primero donde era fijado el encuentro con sus hermanos. Estos llegaron poco después y quedaron asombrados al ver el caballo de madera que trotaba mejor que aquellos de la escuela de equitación. El Príncipe fue a su encuentro. Se abrazaron repetidas veces y se contaron las aventuras de sus viajes, pero nuestro Príncipe no contó toda la verdad de lo que le había sucedido y enseñó a sus hermanos un perrucho medio calvo explicándoles que le parecía gracioso y que por ello decidió llevarlo a su padre. Por mucho que se quisieran entre hermanos, los mayores sintieron una secreta alegría por la mala elección del pequeño. Como estaban sentados a la mesa, se daban patadas debajo de ésta diciéndose entre ellos que no había que preocuparse del Príncipe.
Al día siguiente volvieron los tres juntos en la misma carroza que hace un año los vio partir. Los hijos mayores del Rey tenían en unas canastillas sus perritos tan lindos y delicados que daba miedo tocarlos por el temor que se rompiesen. El menor tenía su perro de estreno casi calvo que nadie quería tener a su lado. Nada más llegar a palacio todos fueron a darles la bienvenida. Luego pasaron a las estancias del Rey. No sabía por cual perrito decidirse porque los de sus hijos mayores eran pares en belleza. Mientras los dos hermanos se disputaban la sucesión al trono, el Príncipe sacó del bolsillo la bellota que Gata Blanca le había dado. La abrió en presencia de todos y uno a uno pudo ver acurrucado en una bolita de algodón un perrito. Este podía pasar a través de un anillo de la mano sin ni siquiera tocarlo. El Príncipe lo posó en el suelo y empezó a bailar flamenco acompañado de guitarras y castañuelas con tanta gracia y sentimiento que no podía haberlo hecho mejor ni la más famosa "bailaora" española. Era de mil colores, todos de tonos diferentes y el pelo y las orejas le caían hasta el suelo. El Rey se sintió en un aprieto porque era difícil encontrar un defecto en aquel perrito. De todos modos, no tenía la intención de desprenderse de su corona. Cada piedra preciosa valía mucho más que todos los perros del universo. Entonces dijo a sus hijos que estaba contentísimo por lo que habían hecho y dado que habían sido capaces de resolver la prueba, deseaba poner otra para probar de nuevo su astucia antes de cumplir lo prometido. Les dio un plazo de un año para buscar una tela que fuese tan delgada que pudiera pasar por el ojo de una aguja de bordar. Los tres príncipes se sintieron desilusionados por tener que empezar a buscar otra vez. Los dos príncipes cuyos perros eran menos bonitos que del hermano menor se resignaron. Cada uno salió de viaje sin una despedida tan emotiva como al principio porque el lindo perrito había causado un distanciamiento entre los hermanos. Nuestro Príncipe montó en su caballo y sin preocuparse de nada que no tuviera que ver con la Gata Blanca, salió al galope retornando al castillo donde le habían recibido con tan cálida acogida. Se encontró con todas las puertas cerradas y las murallas iluminadas por cien mil antorchas que proporcionaban un efecto mágico. Las manos que le había servido siempre con tanta precisión, salieron a su encuentro. Tomaron la rienda del eficiente caballo de madera y lo llevaron al establo mientras el Príncipe se dirigía a la habitación de Gata Blanca.
Estaba tumbada dentro de una cestita donde reposaba en un almohadón de seda blanca como la nieve. Su peinado estaba descuidado y parecía triste y abatida. Apenas vio al Príncipe dio mil saltos de alegría para que se diera cuenta de la felicidad que sentía."¿Quién podía imaginar que volverías? Te confieso Hijo de Rey que no contaba con ello. Normalmente tengo mala suerte en eso de hacer realidad mis deseos. Parece que esta vez la fortuna me sonríe". El Príncipe la llenó de caricias y le narró el resultado de su viaje que seguro ella sabía mejor que él. Le comentó la idea del Rey de una tela que pudiese pasar por el ojo de una aguja, cosa que le parecía imposible pero quería intentarlo de todas maneras. Le agradeció de nuevo lo mucho que lo había ayudado con aquel milagro del perrito y por su amistad. Gata Blanca un poco seria, le respondió que no se preocupase porque por suerte tenía en su castillo unas gatas que eran buenísimas hilando y que podrían darle una mano para encargarse del trabajo. En otras palabras, podía estar tranquilo porque podría obtener lo que buscaba sin tener que dar vueltas por el mundo.
Al instante, las manos que llevaban las antorchas aparecieron y el Príncipe y Gata Blanca las siguieron hasta una magnífica terraza cubierta que daba a un gran río donde presenciarían fuegos artificiales. Eran cuatro gatos condenados a la hoguera a los que se les había hecho un juicio justo. Se les acusaba de haber comido el asado preparado para la cena de Gata Blanca, su queso, bebido su leche y haber conspirado en su contra con Cara de Muerto y el Ermitaño, ratones famosos del lugar, incluso reconocidos como tales por el célebre escritor La-Fontaine. Todos sabían que durante el juicio se habían producido muchos enredos y casi todos los testigos habían aceptado algún soborno. Así que el Príncipe les hizo obtener un indulto y los fuegos artificiales no tuvieron lugar. De esta manera no se vieron ni tracas ni cohetes.
Se sirvió la cena que el Príncipe saboreó y disfrutó mucho más que con las tracas y los cohetes. Tenía un hambre canina porque había cabalgado ininterrumpidamente con el caballo de madera que corría como una locomotora. Los días pasaban con fiestas día y noche siempre diferentes teniendo así la Gata Blanca contento a su huésped. No existía mortal que se divirtiese tanto sólo con la compañía de los gatos.
La Gata tenía un carácter amable, seductor adecuado a cada ocasión. Sabía más de lo que podía saber un gato común y esto en ciertas ocasiones sorprendía al Príncipe.
"No -decía- las maravillas que veo en vos no son comunes. Si me queréis de verdad, queridísima Gatita, decidme que milagro os hace hablar y pensar con tanta sabiduría, serías digna de ocupar un lugar entre los genios de la Academia".
"Basta con esas preguntas, Hijo de Rey, no me es permitido responderte. Puedes romperte la cabeza cuanto quieras. ¡Eres libre de hacerlo! Es suficiente conque sepas que siempre tendrás una patita cubierta con un guante de terciopelo para ti y que todo lo que te pase será como será como si me pasara a mí también".
Pasó el segundo año, sin marcharse de allí como el primero. Al Príncipe no le daba tiempo para desear una cosa para que las manos, siempre dispuestas, se la llevasen al momento, fueran libros, gemas, cuadros o antiguas medallas. En fin, nada más decir “quiero tal joya que está en el despacho del Rey de Persia, la estatua de Corinto o Grecia” que al instante veía aparecer ante él lo deseado sin saber quién o de dónde viniese. Es un mágico don que tiene sus encantos y si se tomase verdaderamente en serio y no como un pasatiempo, nos daría ganas de convertirnos en dueños de los más maravillosos tesoros de la Tierra.
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Re: Cuentos para Alba
A GATA BLANCA (2)
Gata Blanca no le quitaba ojo a los caprichos del Príncipe. Le advirtió que llegaba el momento de volver y que podía estar tranquilo con respecto a la tela tan deseada porque había sido tejida a la perfección y esta vez quería regalarle el equipaje que merecía. Sin darle tiempo para responder le sugirió que se asomase al patio del castillo. Allí había una carroza cubierta toda de oro color fuego con mil escenas de Amor dibujadas muy agradables a la vista y al espíritu. Tenía la carroza enganchados doce caballos blancos como la nieve, divididos en cuatro filas de tres, cubiertos con gualdrapas de terciopelo rojo encendido bordado de diamantes y adornado con hebillas y placas de oro. La carroza estaba forrada con el mismo lujo que poseía el resto del séquito de cien carrozas con ocho caballos, todas ocupadas por señores de alto linaje y trajes espléndidos. Como escolta, un regimiento de mil cuerpos de guardia cuyo singular uniforme estaba cubierto de tantos bordados y alamares que no se podía distinguir la tela. Lo más curioso era que el retrato de Gata Blanca aparecía en todos lados; en los escudos de las carrozas, en el uniforme de la guardia, e incluso cosido con un lazo al ojal de una nueva orden de caballería.
"Es hora de partir - le dijo - preséntate ante el Rey así de elegante y que tus aires de gran señor lo intimiden tanto que no pueda evitar ofrecerte el trono que te has merecido. Aquí tienes una nuez, ten cuidado y no la rompas hasta que no estés en presencia del Rey. Dentro encontrarás el trozo de tela que me habías pedido".
"Graciosa Blanquita, os juro que estoy tan cautivado por vuestras habilidades que si ti hiciera feliz, preferiría pasar mi vida con vos a todas las maravillas que me esperan fuera de aquí".
"Hijo de Rey, creo en tu alma sincera, cosa rara entre príncipes porque éstos desean hacerse querer por todos y sin embargo, no quieren a nadie. Tú eres la excepción que confirma la regla. Me doy cuenta de lo mucho que quieres a una gatita blanca que en realidad sólo es buena para cazar ratones". El Príncipe le besó la patita y partió.
Si ya no se podía explicar como el caballo de madera hubiese recorrido 2000 millas en menos de cuarenta y ocho horas, ahora se resistía a creer la velocidad que tomó la carroza para llegar a tiempo. La fuerza que residía en el caballo de madera contagió al resto por lo que el viaje duró menos de veinticuatro horas. No hicieron ni una parada hasta que llegaron al castillo donde ya los hermanos mayores esperaban. Al ver que no llegaba el hermano pequeño se complacían de su retraso y se decían entre ellos: "Esta es una gran oportunidad para nosotros, o está enfermo o muerto. Un rival menos para la sucesión del trono". Y sin perder tiempo, desplegaron sus telas que eran tan finas que pasaban por el ojo de una aguja ancho, pero inútil probar pasarlas por una de ojo delgado. El Rey contento de haber encontrado esta diferencia, mostró la aguja que él había elegido y que por orden de sus jueces la habían sacado del tesoro de la ciudad donde estaba celosamente en custodia. Surgió una discusión y todos querían decir la suya. Los amigos del príncipe en particular del mayor, cuya tela sin duda era la más bella, sostenían que el Rey había elaborado una estratagema con astucia y mala fe. De repente, para poner fin a la discusión, se oyó por toda la ciudad el alegre y rítmico sonido de una fanfarria de trompetas, timbales y clarinetes. Era nuestro Príncipe que llegaba con su espléndido cortejo. Al Rey y a sus hijos se les pusieron los ojos como platos ante tan sorprendente espectáculo. Apenas hubo saludado a su padre y abrazado a sus hermanos, sacó de una cajita toda incrustada de rubíes, la nuez. La partió y se quedó asombrado de encontrar dentro un hueso de cereza. Todos se miraban entre ellos. El Rey se reía para sus adentros y se divertía a costa del hijo el cual había sido tan zoquete para creer que traía un trozo de tela dentro de una nuez. Pero ¿por qué tenía que desconfiar esta vez si ya le habían entregado un perrito que estaba enterito en una bellota?. Rompió el hueso de cereza y encontró una almendrita. En toda la sala se levantó un gran rumor. No se escuchaba otra cosa que "¡al Príncipe le han tomado el pelo!". El no respondió a las insolencias de los cortesanos. Abrió por la mitad la almendrita y encontró un granito de arroz."¡Oh!" En verdad empezó a dudar el también apretando los dientes,"¡ay Gata Blanca, me la has jugado!..." en ese instante, sintió un arañazo de gato que fue lo suficientemente profundo como para hacerle sangrar. No sabía si el arañazo fuese para animarlo o para desilusionarlo. De todas maneras, abrió el granito de arroz y lleno de estupor sacó un trozo de tela de mil metros maravillosa. Habían dibujados sobre ella especies de aves, peces, animales, árboles, frutos, plantas de la tierra, acantilados, extrañas conchas de mar, el sol, la luna, las estrellas, los astros y los planetas del cielo. Había incluso retratos del Rey y de los soberanos que reinaban en todo el mundo; también sus esposas, hijitos y todos los súbditos sin olvidar el más insignificante; estaban también los mendigos y vagabundos de la calle cada uno tal y como se vestía a la usanza de su país.
Al Rey se le escapó un hondo suspiro y dirigiéndose a sus hijos les dijo: "no podéis imaginar mi gozo al ver toda la consideración que me tenéis, por ello deseo proponeros una nueva prueba. Id de viaje un año más y aquel que enamorará la más hermosa muchacha, la esposará y será coronado Rey el mismo día de su boda porque en resumidas cuentas es necesario que mi sucesor tenga mujer. Juro y prometo que será la última vez que os haré esperar para recibir vuestra prometida recompensa". Este deseo era una gran injusticia para nuestro Príncipe. El perrito y el trozo de tela a cambio del reino lo merecían. Pero el Príncipe era tan bueno que no quiso discutir con su padre y sin rechistar, montó en la carroza y se marchó. Su cortejo lo siguió y volvió con su querida Gata Blanca. Ella sabía el día y hasta el minuto que debía llegar. Todas las calles estaban cubiertas de flores y mil campesinos perfumaban con toda clase de esencias, el interior y el exterior del castillo. La Gata estaba en una bóveda, bajo un dosel de oro brocado, sentada sobre una alfombra persa viendo si le veía llegar. Fue recibido por las manos que siempre le habían servido. Todos los gatos treparon por los canalones para darle la bienvenida con un maullido tan escandaloso capaz de romper los oídos.
"Bien Hijo de Rey, ya de vuelta y sin corona" - dijo la Gata - .
"Señora, vuestros dones me habrían permitido ganármela pero he comprendido que el Rey sentiría mucho más desprenderse de su corona que darme el gusto de poseerla".
"No importa" - añadió la Gata - "no hay nada que descuidar para merecerla. Yo te ayudaré también en esta prueba. Necesitas llevar a la corte de tu padre una muchacha hermosa. Te buscaré una para hacerte ganar la recompensa. Mientras tanto divirtámonos: He ordenado una batalla naval de mis gatos contra los más terribles ratones del país. Mis gatos serán un poco torpes porque tienen miedo al agua. De otro modo, sin este problema estaríamos en ventaja así equilibramos las fuerzas". El Príncipe admiró la sensatez de la señora gatita. La felicitó mientras la acompañaba a una gran terraza que daba al mar. Las barquichuelas de los gatos eran grandes trozos de corcho que navegaban bastante bien. Los ratones habían reunido y atado entre sí unos cascarones de huevo componiendo su nave. La batalla fue cruel y combatida. Los ratones se lanzaban al agua y nadaban con gran maestría. Así más de veinte veces los gatos se encontraron de vencedores a vencidos, mas Cortavelas -almirante de la flota gatuna- redujo a la armada ratonil a la desesperación, pues se comió con mucho gusto al general de la flota enemiga que era un viejo ratón con experiencia el cual había dado tres veces la vuelta al mundo en enormes buques donde no era ni capitán ni marinero, simplemente polizón.
Gata Blanca no quiso que los desgraciados fueran totalmente destruidos. Su instinto político le decía que sin ratas ni ratones en el país, sus súbditos se aburrirían y esto podía llegar a ser peligroso. El Príncipe pasó este año también como los precedentes; yendo a cazar, pescar y jugando, porque merece ser dicho que la Gata Blanca era buenísima jugando al ajedrez. De vez en cuando, no podía resistir hacerle preguntas indiscretas para descubrir que milagro le había dado el don de hablar. Le hubiera gustado saber si era un hada que se hubiera transformado en gata trámite una metamorfosis, pero no era el caso que ella dijese más de lo que quisiera decir y le respondía siempre ese poco que deseaba responder con respuestas vagas y sin significado, razón de más para convencerse que ésta no tenía intención de revelarle su secreto.
No hay nada que pase más rápido que los días en los que eres feliz y si la Gata Blanca no hubiese llevado la cuenta del tiempo que faltaba para regresar a la corte, sin duda el Príncipe se le habría olvidado. A la vigilia del viaje, le advirtió que dependía todo de él si estaba dispuesto a sorprender a todos con la más hermosa princesa del mundo. En ese caso, finalmente había llegado la hora de destruir el fatal hechizo formulado por las hadas y que necesitaba decididamente cortarle la cabeza y la cola tarándolas al fuego.
"¡Yo Blanquita, amor mío! Jamás seré tan despiadado de asesinaros, queréis meter mi corazón a prueba pero estad segura que no faltaré a vuestra amistad y a la gratitud que os debo".
"No Hijo de Rey, no veo en ti ni la más mínima sombra de ingratitud. Te conozco demasiado. Sin embargo, no está ni en ti ni en mí en este caso, arreglar nuestros destinos. Haz lo que te digo y seremos felices. Te doy mi palabra de gata honrada y respetable, demostraré que soy tu amiga..."
Sólo la idea de tener que cortar la cabeza a su gatita tan bonita y graciosa el joven Príncipe sentía que las lágrimas acudían a sus ojos. Dijo las más dulces palabras que se le ocurrieron para hacerse perdonar, pero ella insistía que era la único medio para impedir que sus hermanos se adueñasen de la corona. En fin, insistió tanto tanto, que sacó su espada y con manos temblorosas cortó la cabeza y la cola a su buena amiga. En ese mismo instante fue testigo de la más hermosa metamorfosis que se pueda imaginar. El cuerpo de Gata Blanca comenzó a crecer y crecer convirtiéndose de golpe en una muchacha. Imposible describir con palabras maravilla única en el mundo. Sus ojos robaba los corazones, su dulzura lo tenía cautivado, su majestuosa figura, su aspecto noble y modesto, el ánimo seductor, las corteses maneras... en una palabra, estaba por encima del límite de lo amable y encantador sobre la tierra. Al verla el Príncipe se quedó asombrado pero sobretodo encantado. No le salían palabras. Parecía que no le bastasen los ojos para mirarla y la lengua no encontraba la manera de expresar su maravilla que creció el doble cuando vio entrar una extraordinaria multitud de damas y caballeros con valiosas pieles de gato y gata descansando en sus espaldas que iban a postrarse a los pies de la Reina para demostrar su gran alegría al verla de nuevo en su estado natural.
Ella los recibió con toda la bondad que demostraba la excelente materia con la que estaban hechos su carácter y su corazón. Tras haberse entretenido un poco con ellos, ordenó que la dejasen sola con el Príncipe que le habló de esta manera: "No tengáis por seguro que que siempre he sido gata porque mi nacimiento fuese un hecho oculto para los hombres. Mi padre era rey y señor de seis reinos. Amaba con ternura a mi madre y la dejaba libre de hacer todo aquello que se le pasase por la mente. Su gran pasión era viajar, por esto y embarazada de mí, se fue de excursión para ver una montaña de la cual había sentido que era de otro mundo. Durante el camino le dijeron que en los alrededores había un castillo de hadas el más bonito entre los que se conocían o al menos así se creía por una vieja leyenda porque nadie había entrado y solo se podía juzgar desde fuera. Pero de cierto se sabía que las hadas poseían un jardín con frutas tan delicadas y jugosas como jamás se habían comido. A la Reina, mi madre, le entraron ganas de probarlas y se encaminó hacia aquel lugar. Alcanzó la puerta del magnífico palacio todo resplandeciente de oro y de azul cielo. Pero llamó a la puerta en vano. No apareció alma viva. Parecían que estuvieran todos muertos. Esta dificultad acrecentaba sus ganas. Mandó buscar unas escaleras para saltar las murallas del jardín. La cosa se hubiera resuelto si las murallas no se alzasen por momentos sin ver mano que las levantasen. Se las arreglaron poniendo las escaleras unas encima de otras pero terminaron derrumbándose por todo el peso de los que salían sobre estas cayendo al suelo muertos o mal parados.
La Reina desesperaba. Observaba los grandes árboles cargados de fruta que creía deliciosa y deseaba saciar sus ganas o morir. Hizo montar frente al castillo numerosas tiendas señoriales de gran lujo y permaneció seis semanas con toda su corte. No comía ni bebía. No hacía más que suspirar hablando siempre de la fruta del jardín inaccesible hasta que enfermó, sin encontrar quien pudiese aliviar su mal porque las inexorables hadas no se hacían ver desde que ella había acampado entorno a su castillo. Sus oficiales entristecieron con ella. En todas partes sólo se escuchaban suspiros y llantos mientras la Reina moribunda pedía fruta a los servidores, pero no quería otra que no fuese aquellas que se le negaban. Una noche, entre sueños, abrió los ojos y vio una viejecita decrépita y fea sentada en un sillón junto a la cabecera de su cama. Le sorprendió que sus damas hubieran dejado pasar una desconocida en su habitación. La vieja le dijo: "Nos parece que su majestad sea muy indiscreta al obstinarse en comer por la fuerza nuestra fruta, mas como nos está en juego su preciosa vida mis hermanas y yo consentiremos darte tanta cuanta podrás llevar hasta que estés aquí pero a cambio nos darás un regalo".
"¡Ah mi abuela buena!" - gritó la Reina - "pedid y os será concedido estoy lista para daros mi reino, mi corazón, mi alma para saciar mis ganas con vuestra fruta, ningún precio me parecerá excesivo".
"Nosotros queremos que su majestad nos entregue la hija que lleva en su ser. Cuando nazca iremos a buscarla y la tendremos con nosotras. No existe virtud, belleza o sabiduría que no pueda ser poseída por nuestras manos. En breves palabras será nuestra hija y la haremos feliz pero que quede bien claro que su majestad no podrá volver a verla hasta el día de su boda. Si el pacto te agrada, te curaré inmediatamente las manzanas de nuestro jardín. No te preocupes que sea de noche, verás bastante para elegir la fruta que se os antoje. Si el pacto no te va, buenas noches señora reina y desapareceré".
"Por cuanto sea dura la condición que me imponéis la acepto antes que morir porque de sobra sé que me quedaría apenas un día de vida y muriendo yo, mi hija moriría conmigo. Curadme, hada sabia, no hacedme perder ni un minuto para llegar a disfrutar de la gracia que me habéis concedido".
El Hada la tocó con su varita de oro diciendo: "Que su majestad sea libre de todo mal que la tiene encadenada a la cama". Con estas palabras le pareció sentirse libre de un traje de plomo duro y pesado que le quitaba la respiración e incluso en aquellas partes donde sentía mayor peso, cedió su mal. Hizo llamar a todas sus damas y con cara sonriente les dijo que se encontraba muy bien y deseaba levantarse porque finalmente las puertas del castillo cerradas a cal y canto se abrirían para ella y así podría comer y llevar cuanto quisiese la buena fruta del jardín.
Todas las damas estaban convencidas que la Reina delirase y que soñaba con los ojos abiertos las frutas tan deseadas y en lugar de obedecerla rompieron a llorar despertando a los médicos para que la visitasen. El retraso ponía nerviosa a la Reina que pedía sus vestidos y nadie se movía. Fue tan lejos la cosa, que de la rabia se puso roja como una cereza. Algunos decían que era causa de la fiebre, sin embargo, los médicos después de haberle tomado el pulso y de hacerle los rutinarios reconocimientos, llegaron a la conclusión que disfrutaba de una óptima salud. Las damas al ver en saco roto sus suposiciones, intentaron reparar el daño vistiéndola de pies a cabeza en un abrir y cerrar de ojos. Le pidieron perdón y todo fue olvidado. La Reina se apresuró a seguir a la vieja hada que la había estado esperando.
Entró en el palacio donde nada faltaba para ser el palacio más bello del mundo "y vos, señor, no podréis creerlo" - dijo la Gata Blanca - "cuando os diga que es el mismo donde nos encontramos".
Dos hadas, un poco menos viejas que la que acompañaba a mi madre, vinieron a recibirla y la acogieron con gran alegría. Ella les rogó que la llevaran al jardín preferiblemente a la parte trasera donde encontraría los mejores frutos. "Son todos igual de buenos" afirmaron las hadas "si no fuera por el gran deseo que sientes por cogerlas con tus propias manos, te las habríamos llamado acercándotelas hasta aquí". "Os lo suplico, señoras mías" - dijo la Reina - hacedme el placer de ver tan grandiosa maravilla fuera de lo común". La mas vieja de las dos hadas acercó los dedos a la boca, dio tres silbidos y gritó: " albaricoques, melocotones, nueces, ciruelas, peras, melones, manzanas, naranjas, limones, uvas, fresas, frambuesas, corred a mi llamada".
"¡Pero cada fruta crece en diferentes estaciones del año!" - exclamó sorprendida la Reina -.
"No es así en nuestros huertos. Tenemos siempre todo tipo de fruta siempre buena, madura y no se ponen malas".
Entretanto las frutas llegaron rodando, trepando las unas sobre las otras sin mezclarse ni ensuciarse. La Reina que se moría de ganas se lanzó sobre ellas tomando las primeras que estaban más a mano. No se las comió: las devoró.
Cuando se encontró absolutamente llena, pidió a las hadas que la dejasen ir a la parte trasera para elegir la fruta antes de cogerla.“Pues claro - dijeron las hadas - pero recordaos la promesa que habéis hecho pues ya no tenéis tiempo para arrepentiros".
"Estoy convencida" - pudo decir entre bocado y bocado - "que aquí se debe vivir muy bien este palacio me parece tan bello que si no fuera por el amor tan grande que siento por el Rey, mi marido, me gustaría quedarme yo también. Veis que jamás me arrepentiré de lo que he prometido".
Las hadas estaban tan contentas que no se lo podían creer y abrieron sus jardines y recintos más apartados. Se encontraba tan bien la Reina, que se entretuvo tres días y tres noches sin alejarse de allí ni tan siquiera un minuto. Hizo un gran aprovisionamiento de fruta que cogió a más no poder porque sabía que se conservarían. Hizo cargar cuatro mil mulos que llevó consigo. Al regalo de las frutas, las hadas quisieron añadir canastas y cestas de oro tan finamente elaboradas que cortaban la respiración. Le prometieron que me habrían de criar como princesa con una educación perfecta y que a su debido tiempo elegirían un esposo. Además le dijeron que sería informada el día de la boda y que estaban seguras que no ella faltaría.
El Rey estaba encantado con el retorno de la Reina y toda la corte le demostró su gozo. Cada día organizaban un baile, mascaradas, fiestas y torneos donde las frutas llevadas por la Reina venían distribuidas como regalo exquisito. El mismo Rey lo prefería a cualquier otra cosa, pero no sabía del pacto con las hadas. Le preguntaba a la Reina en que país había estado para encontrar semejante delicia. Ella le respondía que las había encontrado en una altísima montaña, casi inaccesible o que crecían en un valle, en un jardín, o a veces inventaba que las había encontrado en medio de un bosque. El Rey no se explicaba tantas contradicciones. Interrogaba a quienes la habían acompañado, pero no osaban a decir ni media palabra pues se les tenía prohibido. Al final la Reina inquieta por la promesa hecha a las hadas y viendo llegar la hora del parto, se puso de mal humor. No hacía más que suspirar y se consumía como una vela por momentos. El Rey alarmado preguntaba insistente la razón de su tristeza un día y otro hasta que la Reina se vio obligada a contar lo sucedido entre ella y las hadas y como había prometido la hija que estaba por dar a luz.
"¡Cómo! - exclamó el Rey - no tenemos hijos y sabéis cuanto lo deseaba ¿y por la gula de comer dos o tres manzanas has sido capaz de prometer nuestra hija?. Se nota lo mucho que me queréis". Comenzó a hacerle reproches y le dijo tantos tantos, que mi madre casi muere del dolor. Y por si fuera poco, la encerró en una torre metiendo guardias por todas partes para que no pudiera hablar con nadie con excepción de los oficiales destinados a servirla. Para terminar, despidió a todos aquellos que la habían acompañado al castillo de las hadas.
Esta desavenencia entre el Rey y la Reina entristeció a la corte. Cada uno cambió su traje para adaptarlos a la aflicción general. En cuanto al Rey, se mostraba inflexible y no quiso ver más a su mujer. Apenas recién nacida me llevaron al palacio para ser criada mientras mi madre permanecía en prisión en la máxima desolación.
Las hadas estaban al corriente de lo que acaecía tomándoselo muy mal, deseando verme a toda costa porque me tenían como cosa suya opinando que retenerme en la corte era lo mismo que robarles. Antes de vengarse en la misma proporción de la ofensa, mandaron al Rey un mensaje para aconsejarlo de liberar a la Reina y readmitirla rogándole al mismo tiempo que me entregase a sus embajadores. Estos eran tan feos con una figura tan encorvada y pequeñita, que no pudieron hacer entrar en razón al Rey. Los echó sin contemplaciones amenazando que si no se alejaban rápido sufrirían las consecuencias.
Las hadas supieron de la discusión con mi padre y llenas de rabia hicieron mandar a los seis reinos toda clase de plagas, soltaron un horrible dragón que escupía veneno por donde pasaba, comía personas y bestias además de secar árboles y plantas con su aliento.
El Rey estaba desesperado. Consultó con todos los sabios del Estado para encontrar el modo de liberar a sus súbditos de tanta desgracia que les atormentaba. Unos le sugerían que fuera en busca de los mejores médicos del mundo con sus fiables remedios. Otros le aconsejaban que perdonase la vida a los condenados a muerte a cambio de ir a combatir contra el dragón. Al Rey le gustó el consejo, pero no obtuvo ningún provecho porque todos aquellos que iban a encontrar al dragón eran devorados. Así que no le quedó otra opción que recurrir a un hada que lo había tenido bajo su protección desde niño. Era una vieja tan vieja que no se levantaba casi nunca de la cama. Fue a su casa y la llenó de quejas porque no había venido en su ayuda permitiendo que tal destino lo maltratase.
"¿Qué queréis que haga?.Vos habéis hecho enfadar a mis hermanas, tienen tanto poder como yo y no es caso de enfrentarnos. Pensad mejor en claudicar entregándoles vuestra hija, esa princesita es suya. Vos habéis encerrado a la Reina en una minúscula prisión. ¿Qué os ha hecho una mujer tan amable para ser tratada tan mal?. Venga, sé bueno y mantén la promesa de tu mujer y os lloverá la felicidad".
El Rey, mi padre me quería mucho pero no viendo otra alternativa para salvar su reino y liberarse del fatal dragón, le dijo a su amiga que le había convencido por las buenas razones que le había dado y que sin condición me entregaría en manos de las hadas. De todas maneras sería cuidada y criada como una princesa, liberaría a la reina y sólo tenía que decirle a quién debía entregarme para que me llevasen al castillo de las hadas.
"Necesitas llevarla a la montaña de las flores - respondió la vieja hada - vos podéis quedaros allí a una cierta distancia para asistir a las fiestas que se harán en su honor".
El Rey prometió que dentro de ocho días iría con la Reina y que podía avisar a sus hermanas para que se preparasen para recibirme.
Regresó al palacio, mandó liberar a la Reina con tanta atención y pompa cuanto la rabia que la había hecho encarcelar. Estaba tan abatida y descuidada, que al Rey le costó trabajo reconocerla si su corazón no le hubiese dicho que era la misma persona que en otro tiempo había amado tanto. La suplicó con los ojos llenos de lágrimas que olvidase los disgustos que le había causado prometiendo que serían los primeros y los últimos. Ella respondió que se los merecida por la imprudencia de prometer la hija a las hadas y que no tenía otra excusa que el estado de embarazo en que se encontraba.
Al final el Rey declaró su intención de entregarme en mano a las hadas. Sin embargo, la Reina se opuso. Parecía que el demonio metiera cizaña y que yo debía ser la manzana de la discordia entre mi madre y mi padre.
Cuando hubo llorado un buen rato sin obtener nada -porque mi padre veía las horribles consecuencias y nuestros súbditos continuaban a muriendo por decenas como si fuesen responsables de los errores de nuestra familia- ella se resignó aceptando todo empezando a preparar la ceremonia de mi entrega.
Me metieron en una cuna de madreperlas adornada con toda elegancia que el arte puede ofrecer. Había guirnaldas de flores y festones en cada rincón. Las flores eran de piedras preciosas cuyos variados colores al reflejo del sol resplandecían haciendo mal a los ojos.
La grandeza de mi traje sobrepasaba al de mi cuna; todos los encajes de mis pañales estaban compuestos por gruesas perlas, veinticuatro princesas reales con peinados fuera de lo común me llevaban sobre una especie de andas ligerísima, no estaba permitido usar más color que el blanco para demostrar mi inocencia. Todas las personas de la corte diferenciadas por orden y grado me acompañaban. Mientras se ascendía a la montaña sentí una melodiosa sinfonía que se aproximaba a cada paso. Aparecieron treinta y seis hadas. Habían invitado a sus amigas a la fiesta. Cada una sentada en una concha más grande que aquella de Venus cuando salió del mar; tiradas por dos pares de caballitos de mar que no estaban acostumbrados a caminar por la tierra llevando a rastras esas viejas feas y presuntuosas como si fuesen las más grandes reinas del universo. Estas sostenían un ramo de olivo para demostrar al Rey que aceptaban su perdón. En cuanto me tuvieron en brazos, fueron tantas las caricias que me dieron, que parecía que no tuviesen otro deseo que el de hacerme feliz. El dragón, que había servido para vengarse de mi padre, caminaba tras ellas atado a una cadena de diamantes. Me acurrucaron entre sus brazos haciéndome mil caricias me dieron toda clase de dones. Después comenzaron el torbellino de las brujas: Es un baile muy alegre y divertido. Era increíble ver los saltos y pataletas que daban las viejas solteronas. Más tarde el dragón que se había comido tanta gente se aproximó a rastras. Las tres hadas a quienes me habían prometido mi madre, montaron en el dragón pusieron mi cuna entre ellas, tocaron al dragón con su varita mágica y este desplegó sus grandes alas hechas de escamas más delgadas que un finísimo crespón y de mil variopintos colores. De esta manera las hadas regresaron a su castillo. Mi madre al verme por los aires encima del dragón no pudo evitar sus lágrimas. El Rey la consoló diciendo que su amiga el hada le había asegurado que no me ocurriría nada malo y que además habrían cuidado de mí como si me hubiera quedado en mi propio palacio.
Gata Blanca no le quitaba ojo a los caprichos del Príncipe. Le advirtió que llegaba el momento de volver y que podía estar tranquilo con respecto a la tela tan deseada porque había sido tejida a la perfección y esta vez quería regalarle el equipaje que merecía. Sin darle tiempo para responder le sugirió que se asomase al patio del castillo. Allí había una carroza cubierta toda de oro color fuego con mil escenas de Amor dibujadas muy agradables a la vista y al espíritu. Tenía la carroza enganchados doce caballos blancos como la nieve, divididos en cuatro filas de tres, cubiertos con gualdrapas de terciopelo rojo encendido bordado de diamantes y adornado con hebillas y placas de oro. La carroza estaba forrada con el mismo lujo que poseía el resto del séquito de cien carrozas con ocho caballos, todas ocupadas por señores de alto linaje y trajes espléndidos. Como escolta, un regimiento de mil cuerpos de guardia cuyo singular uniforme estaba cubierto de tantos bordados y alamares que no se podía distinguir la tela. Lo más curioso era que el retrato de Gata Blanca aparecía en todos lados; en los escudos de las carrozas, en el uniforme de la guardia, e incluso cosido con un lazo al ojal de una nueva orden de caballería.
"Es hora de partir - le dijo - preséntate ante el Rey así de elegante y que tus aires de gran señor lo intimiden tanto que no pueda evitar ofrecerte el trono que te has merecido. Aquí tienes una nuez, ten cuidado y no la rompas hasta que no estés en presencia del Rey. Dentro encontrarás el trozo de tela que me habías pedido".
"Graciosa Blanquita, os juro que estoy tan cautivado por vuestras habilidades que si ti hiciera feliz, preferiría pasar mi vida con vos a todas las maravillas que me esperan fuera de aquí".
"Hijo de Rey, creo en tu alma sincera, cosa rara entre príncipes porque éstos desean hacerse querer por todos y sin embargo, no quieren a nadie. Tú eres la excepción que confirma la regla. Me doy cuenta de lo mucho que quieres a una gatita blanca que en realidad sólo es buena para cazar ratones". El Príncipe le besó la patita y partió.
Si ya no se podía explicar como el caballo de madera hubiese recorrido 2000 millas en menos de cuarenta y ocho horas, ahora se resistía a creer la velocidad que tomó la carroza para llegar a tiempo. La fuerza que residía en el caballo de madera contagió al resto por lo que el viaje duró menos de veinticuatro horas. No hicieron ni una parada hasta que llegaron al castillo donde ya los hermanos mayores esperaban. Al ver que no llegaba el hermano pequeño se complacían de su retraso y se decían entre ellos: "Esta es una gran oportunidad para nosotros, o está enfermo o muerto. Un rival menos para la sucesión del trono". Y sin perder tiempo, desplegaron sus telas que eran tan finas que pasaban por el ojo de una aguja ancho, pero inútil probar pasarlas por una de ojo delgado. El Rey contento de haber encontrado esta diferencia, mostró la aguja que él había elegido y que por orden de sus jueces la habían sacado del tesoro de la ciudad donde estaba celosamente en custodia. Surgió una discusión y todos querían decir la suya. Los amigos del príncipe en particular del mayor, cuya tela sin duda era la más bella, sostenían que el Rey había elaborado una estratagema con astucia y mala fe. De repente, para poner fin a la discusión, se oyó por toda la ciudad el alegre y rítmico sonido de una fanfarria de trompetas, timbales y clarinetes. Era nuestro Príncipe que llegaba con su espléndido cortejo. Al Rey y a sus hijos se les pusieron los ojos como platos ante tan sorprendente espectáculo. Apenas hubo saludado a su padre y abrazado a sus hermanos, sacó de una cajita toda incrustada de rubíes, la nuez. La partió y se quedó asombrado de encontrar dentro un hueso de cereza. Todos se miraban entre ellos. El Rey se reía para sus adentros y se divertía a costa del hijo el cual había sido tan zoquete para creer que traía un trozo de tela dentro de una nuez. Pero ¿por qué tenía que desconfiar esta vez si ya le habían entregado un perrito que estaba enterito en una bellota?. Rompió el hueso de cereza y encontró una almendrita. En toda la sala se levantó un gran rumor. No se escuchaba otra cosa que "¡al Príncipe le han tomado el pelo!". El no respondió a las insolencias de los cortesanos. Abrió por la mitad la almendrita y encontró un granito de arroz."¡Oh!" En verdad empezó a dudar el también apretando los dientes,"¡ay Gata Blanca, me la has jugado!..." en ese instante, sintió un arañazo de gato que fue lo suficientemente profundo como para hacerle sangrar. No sabía si el arañazo fuese para animarlo o para desilusionarlo. De todas maneras, abrió el granito de arroz y lleno de estupor sacó un trozo de tela de mil metros maravillosa. Habían dibujados sobre ella especies de aves, peces, animales, árboles, frutos, plantas de la tierra, acantilados, extrañas conchas de mar, el sol, la luna, las estrellas, los astros y los planetas del cielo. Había incluso retratos del Rey y de los soberanos que reinaban en todo el mundo; también sus esposas, hijitos y todos los súbditos sin olvidar el más insignificante; estaban también los mendigos y vagabundos de la calle cada uno tal y como se vestía a la usanza de su país.
Al Rey se le escapó un hondo suspiro y dirigiéndose a sus hijos les dijo: "no podéis imaginar mi gozo al ver toda la consideración que me tenéis, por ello deseo proponeros una nueva prueba. Id de viaje un año más y aquel que enamorará la más hermosa muchacha, la esposará y será coronado Rey el mismo día de su boda porque en resumidas cuentas es necesario que mi sucesor tenga mujer. Juro y prometo que será la última vez que os haré esperar para recibir vuestra prometida recompensa". Este deseo era una gran injusticia para nuestro Príncipe. El perrito y el trozo de tela a cambio del reino lo merecían. Pero el Príncipe era tan bueno que no quiso discutir con su padre y sin rechistar, montó en la carroza y se marchó. Su cortejo lo siguió y volvió con su querida Gata Blanca. Ella sabía el día y hasta el minuto que debía llegar. Todas las calles estaban cubiertas de flores y mil campesinos perfumaban con toda clase de esencias, el interior y el exterior del castillo. La Gata estaba en una bóveda, bajo un dosel de oro brocado, sentada sobre una alfombra persa viendo si le veía llegar. Fue recibido por las manos que siempre le habían servido. Todos los gatos treparon por los canalones para darle la bienvenida con un maullido tan escandaloso capaz de romper los oídos.
"Bien Hijo de Rey, ya de vuelta y sin corona" - dijo la Gata - .
"Señora, vuestros dones me habrían permitido ganármela pero he comprendido que el Rey sentiría mucho más desprenderse de su corona que darme el gusto de poseerla".
"No importa" - añadió la Gata - "no hay nada que descuidar para merecerla. Yo te ayudaré también en esta prueba. Necesitas llevar a la corte de tu padre una muchacha hermosa. Te buscaré una para hacerte ganar la recompensa. Mientras tanto divirtámonos: He ordenado una batalla naval de mis gatos contra los más terribles ratones del país. Mis gatos serán un poco torpes porque tienen miedo al agua. De otro modo, sin este problema estaríamos en ventaja así equilibramos las fuerzas". El Príncipe admiró la sensatez de la señora gatita. La felicitó mientras la acompañaba a una gran terraza que daba al mar. Las barquichuelas de los gatos eran grandes trozos de corcho que navegaban bastante bien. Los ratones habían reunido y atado entre sí unos cascarones de huevo componiendo su nave. La batalla fue cruel y combatida. Los ratones se lanzaban al agua y nadaban con gran maestría. Así más de veinte veces los gatos se encontraron de vencedores a vencidos, mas Cortavelas -almirante de la flota gatuna- redujo a la armada ratonil a la desesperación, pues se comió con mucho gusto al general de la flota enemiga que era un viejo ratón con experiencia el cual había dado tres veces la vuelta al mundo en enormes buques donde no era ni capitán ni marinero, simplemente polizón.
Gata Blanca no quiso que los desgraciados fueran totalmente destruidos. Su instinto político le decía que sin ratas ni ratones en el país, sus súbditos se aburrirían y esto podía llegar a ser peligroso. El Príncipe pasó este año también como los precedentes; yendo a cazar, pescar y jugando, porque merece ser dicho que la Gata Blanca era buenísima jugando al ajedrez. De vez en cuando, no podía resistir hacerle preguntas indiscretas para descubrir que milagro le había dado el don de hablar. Le hubiera gustado saber si era un hada que se hubiera transformado en gata trámite una metamorfosis, pero no era el caso que ella dijese más de lo que quisiera decir y le respondía siempre ese poco que deseaba responder con respuestas vagas y sin significado, razón de más para convencerse que ésta no tenía intención de revelarle su secreto.
No hay nada que pase más rápido que los días en los que eres feliz y si la Gata Blanca no hubiese llevado la cuenta del tiempo que faltaba para regresar a la corte, sin duda el Príncipe se le habría olvidado. A la vigilia del viaje, le advirtió que dependía todo de él si estaba dispuesto a sorprender a todos con la más hermosa princesa del mundo. En ese caso, finalmente había llegado la hora de destruir el fatal hechizo formulado por las hadas y que necesitaba decididamente cortarle la cabeza y la cola tarándolas al fuego.
"¡Yo Blanquita, amor mío! Jamás seré tan despiadado de asesinaros, queréis meter mi corazón a prueba pero estad segura que no faltaré a vuestra amistad y a la gratitud que os debo".
"No Hijo de Rey, no veo en ti ni la más mínima sombra de ingratitud. Te conozco demasiado. Sin embargo, no está ni en ti ni en mí en este caso, arreglar nuestros destinos. Haz lo que te digo y seremos felices. Te doy mi palabra de gata honrada y respetable, demostraré que soy tu amiga..."
Sólo la idea de tener que cortar la cabeza a su gatita tan bonita y graciosa el joven Príncipe sentía que las lágrimas acudían a sus ojos. Dijo las más dulces palabras que se le ocurrieron para hacerse perdonar, pero ella insistía que era la único medio para impedir que sus hermanos se adueñasen de la corona. En fin, insistió tanto tanto, que sacó su espada y con manos temblorosas cortó la cabeza y la cola a su buena amiga. En ese mismo instante fue testigo de la más hermosa metamorfosis que se pueda imaginar. El cuerpo de Gata Blanca comenzó a crecer y crecer convirtiéndose de golpe en una muchacha. Imposible describir con palabras maravilla única en el mundo. Sus ojos robaba los corazones, su dulzura lo tenía cautivado, su majestuosa figura, su aspecto noble y modesto, el ánimo seductor, las corteses maneras... en una palabra, estaba por encima del límite de lo amable y encantador sobre la tierra. Al verla el Príncipe se quedó asombrado pero sobretodo encantado. No le salían palabras. Parecía que no le bastasen los ojos para mirarla y la lengua no encontraba la manera de expresar su maravilla que creció el doble cuando vio entrar una extraordinaria multitud de damas y caballeros con valiosas pieles de gato y gata descansando en sus espaldas que iban a postrarse a los pies de la Reina para demostrar su gran alegría al verla de nuevo en su estado natural.
Ella los recibió con toda la bondad que demostraba la excelente materia con la que estaban hechos su carácter y su corazón. Tras haberse entretenido un poco con ellos, ordenó que la dejasen sola con el Príncipe que le habló de esta manera: "No tengáis por seguro que que siempre he sido gata porque mi nacimiento fuese un hecho oculto para los hombres. Mi padre era rey y señor de seis reinos. Amaba con ternura a mi madre y la dejaba libre de hacer todo aquello que se le pasase por la mente. Su gran pasión era viajar, por esto y embarazada de mí, se fue de excursión para ver una montaña de la cual había sentido que era de otro mundo. Durante el camino le dijeron que en los alrededores había un castillo de hadas el más bonito entre los que se conocían o al menos así se creía por una vieja leyenda porque nadie había entrado y solo se podía juzgar desde fuera. Pero de cierto se sabía que las hadas poseían un jardín con frutas tan delicadas y jugosas como jamás se habían comido. A la Reina, mi madre, le entraron ganas de probarlas y se encaminó hacia aquel lugar. Alcanzó la puerta del magnífico palacio todo resplandeciente de oro y de azul cielo. Pero llamó a la puerta en vano. No apareció alma viva. Parecían que estuvieran todos muertos. Esta dificultad acrecentaba sus ganas. Mandó buscar unas escaleras para saltar las murallas del jardín. La cosa se hubiera resuelto si las murallas no se alzasen por momentos sin ver mano que las levantasen. Se las arreglaron poniendo las escaleras unas encima de otras pero terminaron derrumbándose por todo el peso de los que salían sobre estas cayendo al suelo muertos o mal parados.
La Reina desesperaba. Observaba los grandes árboles cargados de fruta que creía deliciosa y deseaba saciar sus ganas o morir. Hizo montar frente al castillo numerosas tiendas señoriales de gran lujo y permaneció seis semanas con toda su corte. No comía ni bebía. No hacía más que suspirar hablando siempre de la fruta del jardín inaccesible hasta que enfermó, sin encontrar quien pudiese aliviar su mal porque las inexorables hadas no se hacían ver desde que ella había acampado entorno a su castillo. Sus oficiales entristecieron con ella. En todas partes sólo se escuchaban suspiros y llantos mientras la Reina moribunda pedía fruta a los servidores, pero no quería otra que no fuese aquellas que se le negaban. Una noche, entre sueños, abrió los ojos y vio una viejecita decrépita y fea sentada en un sillón junto a la cabecera de su cama. Le sorprendió que sus damas hubieran dejado pasar una desconocida en su habitación. La vieja le dijo: "Nos parece que su majestad sea muy indiscreta al obstinarse en comer por la fuerza nuestra fruta, mas como nos está en juego su preciosa vida mis hermanas y yo consentiremos darte tanta cuanta podrás llevar hasta que estés aquí pero a cambio nos darás un regalo".
"¡Ah mi abuela buena!" - gritó la Reina - "pedid y os será concedido estoy lista para daros mi reino, mi corazón, mi alma para saciar mis ganas con vuestra fruta, ningún precio me parecerá excesivo".
"Nosotros queremos que su majestad nos entregue la hija que lleva en su ser. Cuando nazca iremos a buscarla y la tendremos con nosotras. No existe virtud, belleza o sabiduría que no pueda ser poseída por nuestras manos. En breves palabras será nuestra hija y la haremos feliz pero que quede bien claro que su majestad no podrá volver a verla hasta el día de su boda. Si el pacto te agrada, te curaré inmediatamente las manzanas de nuestro jardín. No te preocupes que sea de noche, verás bastante para elegir la fruta que se os antoje. Si el pacto no te va, buenas noches señora reina y desapareceré".
"Por cuanto sea dura la condición que me imponéis la acepto antes que morir porque de sobra sé que me quedaría apenas un día de vida y muriendo yo, mi hija moriría conmigo. Curadme, hada sabia, no hacedme perder ni un minuto para llegar a disfrutar de la gracia que me habéis concedido".
El Hada la tocó con su varita de oro diciendo: "Que su majestad sea libre de todo mal que la tiene encadenada a la cama". Con estas palabras le pareció sentirse libre de un traje de plomo duro y pesado que le quitaba la respiración e incluso en aquellas partes donde sentía mayor peso, cedió su mal. Hizo llamar a todas sus damas y con cara sonriente les dijo que se encontraba muy bien y deseaba levantarse porque finalmente las puertas del castillo cerradas a cal y canto se abrirían para ella y así podría comer y llevar cuanto quisiese la buena fruta del jardín.
Todas las damas estaban convencidas que la Reina delirase y que soñaba con los ojos abiertos las frutas tan deseadas y en lugar de obedecerla rompieron a llorar despertando a los médicos para que la visitasen. El retraso ponía nerviosa a la Reina que pedía sus vestidos y nadie se movía. Fue tan lejos la cosa, que de la rabia se puso roja como una cereza. Algunos decían que era causa de la fiebre, sin embargo, los médicos después de haberle tomado el pulso y de hacerle los rutinarios reconocimientos, llegaron a la conclusión que disfrutaba de una óptima salud. Las damas al ver en saco roto sus suposiciones, intentaron reparar el daño vistiéndola de pies a cabeza en un abrir y cerrar de ojos. Le pidieron perdón y todo fue olvidado. La Reina se apresuró a seguir a la vieja hada que la había estado esperando.
Entró en el palacio donde nada faltaba para ser el palacio más bello del mundo "y vos, señor, no podréis creerlo" - dijo la Gata Blanca - "cuando os diga que es el mismo donde nos encontramos".
Dos hadas, un poco menos viejas que la que acompañaba a mi madre, vinieron a recibirla y la acogieron con gran alegría. Ella les rogó que la llevaran al jardín preferiblemente a la parte trasera donde encontraría los mejores frutos. "Son todos igual de buenos" afirmaron las hadas "si no fuera por el gran deseo que sientes por cogerlas con tus propias manos, te las habríamos llamado acercándotelas hasta aquí". "Os lo suplico, señoras mías" - dijo la Reina - hacedme el placer de ver tan grandiosa maravilla fuera de lo común". La mas vieja de las dos hadas acercó los dedos a la boca, dio tres silbidos y gritó: " albaricoques, melocotones, nueces, ciruelas, peras, melones, manzanas, naranjas, limones, uvas, fresas, frambuesas, corred a mi llamada".
"¡Pero cada fruta crece en diferentes estaciones del año!" - exclamó sorprendida la Reina -.
"No es así en nuestros huertos. Tenemos siempre todo tipo de fruta siempre buena, madura y no se ponen malas".
Entretanto las frutas llegaron rodando, trepando las unas sobre las otras sin mezclarse ni ensuciarse. La Reina que se moría de ganas se lanzó sobre ellas tomando las primeras que estaban más a mano. No se las comió: las devoró.
Cuando se encontró absolutamente llena, pidió a las hadas que la dejasen ir a la parte trasera para elegir la fruta antes de cogerla.“Pues claro - dijeron las hadas - pero recordaos la promesa que habéis hecho pues ya no tenéis tiempo para arrepentiros".
"Estoy convencida" - pudo decir entre bocado y bocado - "que aquí se debe vivir muy bien este palacio me parece tan bello que si no fuera por el amor tan grande que siento por el Rey, mi marido, me gustaría quedarme yo también. Veis que jamás me arrepentiré de lo que he prometido".
Las hadas estaban tan contentas que no se lo podían creer y abrieron sus jardines y recintos más apartados. Se encontraba tan bien la Reina, que se entretuvo tres días y tres noches sin alejarse de allí ni tan siquiera un minuto. Hizo un gran aprovisionamiento de fruta que cogió a más no poder porque sabía que se conservarían. Hizo cargar cuatro mil mulos que llevó consigo. Al regalo de las frutas, las hadas quisieron añadir canastas y cestas de oro tan finamente elaboradas que cortaban la respiración. Le prometieron que me habrían de criar como princesa con una educación perfecta y que a su debido tiempo elegirían un esposo. Además le dijeron que sería informada el día de la boda y que estaban seguras que no ella faltaría.
El Rey estaba encantado con el retorno de la Reina y toda la corte le demostró su gozo. Cada día organizaban un baile, mascaradas, fiestas y torneos donde las frutas llevadas por la Reina venían distribuidas como regalo exquisito. El mismo Rey lo prefería a cualquier otra cosa, pero no sabía del pacto con las hadas. Le preguntaba a la Reina en que país había estado para encontrar semejante delicia. Ella le respondía que las había encontrado en una altísima montaña, casi inaccesible o que crecían en un valle, en un jardín, o a veces inventaba que las había encontrado en medio de un bosque. El Rey no se explicaba tantas contradicciones. Interrogaba a quienes la habían acompañado, pero no osaban a decir ni media palabra pues se les tenía prohibido. Al final la Reina inquieta por la promesa hecha a las hadas y viendo llegar la hora del parto, se puso de mal humor. No hacía más que suspirar y se consumía como una vela por momentos. El Rey alarmado preguntaba insistente la razón de su tristeza un día y otro hasta que la Reina se vio obligada a contar lo sucedido entre ella y las hadas y como había prometido la hija que estaba por dar a luz.
"¡Cómo! - exclamó el Rey - no tenemos hijos y sabéis cuanto lo deseaba ¿y por la gula de comer dos o tres manzanas has sido capaz de prometer nuestra hija?. Se nota lo mucho que me queréis". Comenzó a hacerle reproches y le dijo tantos tantos, que mi madre casi muere del dolor. Y por si fuera poco, la encerró en una torre metiendo guardias por todas partes para que no pudiera hablar con nadie con excepción de los oficiales destinados a servirla. Para terminar, despidió a todos aquellos que la habían acompañado al castillo de las hadas.
Esta desavenencia entre el Rey y la Reina entristeció a la corte. Cada uno cambió su traje para adaptarlos a la aflicción general. En cuanto al Rey, se mostraba inflexible y no quiso ver más a su mujer. Apenas recién nacida me llevaron al palacio para ser criada mientras mi madre permanecía en prisión en la máxima desolación.
Las hadas estaban al corriente de lo que acaecía tomándoselo muy mal, deseando verme a toda costa porque me tenían como cosa suya opinando que retenerme en la corte era lo mismo que robarles. Antes de vengarse en la misma proporción de la ofensa, mandaron al Rey un mensaje para aconsejarlo de liberar a la Reina y readmitirla rogándole al mismo tiempo que me entregase a sus embajadores. Estos eran tan feos con una figura tan encorvada y pequeñita, que no pudieron hacer entrar en razón al Rey. Los echó sin contemplaciones amenazando que si no se alejaban rápido sufrirían las consecuencias.
Las hadas supieron de la discusión con mi padre y llenas de rabia hicieron mandar a los seis reinos toda clase de plagas, soltaron un horrible dragón que escupía veneno por donde pasaba, comía personas y bestias además de secar árboles y plantas con su aliento.
El Rey estaba desesperado. Consultó con todos los sabios del Estado para encontrar el modo de liberar a sus súbditos de tanta desgracia que les atormentaba. Unos le sugerían que fuera en busca de los mejores médicos del mundo con sus fiables remedios. Otros le aconsejaban que perdonase la vida a los condenados a muerte a cambio de ir a combatir contra el dragón. Al Rey le gustó el consejo, pero no obtuvo ningún provecho porque todos aquellos que iban a encontrar al dragón eran devorados. Así que no le quedó otra opción que recurrir a un hada que lo había tenido bajo su protección desde niño. Era una vieja tan vieja que no se levantaba casi nunca de la cama. Fue a su casa y la llenó de quejas porque no había venido en su ayuda permitiendo que tal destino lo maltratase.
"¿Qué queréis que haga?.Vos habéis hecho enfadar a mis hermanas, tienen tanto poder como yo y no es caso de enfrentarnos. Pensad mejor en claudicar entregándoles vuestra hija, esa princesita es suya. Vos habéis encerrado a la Reina en una minúscula prisión. ¿Qué os ha hecho una mujer tan amable para ser tratada tan mal?. Venga, sé bueno y mantén la promesa de tu mujer y os lloverá la felicidad".
El Rey, mi padre me quería mucho pero no viendo otra alternativa para salvar su reino y liberarse del fatal dragón, le dijo a su amiga que le había convencido por las buenas razones que le había dado y que sin condición me entregaría en manos de las hadas. De todas maneras sería cuidada y criada como una princesa, liberaría a la reina y sólo tenía que decirle a quién debía entregarme para que me llevasen al castillo de las hadas.
"Necesitas llevarla a la montaña de las flores - respondió la vieja hada - vos podéis quedaros allí a una cierta distancia para asistir a las fiestas que se harán en su honor".
El Rey prometió que dentro de ocho días iría con la Reina y que podía avisar a sus hermanas para que se preparasen para recibirme.
Regresó al palacio, mandó liberar a la Reina con tanta atención y pompa cuanto la rabia que la había hecho encarcelar. Estaba tan abatida y descuidada, que al Rey le costó trabajo reconocerla si su corazón no le hubiese dicho que era la misma persona que en otro tiempo había amado tanto. La suplicó con los ojos llenos de lágrimas que olvidase los disgustos que le había causado prometiendo que serían los primeros y los últimos. Ella respondió que se los merecida por la imprudencia de prometer la hija a las hadas y que no tenía otra excusa que el estado de embarazo en que se encontraba.
Al final el Rey declaró su intención de entregarme en mano a las hadas. Sin embargo, la Reina se opuso. Parecía que el demonio metiera cizaña y que yo debía ser la manzana de la discordia entre mi madre y mi padre.
Cuando hubo llorado un buen rato sin obtener nada -porque mi padre veía las horribles consecuencias y nuestros súbditos continuaban a muriendo por decenas como si fuesen responsables de los errores de nuestra familia- ella se resignó aceptando todo empezando a preparar la ceremonia de mi entrega.
Me metieron en una cuna de madreperlas adornada con toda elegancia que el arte puede ofrecer. Había guirnaldas de flores y festones en cada rincón. Las flores eran de piedras preciosas cuyos variados colores al reflejo del sol resplandecían haciendo mal a los ojos.
La grandeza de mi traje sobrepasaba al de mi cuna; todos los encajes de mis pañales estaban compuestos por gruesas perlas, veinticuatro princesas reales con peinados fuera de lo común me llevaban sobre una especie de andas ligerísima, no estaba permitido usar más color que el blanco para demostrar mi inocencia. Todas las personas de la corte diferenciadas por orden y grado me acompañaban. Mientras se ascendía a la montaña sentí una melodiosa sinfonía que se aproximaba a cada paso. Aparecieron treinta y seis hadas. Habían invitado a sus amigas a la fiesta. Cada una sentada en una concha más grande que aquella de Venus cuando salió del mar; tiradas por dos pares de caballitos de mar que no estaban acostumbrados a caminar por la tierra llevando a rastras esas viejas feas y presuntuosas como si fuesen las más grandes reinas del universo. Estas sostenían un ramo de olivo para demostrar al Rey que aceptaban su perdón. En cuanto me tuvieron en brazos, fueron tantas las caricias que me dieron, que parecía que no tuviesen otro deseo que el de hacerme feliz. El dragón, que había servido para vengarse de mi padre, caminaba tras ellas atado a una cadena de diamantes. Me acurrucaron entre sus brazos haciéndome mil caricias me dieron toda clase de dones. Después comenzaron el torbellino de las brujas: Es un baile muy alegre y divertido. Era increíble ver los saltos y pataletas que daban las viejas solteronas. Más tarde el dragón que se había comido tanta gente se aproximó a rastras. Las tres hadas a quienes me habían prometido mi madre, montaron en el dragón pusieron mi cuna entre ellas, tocaron al dragón con su varita mágica y este desplegó sus grandes alas hechas de escamas más delgadas que un finísimo crespón y de mil variopintos colores. De esta manera las hadas regresaron a su castillo. Mi madre al verme por los aires encima del dragón no pudo evitar sus lágrimas. El Rey la consoló diciendo que su amiga el hada le había asegurado que no me ocurriría nada malo y que además habrían cuidado de mí como si me hubiera quedado en mi propio palacio.
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Re: Cuentos para Alba
LA GATA BLANCA (3)
Ella se calmó aunque la idea de perderme por tanto tiempo y por su culpa, le diera mucha pena porque si ella no se hubiera muerto de ganas de probar los frutos del Jardín, yo habría crecido en el reino de mi padre y no habría sufrido todas las desgracias que me quedan por contaros.
"Sabed, Hijo de Rey, que mis guardianes habían construido para la ocasión una torre con muy bonitos apartamentos para todas las estaciones, muebles magníficos, libros divertidísimos pero ni siquiera una puerta y tenía que entrar por las ventanas que estaban a una altura de vértigo. Sobre la torre se hallaba un gran jardín decorado de flores, fuentes y glorietas de verdegal que daban reparo al calor del cubil. En aquel lugar me criaban las hadas con tantos cuidados que exageraban cuanto le habían prometido a la Reina. Mis vestidos eran confeccionados a la moda de la época tan ricos y elegantes que viéndome se creería que fuese el día de mi boda.
Las hadas me enseñaron todo lo referente a mi edad y yo no daba mucho que hacer porque aprendía a la primera. Mi dulzura de carácter las había enamorado y como no había visto vida más que esa, estaba convencida que permanecería en aquel tranquilo estado por el resto de mis días. Venían siempre a buscarme montadas en su famoso dragón que ya conocéis. No hablaban ni de Reina ni de Rey y como me llamaban hija creí de serlo verdaderamente. Para entretenerme me habían regalado un perro y un papagayo los cuales poseían el don de la palabra y hablaban como dos literatos. No había nadie más conmigo.
Un lado de la torre daba a un camino muy frondoso y lleno de árboles. Desde el día en que me no había visto pasar ni un alma pero un día al Papagayo le pareció sentir un ruido. Miré por todas partes y al final pude ver un joven caballero que se había parado a escuchar nuestra conversación. Yo no había visto otros hombres a parte de los pintados en los cuadros, así que como no me disgustaba la gran oportunidad que se me ofrecía, y sin pensar en los miles de peligros que venían unidos a la satisfacción de admirar tan agradable objeto, me asomé para verlo mejor. Cuanto más lo miraba más le cogía gusto. Me hizo una gran reverencia. Fijó sus ojos sobre mí y me parecía que se calentaba la cabeza para encontrar excusa para hablarme porque mi ventana era altísima y tenía miedo de ser descubierto sabiendo de sobra que se encontraba en el jardín de las hadas.
El sol cayó de golpe, es decir, se hizo de noche sin darnos cuenta. Dos o tres veces se llevó el cuerno a la boca y me alegró con alguna cancioncilla. Luego se fue sin que yo pudiese ver que camino tomase tan oscura como era la noche. Me quedé de piedra y no probé placer alguno con la conversación de mi Perrito y el Papagayo. Me dijeron las cosas más bonitas del mundo porque las bestias están llenas de sentimientos, en cambio yo tenía la cabeza quién sabe dónde y no conocía el arte del disimulo. El Papagayo se dio cuenta, pero como era muy listo no dio a entender lo que le pasaba por la cabeza. Fui puntual levantándome al amanecer. Corrí a la ventana y fue para mí una grandísima sorpresa ver al joven caballero al pie de la torre. Vestía un traje magnífico y me halagó muchísimo pensar que fuese yo la culpable. Me habló con una especie de trompa, mejor dicho, con un megáfono confesando que le habían siempre dejado indiferente las bellezas que había visto y que de repente se sentía profundamente herido por la mía sin saber qué sería de él si no pudiera verme todos los días. Este cumplido me gustó muchísimo lamentando no poder responderle porque tendría que gritar muy fuerte corriendo el riesgo de ser escuchada antes por las hadas que por él. Tenía en mis manos unas flores y se las lancé. Le agradó tanto el pequeño regalo como si se tratase del regalo más valioso que hubiese recibido. Lo besó varias veces y me dio las gracias. Me preguntó si me gustaría que viniese todos los días, a la misma hora bajo mi ventana y si yo fuese tan amable de darle alguna cosa de recuerdo. Yo tenía un anillo de turquesas me lo quité deprisa del dedo y se lo lancé rápidamente haciéndole señales para que se marchase porque me había parecido escuchar que el hada Violenta venía a lomo del dragón para traerme el desayuno.
La primera cosa que dijo al entrar en mi habitación fue: "Huelo la voz de un hombre ¡busca dragón!" ¡Imaginaos si me quedó algo de sangre en las venas! Estaba más muerta que viva por el temor que el dragón pasando por la otra ventana diera caza al caballero del cual estaba media enamorada.
"Mi mamá buena, me parecéis muy bromista esta mañana ¿acaso tiene olor la voz? y si la tuviera, ¿quién sería el temerario que se arriesgase a subir a la cúspide de esta torre?” - le pregunté muy seria -.
"Dices bien, hija mía, me gusta ver cómo razonas de manera tan sensata. Será el gran odio que siento por todos los hombres lo que me hace creer que están cerca cuando están lejos".
Me dio el desayuno y la rueca añadiendo: "cuando termines de comer ponte a hilar. Ayer no hiciste nada y mis hermanas no lo ven bien". En realidad estaba tan ocupada con el caballero desconocido que no toqué ni rueca ni huso.
Tiré la rueca con desprecio y escalé a la cúspide de la torre para ver lo más lejos posible. Tenía conmigo un excelente catalejo. Nada me impedía la vista al entorno, podía volverme a mirar a todas partes. Allí estaba mi caballero en la veta de una montaña. Reposaba bajo un rico palio de oro brocado rodeado de una numerosísima corte. Pensé que se trataría del hijo de algún Rey cercano al palacio de las hadas. Tenía miedo que al bajar de la torre pudiese ser descubierta por el dragón, así que fui a buscar mi Papagayo y le ordené volar a la veta de aquella montaña donde encontraría al caballero que había hablado conmigo y debía decirle de mi parte de no volver a la ventana porque me había dado cuenta que las hadas me tenían tan vigilada que podrían hacerle una broma de mal gusto. El Papagayo cumplió su misión como buen papagayo servicial. Se quedaron sorprendidos al verlo llegar con sus alas desplegadas y posarse sobre el hombro del caballero para hablarle al oído. El caballero agradeció el mensaje pero lo sintió muchísimo. El modo en que lo protegía llenaba de gozo su corazón, mas todas las dificultades que encontraba para hablarme lo desanimaban aunque intuía que me gustaba. Hizo cientos de preguntas al Papagayo que, curioso por naturaleza, le hizo otras cuantas a él. El Rey le dio para mí un anillo a cambio de aquel de turquesas, pero mucho más bonito que el mío. Tallado en forma de corazón y engarzado de diamantes."Es justo que os use como mensajero. Aquí tienes mi retrato como regalo pero no mostrarlo a nadie que no sea vuestra querida amita". Y diciendo así lo ató a la patita del Papagayo que llevó también el anillo para mí.
Esperaba la vuelta de mi cartero alado con una impaciencia que no había nunca sentido. Me dijo que a quien le había llevado el mensaje era un Rey y que lo había recibido muy bien, que no podía vivir sin mí y que a pesar del gran peligro vendría bajo mi torre. Podía estar segura que estaba dispuesto a todo antes que renunciar a verme. Estas cosas me hicieron sentir enferma y empecé a llorar como un bebé. El Papagayo y el Perrito se las ingeniaban para consolarme porque me querían mucho. El Papagayo me entregó el anillo del Rey y me enseñó el retrato. Confieso que no me había sentido jamás tan desconsolada cuando me di cuenta que no había visto más allá de mi torre. Me resultó gracioso que no se me hubiera ocurrido antes y cientos de recuerdos a veces agradables y otros tristes se acumularon en mi cabeza con una angustia extraordinaria. Las hadas vinieron a visitarme y se dieron cuenta. Comentaron entre ellas que sin duda me aburría y necesitaban buscarme un marido de mi especie. Nombraron algunos y se quedaron con el Rey Menudito cuyo reino distaba unas quinientas millas de allí pero esto no era un obstáculo. El Papagayo escuchó su conversación y vino veloz a contármelo: “Me daría pena, querida ama, que os tocase por marido el Rey Menudito es un sucio saco de papas que da miedo. No llega ni a la suela de los zapatos al Rey que vos amáis".
"Dime, Papagayo, ¿lo has visto?".
"Claro - añadió el Papagayo - he sido criado en una rama de árbol junto a él".
"¡Cómo, bajo una rama!" - dije asustada -.
"Si señora, debéis saber que tiene los pies de aguilucho".
Me hizo mucho daño aquella conversación. Miraba el bonito retrato del Rey pensando que sólo lo había dado al Papagayo para que yo lo pudiera ver. Cuando lo comparaba con el del Rey Menudito preferiría romperme los brazos que casarme con aquel chimpancé y me entraban ganas de morir.
No pegué ojo en toda la noche. Papagayo y Tití me hacían compañía. Me dormí al amanecer pero el perrito que tenía buen olfato sintió que el Rey estaba ya al pie de la torre. Despertó al Papagayo y le dijo: "Que apuestas que el Rey ya está abajo".
"Calla charlatán" - dijo el Papagayo - ¿por qué estás siempre con los ojos abiertos y los oídos al aire?. ¿Te molesta que los demás descansen un poco?"
"Apuesto a que está"
"Yo te digo que no está. ¿No he sido yo mismo que le ha prohibido venir aquí de parte de la Princesa?".
"Una bonita prohibición - gritó Tití el perrito- un hombre enamorado escucha sólo a su corazón".
Mientras discutían, empezó a arrancarle de broma sus plumas pero al Papagayo le sentó mal. Sus chillidos me despertaron y sabiendo el motivo de la pelotera no corrí, volé hacia la ventana. Vi que el Rey me extendía sus brazos y con el megáfono me dijo que no podía vivir sin mí y me rogaba que intentase escapar de la torre o permitir que él entrase y teniendo como testigo todos los dioses del Olimpo, juró que se casaría conmigo y que me convertiría en una de las más grandes reinas del universo.
Ordené al Papagayo que le dijese que aquello que me pedía era imposible y a cambio de los juramentos y las promesas, me las arreglaría para hacerlo feliz. Por otra parte le advertí el porqué no debía venir bajo la torre todos los días, pues con el tiempo lo descubrirían y entonces las hadas no tendrían piedad ni misericordia.
Se marchó con el corazón lleno de gozo y esperanza. Yo me encontré con una gran tristeza y desilusión pensando en lo que había prometido. ¿Cómo salir de la torre que ni siquiera tenía puerta, sin más ayuda que el Papagayo y Tití, siendo tan joven, inexperta y muerta de miedo?. Mi respuesta fue intentar fugarme sin saber cómo. Mandé al Papagayo para que avisase al Rey.
Su primer impulso fue asesinarse ante sus ojos, pero después le encargó persuadirme a irlo a ver morir o que yo lo ayudase a extinguir su pasión.
"A la orden - dijo el mensajero con plumas - mi dueña está más que convencida de vuestras palabras... no le falta voluntad... si pudiese...".
Cuando volvió para contarme lo sucedido me entristecí aún más. Entró el hada Violenta y me vio con los ojos rojos. Me preguntó si había llorado y si no le confesaba el motivo, me quemaría viva ( todas sus amenazas eran así de espantosas) Respondí temblando como una hoja que estaba cansada de hilar y que preferiría tener un poco de hilo para hacer redes para coger pajarillos que volaban para comerse las frutas de mi jardín.
"¿Eso es todo lo que deseas, hija mía?. En ese caso no llores más. Tendrás tanto hilo que no sabrás dónde ponerlo". Dicho y hecho. Me trajo todo la misma noche y me advirtió que me pusiera guapa sin llorar más porque el Rey Menudito estaba por llegar de un momento a otro. Esa noticia me produjo escalofríos pero no rechisté. Tan pronto como salió de la estancia comencé a hacer unos nudos con el hilo con la intención de hacer una escalera de cuerda y se me dio bastante bien aunque nunca había visto una. De este modo el hada me traía solo el hilo que necesitaba y se preocupaba diciendo: "Pero hija mía, tu trabajo es como la tela de Penélope. No adelantas nada y estás pidiéndome siempre más hilo".
"Mamita buena, bien razonáis pero no imagináis que líos he armado y que echo al fuego mi trabajo". Mis ingenuos modos la ponían de buen humor si bien era de un carácter insufrible y cruel.
Mediante el Papagayo mandé decir al Rey que que viniese tal noche bajo la ventana de la torre. Encontraría una escalera de cuerda y que el resto lo sabría en aquel momento.
Fijé bien la escalera, decidida a fugarme con él. Pero cuando apenas la vio, sin darme tiempo, subió en un abrir y cerrar de ojos mientras estaba preparando todo para la fuga. Al verle, sentí tanto gozo que no pensé en el peligro que se cernía sobre nuestras cabezas. Me renovó sus juramentos y me suplicó que no postergase por más tiempo aceptarle como esposo. Le pedía a Papagayo y a Tití que fueran los testigos. No existía celebración de boda tan singular como aquella celebrada con tanta sencillez entre dos personas de tan elevado linaje, ni el recuerdo de dos corazones más contentos y satisfechos que los nuestros. No había llegado todavía el amanecer cuando el Rey me dejó. Yo le había contado el horrible plan de las hadas de verme casada con el Rey Menudito.
Lo describí y le dio más repulsión que a mí. Apenas partió, las horas me parecieron años. Corrí a la ventana acompañándole con la vista aunque estaba oscuro. Pero no sabéis cual fue mi sorpresa al ver por los aires una carroza tirada por salamandras aladas que corría tan veloz como un rayo, tanto que mis ojos apenas podían seguirla. La carroza estaba escoltada por una nube de guardias montados en avestruces. No tuve tiempo de recuperar la razón para entender quién corría por los aires de aquella manera pero imaginé que debía ser un mago o un hada.
Poco después llegó el hada Violenta a mi habitación."Tengo que darte buenas noticias. Tu amor acaba de llegar hace pocas horas. Prepárate a recibirlo. Aquí tienes los vestidos y adornos de piedras preciosas".
"¿Quién os ha dicho que quiero casarme? - respondí enfadada - no es mi intención. El Rey Menudito puede volverse por donde ha venido, es libre de hacerlo porque entre él y yo no habrá nada".
"Escuchad, escuchad - dijo el hada - ¿pues no quiere hacerse la difícil?.Quisiera saber que está tramando esa cabecita. ¡A la corte!. Conmigo no se bromea o te casas o yo... !".
" ¿O vos?.Veamos, ¿qué haréis? - volviéndome roja escarlata hasta la punta de los cabellos por las amenazas - ¿qué peor me podría pasar que ser prisionera en una torre en compañía de un perro y un papagayo con la obligación de ver siete y ocho veces al día la figura de un dragón espantoso?".
"¡Oh, eres una desagradecida!.¡No mereces más que penas y preocupaciones!.¡Con lo que hemos hecho por ti!.Ya les venía diciendo desde hace tiempo a mis hermanas que tendríamos una buena recompensa". Y se fue para contárselo a sus hermanas.
Papagayo y Tití advirtieron que si seguía por ese camino me metería en un gran lío, pero en aquel momento estaba orgullosa de poseer el corazón de un gran Rey y no me daban miedo las hadas y me entraban por un oído y me salían por otro los consejos de mis pequeños amigos.
Quedé vestida tal y como estaba sin ponerme ni un lazo de más, todo el contrario, me despeiné del todo para hacerle creer que era una bruja a Menudito.
El encuentro fue en la terraza. Llegaron en su coche de fuego. He visto diminutos duendecillos en alguna ocasión pero nunca tan pequeñajos. Para caminar Menudito se servía de las rodillas porque carecía de huesos en las piernas. Se mantenía derecho sobre dos muletas hechas de diamantes. En la mano tenía un manto real de un metro de largo que le arrastraba por el suelo al menos dos tercios. En lugar de cabeza, tenía una gran calabaza que parecía un estadio y una nariz tan desmesurada que cabían sobre ella una docena de pajaritos con los que se divertía sintiéndolos cantar. Su barba era un bosque donde hacían sus nidos los canarios. Las orejas le pasaban más allá de un metro de la cabeza cosa que nadie advertía por la sencilla razón de que llevaba en la cabeza una grandísima corona de punta que lo hacía parecer más alto. Las llamas que desprendía el carro asaba la fruta, secaba las flores y las fuentes de mi jardín.
Vino a mi encuentro con los brazos abiertos de par en par, pero no me moví ni un centímetro por lo que necesitó que su escudero le cediese su brazo para moverse. Cuando intentó acercarse escapé a mi habitación y cerré las ventanas. Creo que Menudito debió marcharse con las hadas que llenas de cólera me habrían sacado los ojos.
Le pidieron excusas por mi rudeza y para apaciguarlo porque era un tipejo que daba miedo, pensaron llevarlo de noche a mi habitación mientras yo dormía, atarme de pies y manos y meterme en el carro incendiado para que pudiese darme mi merecido. Cuando estaba todo preparado, volvieron a mí para reprenderme por mi conducta diciéndome que necesitaba arreglarse el malentendido. Todos estos "dulces reproches" olían muy mal al parecer de Papagayo y Tití.
"¿Deseáis que os hable claro, ama? - dijo Tití - el corazón no me dice nada bueno. Estas señoras hadas son un tipo de gente que... y que Dios nos libre sobretodo de la Violenta".
Me reí de este temor corriendo a esperar a mi esposo el cual ardía de deseos de verme temiendo que no fuese puntual a la cita. Le lancé la escalera de cuerda con la firme decisión de fugarme con él. Él subió ligero como una pluma y me dijo cosas tan gentiles que no tengo aún el valor de traerlas a mi memoria.
Hablábamos tranquilos y seguros como si estuviéramos en su palacio, se derrumbó la ventana de la habitación con un gran estruendo. Las hadas entraron montadas en su dragón. Menudito las seguía con su carro de fuego y sus guardias montados en avestruces. El Rey, sin alterarse, cogió su espada y no pensó nada más que en defenderme de la terrible suerte que me esperaba... y bien, "¿qué debo deciros, querido señor?. Aquellas criaturas despiadadas lo desafiaron con el dragón que lo devoró vivo ante mis ojos".
Fuera de mí por nuestra desgracia, me lancé hacia la boca del horrible monstruo para que pudiera tragarme a mí como se había tragado a la persona que era todo mi amor. El dragón lo habría hecho con gusto pero las hadas más crueles que él lo detuvieron.
Gritaron al unísono.
"Necesita reservarle un tormento más largo, una muerte rápida es casi un caramelo para una criatura tan indigna y criminal". Me tocaron con su varita y me vi transformada en Gata Blanca. Me condujeron a este palacio que era de mi padre, transformaron en gatos y gatas a todos los señores y damas del reino y a algunos les dejaron sólo las manos. Así me redujeron en el lamentable estado en que me encuentras haciéndome saber el secreto de mi nacimiento, la muerte de mi padre y de mi madre y que no podría liberarme de mi figura de gata hasta encontrar un príncipe que se pareciese como dos gotas de agua a aquél que me habían arrebatado."Y vos, señor, sois su vivo retrato, los mismos modos, la misma fisonomía, hasta el mismo tono de voz. Apenas os vi la primera vez, me quedé impresionada. Sabía todo lo que tenía que suceder como sé lo que sucederá y os diré que mis penas están por acabarse".
"Y las mías, hermosa Reina, ¿por qué deberían durar mucho más?" – preguntó arrodillándose el Príncipe a sus pies -.
"Yo os amo, señor, más que a mi vida. Es momento de partir para ver a vuestro padre. Veremos cuáles son sus sentimientos hacia mí y si está dispuesto a contentaros".
Ella salió y el Príncipe la tomó de la mano. Montaron en una carroza aún más maravillosa que las anteriores con esmeraldas y clavos de diamantes. Y desde ese momento no se vio nada igual. Es inútil estar aquí a repetir lo mismo sobre el Príncipe y la Reina. Ella poseía una bondad fuera de lo normal y un alma pura y el joven Príncipe valía tanto como ella. Sólo se podían pensar y decir un millón de cosas buenas sobre ellos.
En las proximidades del castillo donde debían reunirse los tres hermanos, la Reina entró en una pequeña caja de cristal con todas sus caras repletas de oro y rubíes. Este particular medio de transporte estaba cubierto por cortinas para evitar miradas curiosas y llevado por jóvenes de excelente aspecto y vestidos espléndidamente.
El Príncipe se quedó en su carroza y desde allí pudo ver a sus hermanos que paseaban del brazo de dos princesas de una belleza increíble. Apenas lo reconocieron fueron a su encuentro preguntando si había traído a su dama. Respondió que había tenido tan mala suerte que en todo el viaje sólo había encontrado mujeres feísimas y que le había parecido mejor traer una Gata Blanca.
Estos empezaron a reír de su ingenuidad."¡Una gata!.¿Por qué una gata?.¿Tenéis miedo que los ratones se coman el palacio?". El Príncipe respondió que entendía que no era prudente llevar un regalo tan extraño a su padre. Así entre una y otra conversación se encaminaron a la ciudad.
Los dos hermanos mayores subieron con sus princesas en dos carrozas de oro macizo y lapislázuli. Los caballos llevaban en la cabeza penachos y otros adornos. En resumen eran unas maravillosas cabalgaduras. Detrás de ellos venía nuestro joven Príncipe y la caja de cristal que todos miraban con admiración.
Los cortesanos corrieron rápidamente a avisar al Rey de la llegada de los Príncipes.
"¿Llevan bellas mujeres consigo?" - preguntó el Rey -.
"No se ha visto nada igual".
Parece que esa respuesta no agradó mucho al Rey. Los dos Príncipes se dieron prisa para subir las escaleras con sus princesas que eran dos rayos de sol. El Rey los recibió muy bien y no sabía cuál de las dos prefreía. Dirigiéndose al menor de sus hijos le preguntó: "¿Cómo estuvo esta vez?, ¿has vuelto solo?".
"Vuestra majestad verá dentro de este cristal una gatita blanca que maúlla con mucha gracia y que tiene unas patitas tan suaves como el terciopelo. Estoy seguro que le gustará" -dijo el Príncipe-.
El Rey sonrió y se acercó para abrir él mismo la caja de cristal. Apenas se acercó, la Reina accionó un muelle, la caja se rompió en mil pedazos y ella salió fuera como el sol después de estar escondido por un poco de tiempo entre las nubes. Sus cabellos eran rubios y caían por la espalda en grandes rizos que le llegaban hasta los pies. Llevaba el cabello lleno de flores. Sus vestidos eran de un ligerísimo velo blanco forrado de seda rosa. Se inclinó para hacer una reverencia al Rey que en el colmo de su admiración no pudo contenerse al exclamar: "Aquí tenéis una mujer sin par que merece verdaderamente mi corona".
"Señor, no he venido para robaros un trono que ocupáis tan dignamente. Nací con seis reinos. Permitidme lo contrario; que yo os ofrezca uno a vos y a cada uno de vuestros hijos a cambio de vuestra amistad y de vuestro hijo menor por esposo. Los tres reinos que nos restan son más que suficientes para nosotros".
El Rey y toda la corte, estallaron en un vocerío con gritos de admiración y de increíble alegría.
Las bodas se celebraron todas al instante y al celebrar tres bodas contemporáneamente, se celebró una fiesta que duró meses y meses. Juergas y diversiones con toda la corte.
Después cada uno se fue a gobernar sus propios estados. Y la bella Gata Blanca quedó en el recuerdo de los que la conocieron no sólo por la bondad y la generosidad de su corazón, sino por su extraña virtud y su gran belleza.
La crónica de aquel tiempo cuenta que Gata Blanca se convirtió en modelo de buena esposa y de madre sabia y respetable. Y yo lo creo. Con el triste ejemplo recibido en casa, ella misma había aprendido en carne propia que la locura y los caprichos de las madres en muchísimas ocasiones, son causa de grandes disgustos para sus hijos.
Y colorín colorado...este cuento se ha acabado.
Ella se calmó aunque la idea de perderme por tanto tiempo y por su culpa, le diera mucha pena porque si ella no se hubiera muerto de ganas de probar los frutos del Jardín, yo habría crecido en el reino de mi padre y no habría sufrido todas las desgracias que me quedan por contaros.
"Sabed, Hijo de Rey, que mis guardianes habían construido para la ocasión una torre con muy bonitos apartamentos para todas las estaciones, muebles magníficos, libros divertidísimos pero ni siquiera una puerta y tenía que entrar por las ventanas que estaban a una altura de vértigo. Sobre la torre se hallaba un gran jardín decorado de flores, fuentes y glorietas de verdegal que daban reparo al calor del cubil. En aquel lugar me criaban las hadas con tantos cuidados que exageraban cuanto le habían prometido a la Reina. Mis vestidos eran confeccionados a la moda de la época tan ricos y elegantes que viéndome se creería que fuese el día de mi boda.
Las hadas me enseñaron todo lo referente a mi edad y yo no daba mucho que hacer porque aprendía a la primera. Mi dulzura de carácter las había enamorado y como no había visto vida más que esa, estaba convencida que permanecería en aquel tranquilo estado por el resto de mis días. Venían siempre a buscarme montadas en su famoso dragón que ya conocéis. No hablaban ni de Reina ni de Rey y como me llamaban hija creí de serlo verdaderamente. Para entretenerme me habían regalado un perro y un papagayo los cuales poseían el don de la palabra y hablaban como dos literatos. No había nadie más conmigo.
Un lado de la torre daba a un camino muy frondoso y lleno de árboles. Desde el día en que me no había visto pasar ni un alma pero un día al Papagayo le pareció sentir un ruido. Miré por todas partes y al final pude ver un joven caballero que se había parado a escuchar nuestra conversación. Yo no había visto otros hombres a parte de los pintados en los cuadros, así que como no me disgustaba la gran oportunidad que se me ofrecía, y sin pensar en los miles de peligros que venían unidos a la satisfacción de admirar tan agradable objeto, me asomé para verlo mejor. Cuanto más lo miraba más le cogía gusto. Me hizo una gran reverencia. Fijó sus ojos sobre mí y me parecía que se calentaba la cabeza para encontrar excusa para hablarme porque mi ventana era altísima y tenía miedo de ser descubierto sabiendo de sobra que se encontraba en el jardín de las hadas.
El sol cayó de golpe, es decir, se hizo de noche sin darnos cuenta. Dos o tres veces se llevó el cuerno a la boca y me alegró con alguna cancioncilla. Luego se fue sin que yo pudiese ver que camino tomase tan oscura como era la noche. Me quedé de piedra y no probé placer alguno con la conversación de mi Perrito y el Papagayo. Me dijeron las cosas más bonitas del mundo porque las bestias están llenas de sentimientos, en cambio yo tenía la cabeza quién sabe dónde y no conocía el arte del disimulo. El Papagayo se dio cuenta, pero como era muy listo no dio a entender lo que le pasaba por la cabeza. Fui puntual levantándome al amanecer. Corrí a la ventana y fue para mí una grandísima sorpresa ver al joven caballero al pie de la torre. Vestía un traje magnífico y me halagó muchísimo pensar que fuese yo la culpable. Me habló con una especie de trompa, mejor dicho, con un megáfono confesando que le habían siempre dejado indiferente las bellezas que había visto y que de repente se sentía profundamente herido por la mía sin saber qué sería de él si no pudiera verme todos los días. Este cumplido me gustó muchísimo lamentando no poder responderle porque tendría que gritar muy fuerte corriendo el riesgo de ser escuchada antes por las hadas que por él. Tenía en mis manos unas flores y se las lancé. Le agradó tanto el pequeño regalo como si se tratase del regalo más valioso que hubiese recibido. Lo besó varias veces y me dio las gracias. Me preguntó si me gustaría que viniese todos los días, a la misma hora bajo mi ventana y si yo fuese tan amable de darle alguna cosa de recuerdo. Yo tenía un anillo de turquesas me lo quité deprisa del dedo y se lo lancé rápidamente haciéndole señales para que se marchase porque me había parecido escuchar que el hada Violenta venía a lomo del dragón para traerme el desayuno.
La primera cosa que dijo al entrar en mi habitación fue: "Huelo la voz de un hombre ¡busca dragón!" ¡Imaginaos si me quedó algo de sangre en las venas! Estaba más muerta que viva por el temor que el dragón pasando por la otra ventana diera caza al caballero del cual estaba media enamorada.
"Mi mamá buena, me parecéis muy bromista esta mañana ¿acaso tiene olor la voz? y si la tuviera, ¿quién sería el temerario que se arriesgase a subir a la cúspide de esta torre?” - le pregunté muy seria -.
"Dices bien, hija mía, me gusta ver cómo razonas de manera tan sensata. Será el gran odio que siento por todos los hombres lo que me hace creer que están cerca cuando están lejos".
Me dio el desayuno y la rueca añadiendo: "cuando termines de comer ponte a hilar. Ayer no hiciste nada y mis hermanas no lo ven bien". En realidad estaba tan ocupada con el caballero desconocido que no toqué ni rueca ni huso.
Tiré la rueca con desprecio y escalé a la cúspide de la torre para ver lo más lejos posible. Tenía conmigo un excelente catalejo. Nada me impedía la vista al entorno, podía volverme a mirar a todas partes. Allí estaba mi caballero en la veta de una montaña. Reposaba bajo un rico palio de oro brocado rodeado de una numerosísima corte. Pensé que se trataría del hijo de algún Rey cercano al palacio de las hadas. Tenía miedo que al bajar de la torre pudiese ser descubierta por el dragón, así que fui a buscar mi Papagayo y le ordené volar a la veta de aquella montaña donde encontraría al caballero que había hablado conmigo y debía decirle de mi parte de no volver a la ventana porque me había dado cuenta que las hadas me tenían tan vigilada que podrían hacerle una broma de mal gusto. El Papagayo cumplió su misión como buen papagayo servicial. Se quedaron sorprendidos al verlo llegar con sus alas desplegadas y posarse sobre el hombro del caballero para hablarle al oído. El caballero agradeció el mensaje pero lo sintió muchísimo. El modo en que lo protegía llenaba de gozo su corazón, mas todas las dificultades que encontraba para hablarme lo desanimaban aunque intuía que me gustaba. Hizo cientos de preguntas al Papagayo que, curioso por naturaleza, le hizo otras cuantas a él. El Rey le dio para mí un anillo a cambio de aquel de turquesas, pero mucho más bonito que el mío. Tallado en forma de corazón y engarzado de diamantes."Es justo que os use como mensajero. Aquí tienes mi retrato como regalo pero no mostrarlo a nadie que no sea vuestra querida amita". Y diciendo así lo ató a la patita del Papagayo que llevó también el anillo para mí.
Esperaba la vuelta de mi cartero alado con una impaciencia que no había nunca sentido. Me dijo que a quien le había llevado el mensaje era un Rey y que lo había recibido muy bien, que no podía vivir sin mí y que a pesar del gran peligro vendría bajo mi torre. Podía estar segura que estaba dispuesto a todo antes que renunciar a verme. Estas cosas me hicieron sentir enferma y empecé a llorar como un bebé. El Papagayo y el Perrito se las ingeniaban para consolarme porque me querían mucho. El Papagayo me entregó el anillo del Rey y me enseñó el retrato. Confieso que no me había sentido jamás tan desconsolada cuando me di cuenta que no había visto más allá de mi torre. Me resultó gracioso que no se me hubiera ocurrido antes y cientos de recuerdos a veces agradables y otros tristes se acumularon en mi cabeza con una angustia extraordinaria. Las hadas vinieron a visitarme y se dieron cuenta. Comentaron entre ellas que sin duda me aburría y necesitaban buscarme un marido de mi especie. Nombraron algunos y se quedaron con el Rey Menudito cuyo reino distaba unas quinientas millas de allí pero esto no era un obstáculo. El Papagayo escuchó su conversación y vino veloz a contármelo: “Me daría pena, querida ama, que os tocase por marido el Rey Menudito es un sucio saco de papas que da miedo. No llega ni a la suela de los zapatos al Rey que vos amáis".
"Dime, Papagayo, ¿lo has visto?".
"Claro - añadió el Papagayo - he sido criado en una rama de árbol junto a él".
"¡Cómo, bajo una rama!" - dije asustada -.
"Si señora, debéis saber que tiene los pies de aguilucho".
Me hizo mucho daño aquella conversación. Miraba el bonito retrato del Rey pensando que sólo lo había dado al Papagayo para que yo lo pudiera ver. Cuando lo comparaba con el del Rey Menudito preferiría romperme los brazos que casarme con aquel chimpancé y me entraban ganas de morir.
No pegué ojo en toda la noche. Papagayo y Tití me hacían compañía. Me dormí al amanecer pero el perrito que tenía buen olfato sintió que el Rey estaba ya al pie de la torre. Despertó al Papagayo y le dijo: "Que apuestas que el Rey ya está abajo".
"Calla charlatán" - dijo el Papagayo - ¿por qué estás siempre con los ojos abiertos y los oídos al aire?. ¿Te molesta que los demás descansen un poco?"
"Apuesto a que está"
"Yo te digo que no está. ¿No he sido yo mismo que le ha prohibido venir aquí de parte de la Princesa?".
"Una bonita prohibición - gritó Tití el perrito- un hombre enamorado escucha sólo a su corazón".
Mientras discutían, empezó a arrancarle de broma sus plumas pero al Papagayo le sentó mal. Sus chillidos me despertaron y sabiendo el motivo de la pelotera no corrí, volé hacia la ventana. Vi que el Rey me extendía sus brazos y con el megáfono me dijo que no podía vivir sin mí y me rogaba que intentase escapar de la torre o permitir que él entrase y teniendo como testigo todos los dioses del Olimpo, juró que se casaría conmigo y que me convertiría en una de las más grandes reinas del universo.
Ordené al Papagayo que le dijese que aquello que me pedía era imposible y a cambio de los juramentos y las promesas, me las arreglaría para hacerlo feliz. Por otra parte le advertí el porqué no debía venir bajo la torre todos los días, pues con el tiempo lo descubrirían y entonces las hadas no tendrían piedad ni misericordia.
Se marchó con el corazón lleno de gozo y esperanza. Yo me encontré con una gran tristeza y desilusión pensando en lo que había prometido. ¿Cómo salir de la torre que ni siquiera tenía puerta, sin más ayuda que el Papagayo y Tití, siendo tan joven, inexperta y muerta de miedo?. Mi respuesta fue intentar fugarme sin saber cómo. Mandé al Papagayo para que avisase al Rey.
Su primer impulso fue asesinarse ante sus ojos, pero después le encargó persuadirme a irlo a ver morir o que yo lo ayudase a extinguir su pasión.
"A la orden - dijo el mensajero con plumas - mi dueña está más que convencida de vuestras palabras... no le falta voluntad... si pudiese...".
Cuando volvió para contarme lo sucedido me entristecí aún más. Entró el hada Violenta y me vio con los ojos rojos. Me preguntó si había llorado y si no le confesaba el motivo, me quemaría viva ( todas sus amenazas eran así de espantosas) Respondí temblando como una hoja que estaba cansada de hilar y que preferiría tener un poco de hilo para hacer redes para coger pajarillos que volaban para comerse las frutas de mi jardín.
"¿Eso es todo lo que deseas, hija mía?. En ese caso no llores más. Tendrás tanto hilo que no sabrás dónde ponerlo". Dicho y hecho. Me trajo todo la misma noche y me advirtió que me pusiera guapa sin llorar más porque el Rey Menudito estaba por llegar de un momento a otro. Esa noticia me produjo escalofríos pero no rechisté. Tan pronto como salió de la estancia comencé a hacer unos nudos con el hilo con la intención de hacer una escalera de cuerda y se me dio bastante bien aunque nunca había visto una. De este modo el hada me traía solo el hilo que necesitaba y se preocupaba diciendo: "Pero hija mía, tu trabajo es como la tela de Penélope. No adelantas nada y estás pidiéndome siempre más hilo".
"Mamita buena, bien razonáis pero no imagináis que líos he armado y que echo al fuego mi trabajo". Mis ingenuos modos la ponían de buen humor si bien era de un carácter insufrible y cruel.
Mediante el Papagayo mandé decir al Rey que que viniese tal noche bajo la ventana de la torre. Encontraría una escalera de cuerda y que el resto lo sabría en aquel momento.
Fijé bien la escalera, decidida a fugarme con él. Pero cuando apenas la vio, sin darme tiempo, subió en un abrir y cerrar de ojos mientras estaba preparando todo para la fuga. Al verle, sentí tanto gozo que no pensé en el peligro que se cernía sobre nuestras cabezas. Me renovó sus juramentos y me suplicó que no postergase por más tiempo aceptarle como esposo. Le pedía a Papagayo y a Tití que fueran los testigos. No existía celebración de boda tan singular como aquella celebrada con tanta sencillez entre dos personas de tan elevado linaje, ni el recuerdo de dos corazones más contentos y satisfechos que los nuestros. No había llegado todavía el amanecer cuando el Rey me dejó. Yo le había contado el horrible plan de las hadas de verme casada con el Rey Menudito.
Lo describí y le dio más repulsión que a mí. Apenas partió, las horas me parecieron años. Corrí a la ventana acompañándole con la vista aunque estaba oscuro. Pero no sabéis cual fue mi sorpresa al ver por los aires una carroza tirada por salamandras aladas que corría tan veloz como un rayo, tanto que mis ojos apenas podían seguirla. La carroza estaba escoltada por una nube de guardias montados en avestruces. No tuve tiempo de recuperar la razón para entender quién corría por los aires de aquella manera pero imaginé que debía ser un mago o un hada.
Poco después llegó el hada Violenta a mi habitación."Tengo que darte buenas noticias. Tu amor acaba de llegar hace pocas horas. Prepárate a recibirlo. Aquí tienes los vestidos y adornos de piedras preciosas".
"¿Quién os ha dicho que quiero casarme? - respondí enfadada - no es mi intención. El Rey Menudito puede volverse por donde ha venido, es libre de hacerlo porque entre él y yo no habrá nada".
"Escuchad, escuchad - dijo el hada - ¿pues no quiere hacerse la difícil?.Quisiera saber que está tramando esa cabecita. ¡A la corte!. Conmigo no se bromea o te casas o yo... !".
" ¿O vos?.Veamos, ¿qué haréis? - volviéndome roja escarlata hasta la punta de los cabellos por las amenazas - ¿qué peor me podría pasar que ser prisionera en una torre en compañía de un perro y un papagayo con la obligación de ver siete y ocho veces al día la figura de un dragón espantoso?".
"¡Oh, eres una desagradecida!.¡No mereces más que penas y preocupaciones!.¡Con lo que hemos hecho por ti!.Ya les venía diciendo desde hace tiempo a mis hermanas que tendríamos una buena recompensa". Y se fue para contárselo a sus hermanas.
Papagayo y Tití advirtieron que si seguía por ese camino me metería en un gran lío, pero en aquel momento estaba orgullosa de poseer el corazón de un gran Rey y no me daban miedo las hadas y me entraban por un oído y me salían por otro los consejos de mis pequeños amigos.
Quedé vestida tal y como estaba sin ponerme ni un lazo de más, todo el contrario, me despeiné del todo para hacerle creer que era una bruja a Menudito.
El encuentro fue en la terraza. Llegaron en su coche de fuego. He visto diminutos duendecillos en alguna ocasión pero nunca tan pequeñajos. Para caminar Menudito se servía de las rodillas porque carecía de huesos en las piernas. Se mantenía derecho sobre dos muletas hechas de diamantes. En la mano tenía un manto real de un metro de largo que le arrastraba por el suelo al menos dos tercios. En lugar de cabeza, tenía una gran calabaza que parecía un estadio y una nariz tan desmesurada que cabían sobre ella una docena de pajaritos con los que se divertía sintiéndolos cantar. Su barba era un bosque donde hacían sus nidos los canarios. Las orejas le pasaban más allá de un metro de la cabeza cosa que nadie advertía por la sencilla razón de que llevaba en la cabeza una grandísima corona de punta que lo hacía parecer más alto. Las llamas que desprendía el carro asaba la fruta, secaba las flores y las fuentes de mi jardín.
Vino a mi encuentro con los brazos abiertos de par en par, pero no me moví ni un centímetro por lo que necesitó que su escudero le cediese su brazo para moverse. Cuando intentó acercarse escapé a mi habitación y cerré las ventanas. Creo que Menudito debió marcharse con las hadas que llenas de cólera me habrían sacado los ojos.
Le pidieron excusas por mi rudeza y para apaciguarlo porque era un tipejo que daba miedo, pensaron llevarlo de noche a mi habitación mientras yo dormía, atarme de pies y manos y meterme en el carro incendiado para que pudiese darme mi merecido. Cuando estaba todo preparado, volvieron a mí para reprenderme por mi conducta diciéndome que necesitaba arreglarse el malentendido. Todos estos "dulces reproches" olían muy mal al parecer de Papagayo y Tití.
"¿Deseáis que os hable claro, ama? - dijo Tití - el corazón no me dice nada bueno. Estas señoras hadas son un tipo de gente que... y que Dios nos libre sobretodo de la Violenta".
Me reí de este temor corriendo a esperar a mi esposo el cual ardía de deseos de verme temiendo que no fuese puntual a la cita. Le lancé la escalera de cuerda con la firme decisión de fugarme con él. Él subió ligero como una pluma y me dijo cosas tan gentiles que no tengo aún el valor de traerlas a mi memoria.
Hablábamos tranquilos y seguros como si estuviéramos en su palacio, se derrumbó la ventana de la habitación con un gran estruendo. Las hadas entraron montadas en su dragón. Menudito las seguía con su carro de fuego y sus guardias montados en avestruces. El Rey, sin alterarse, cogió su espada y no pensó nada más que en defenderme de la terrible suerte que me esperaba... y bien, "¿qué debo deciros, querido señor?. Aquellas criaturas despiadadas lo desafiaron con el dragón que lo devoró vivo ante mis ojos".
Fuera de mí por nuestra desgracia, me lancé hacia la boca del horrible monstruo para que pudiera tragarme a mí como se había tragado a la persona que era todo mi amor. El dragón lo habría hecho con gusto pero las hadas más crueles que él lo detuvieron.
Gritaron al unísono.
"Necesita reservarle un tormento más largo, una muerte rápida es casi un caramelo para una criatura tan indigna y criminal". Me tocaron con su varita y me vi transformada en Gata Blanca. Me condujeron a este palacio que era de mi padre, transformaron en gatos y gatas a todos los señores y damas del reino y a algunos les dejaron sólo las manos. Así me redujeron en el lamentable estado en que me encuentras haciéndome saber el secreto de mi nacimiento, la muerte de mi padre y de mi madre y que no podría liberarme de mi figura de gata hasta encontrar un príncipe que se pareciese como dos gotas de agua a aquél que me habían arrebatado."Y vos, señor, sois su vivo retrato, los mismos modos, la misma fisonomía, hasta el mismo tono de voz. Apenas os vi la primera vez, me quedé impresionada. Sabía todo lo que tenía que suceder como sé lo que sucederá y os diré que mis penas están por acabarse".
"Y las mías, hermosa Reina, ¿por qué deberían durar mucho más?" – preguntó arrodillándose el Príncipe a sus pies -.
"Yo os amo, señor, más que a mi vida. Es momento de partir para ver a vuestro padre. Veremos cuáles son sus sentimientos hacia mí y si está dispuesto a contentaros".
Ella salió y el Príncipe la tomó de la mano. Montaron en una carroza aún más maravillosa que las anteriores con esmeraldas y clavos de diamantes. Y desde ese momento no se vio nada igual. Es inútil estar aquí a repetir lo mismo sobre el Príncipe y la Reina. Ella poseía una bondad fuera de lo normal y un alma pura y el joven Príncipe valía tanto como ella. Sólo se podían pensar y decir un millón de cosas buenas sobre ellos.
En las proximidades del castillo donde debían reunirse los tres hermanos, la Reina entró en una pequeña caja de cristal con todas sus caras repletas de oro y rubíes. Este particular medio de transporte estaba cubierto por cortinas para evitar miradas curiosas y llevado por jóvenes de excelente aspecto y vestidos espléndidamente.
El Príncipe se quedó en su carroza y desde allí pudo ver a sus hermanos que paseaban del brazo de dos princesas de una belleza increíble. Apenas lo reconocieron fueron a su encuentro preguntando si había traído a su dama. Respondió que había tenido tan mala suerte que en todo el viaje sólo había encontrado mujeres feísimas y que le había parecido mejor traer una Gata Blanca.
Estos empezaron a reír de su ingenuidad."¡Una gata!.¿Por qué una gata?.¿Tenéis miedo que los ratones se coman el palacio?". El Príncipe respondió que entendía que no era prudente llevar un regalo tan extraño a su padre. Así entre una y otra conversación se encaminaron a la ciudad.
Los dos hermanos mayores subieron con sus princesas en dos carrozas de oro macizo y lapislázuli. Los caballos llevaban en la cabeza penachos y otros adornos. En resumen eran unas maravillosas cabalgaduras. Detrás de ellos venía nuestro joven Príncipe y la caja de cristal que todos miraban con admiración.
Los cortesanos corrieron rápidamente a avisar al Rey de la llegada de los Príncipes.
"¿Llevan bellas mujeres consigo?" - preguntó el Rey -.
"No se ha visto nada igual".
Parece que esa respuesta no agradó mucho al Rey. Los dos Príncipes se dieron prisa para subir las escaleras con sus princesas que eran dos rayos de sol. El Rey los recibió muy bien y no sabía cuál de las dos prefreía. Dirigiéndose al menor de sus hijos le preguntó: "¿Cómo estuvo esta vez?, ¿has vuelto solo?".
"Vuestra majestad verá dentro de este cristal una gatita blanca que maúlla con mucha gracia y que tiene unas patitas tan suaves como el terciopelo. Estoy seguro que le gustará" -dijo el Príncipe-.
El Rey sonrió y se acercó para abrir él mismo la caja de cristal. Apenas se acercó, la Reina accionó un muelle, la caja se rompió en mil pedazos y ella salió fuera como el sol después de estar escondido por un poco de tiempo entre las nubes. Sus cabellos eran rubios y caían por la espalda en grandes rizos que le llegaban hasta los pies. Llevaba el cabello lleno de flores. Sus vestidos eran de un ligerísimo velo blanco forrado de seda rosa. Se inclinó para hacer una reverencia al Rey que en el colmo de su admiración no pudo contenerse al exclamar: "Aquí tenéis una mujer sin par que merece verdaderamente mi corona".
"Señor, no he venido para robaros un trono que ocupáis tan dignamente. Nací con seis reinos. Permitidme lo contrario; que yo os ofrezca uno a vos y a cada uno de vuestros hijos a cambio de vuestra amistad y de vuestro hijo menor por esposo. Los tres reinos que nos restan son más que suficientes para nosotros".
El Rey y toda la corte, estallaron en un vocerío con gritos de admiración y de increíble alegría.
Las bodas se celebraron todas al instante y al celebrar tres bodas contemporáneamente, se celebró una fiesta que duró meses y meses. Juergas y diversiones con toda la corte.
Después cada uno se fue a gobernar sus propios estados. Y la bella Gata Blanca quedó en el recuerdo de los que la conocieron no sólo por la bondad y la generosidad de su corazón, sino por su extraña virtud y su gran belleza.
La crónica de aquel tiempo cuenta que Gata Blanca se convirtió en modelo de buena esposa y de madre sabia y respetable. Y yo lo creo. Con el triste ejemplo recibido en casa, ella misma había aprendido en carne propia que la locura y los caprichos de las madres en muchísimas ocasiones, son causa de grandes disgustos para sus hijos.
Y colorín colorado...este cuento se ha acabado.
Macarena- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
mamimaca ME A ENCANTADO!!!!!!! me lo he leido todo a la vez!!! que bonito, como me gustaria ver el castillo de la gatita y sus gatos (sirvientes) y comerme la fruta que queria su madre y sobretodo ver al perrito tan pequeño en la nuez! gracias por el cuento espero que vivieran felices los dos en su reino!!!!!!!
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
la gatita blanca y un amigo gato
alba- Profesional
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Re: Cuentos para Alba
Había una vez un niño que cayó muy enfermo. Tenía que estar todo el día en la cama sin poder moverse. Como además los niños no podían acercarse, sufría mucho por ello, y empezó a dejar pasar los días triste y decaido, mirando el cielo a través de la ventana.
Pasó algún tiempo, cada vez más desanimado, hasta que un día vio una extraña sombra en la ventana: era un pingüino comiendo un bocata de chorizo (Rita), que entró a la habitación, le dio las buenas tardes, y se fue.
El niño quedó muy extrañado, y aún no sabía qué habría sido aquello, cuando vio aparecer por la misma ventana un mono en pañales inflando un globo (Twipsy). Al principio el niño se preguntaba qué sería aquello, pero al poco, mientras seguían apareciendo personajes locos por aquella extraña ventana, ya no podía dejar de reír, al ver un cerdo tocando la pandereta (Caste), un elefante saltando en cama elástica (Diestri), un perro con gafas que sólo hablaba de política (Fede)., una gata linda que solo suspiraba por sus gatos (kali), un pelicano precioso que solia contarle cuentos (Macarena), un osito entrañable que le daba un achuchón y salia corriendo (mahal), una leona que parecia la jefa de la manada (Tryfe), un monito saltarín que le tiraba dibujos cada vez que entraba (graciela), un perro ladrador pero poco mordedor que le daba un lametón (semele), un pelicano de patas largas y vivos colores (Aseret) o el gato sonrisas que tanto le hacia reir (anita Raul) y más y más animales...
Aunque por si no le creían no se lo contó a nadie, aquellos personajes teminaron alegrando el espíritu y el cuerpo del niño, y en muy poco tiempo este mejoró notablemente y pudo volver al colegio.
Allí pudo hablar con todos sus amigos, contándoles las cosas tan raras que había visto. Entonces, mientras hablaba con su mejor amigo (foro de los 20 canutos), vio asomar algo extraño en su mochila. Le preguntó qué era, y tanto le insistió, que finalmente pudo ver el contenido de la mochila:
¡¡allí estaban todos los disfraces que había utilizado su buen amigo para intentar alegrarle!!
Y desde entonces, nuestro niño nunca deja que nadie esté solo y sin sonreir un rato.
Pasó algún tiempo, cada vez más desanimado, hasta que un día vio una extraña sombra en la ventana: era un pingüino comiendo un bocata de chorizo (Rita), que entró a la habitación, le dio las buenas tardes, y se fue.
El niño quedó muy extrañado, y aún no sabía qué habría sido aquello, cuando vio aparecer por la misma ventana un mono en pañales inflando un globo (Twipsy). Al principio el niño se preguntaba qué sería aquello, pero al poco, mientras seguían apareciendo personajes locos por aquella extraña ventana, ya no podía dejar de reír, al ver un cerdo tocando la pandereta (Caste), un elefante saltando en cama elástica (Diestri), un perro con gafas que sólo hablaba de política (Fede)., una gata linda que solo suspiraba por sus gatos (kali), un pelicano precioso que solia contarle cuentos (Macarena), un osito entrañable que le daba un achuchón y salia corriendo (mahal), una leona que parecia la jefa de la manada (Tryfe), un monito saltarín que le tiraba dibujos cada vez que entraba (graciela), un perro ladrador pero poco mordedor que le daba un lametón (semele), un pelicano de patas largas y vivos colores (Aseret) o el gato sonrisas que tanto le hacia reir (anita Raul) y más y más animales...
Aunque por si no le creían no se lo contó a nadie, aquellos personajes teminaron alegrando el espíritu y el cuerpo del niño, y en muy poco tiempo este mejoró notablemente y pudo volver al colegio.
Allí pudo hablar con todos sus amigos, contándoles las cosas tan raras que había visto. Entonces, mientras hablaba con su mejor amigo (foro de los 20 canutos), vio asomar algo extraño en su mochila. Le preguntó qué era, y tanto le insistió, que finalmente pudo ver el contenido de la mochila:
¡¡allí estaban todos los disfraces que había utilizado su buen amigo para intentar alegrarle!!
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