Miguel Angel, víctima del Arettino
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Miguel Angel, víctima del Arettino
Cuando murió el papa Julio II, aquél con cuya
tumba Miguel Ángel había tenido tantos problemas, al punto de que nunca llegó a
terminarla, subió al trono pontificio Pablo III, y quiso que su pontificado
pudiese ufanarse de tener también creaciones del Buonarroti, razón por la cual,
y a falta de mejor ocurrencia, le encargó el muro tras el altar, imponiéndole
como tema “una imagen edificante del juicio final”. Por edificante, desde
luego, debía entenderse una alegoría espantosa, que mostrara lo mal que habrían
de pasarla aquellos infelices caídos en desgracia.
Lo cierto es que Miguel Ángel se tomó cierto
tiempo para pensarlo. Hacía quince años que había terminado el techo, y aquella
obra le había costado muchísimo; trabajaba sobre un andamio altísimo, de
espaldas, expuesto a las constantes corrientes de aire del templo y con gotas
de pintura cayendo constantemente sobre su rostro, que llegaron incluso a
provocarle una ceguera transitoria. El mismo (de paso, muy buen sonetista), ha
descrito aquellos padecimientos y dolores, incluyendo aquello que más le dolía,
es decir la convicción de no ser un pintor. El se consideraba escultor, y
sostenía que era totalmente vano someterse a todos aquellos sacrificios por un
arte que le era ajeno.
De todos modos aceptó el encargo, y comenzó sus
trabajos.
Sin embargo apenas se supo acerca del comienzo
de las obras, entró en escena un personaje temible de la época, de nombre Pietro
Arettino. El Aretino, además de ser poeta y una especie de cronista en sus
tiempos, solía escribir cartas que solían ser leídas con deleite por todos los
poderosos de la época, sobre todo por sus contenidos, casi siempre innobles. Tan
temible resultaban sus dichos que hasta los más influyentes evitaban
enemistarse con él para no convertirse en temas de estos panfletos… y en
realidad la mejor forma de no figurar en ellos era redondamente pagarle al
Arettino por su “discreción” (pa decirlo de una vez, el tipo era un chantajista
redomado, vamos!)
Hasta ese momento Pietro Arettino no le había
prestado atención a Miguel Ángel por no considerarlo ni lo suficientemente interesante
ni (lo que es mucho más probable) lo bastante SOLVENTE, como para que valiera
la pena el meterse con él, por otro lado era bien conocido su carácter violento
(la “terribilitá”, que tanto le achacara el papa Julio), y en realidad, en su
vida no había mucho que contar.
Sin embargo un día la amistad de Miguel Angel
con Fredo di Polio, Geraldo Pierinni y sobre todo con Tommaso Cavaglieri, comenzó
a dar pié a algunos comentarios, y esto le sirvió como excelente pretexto al
Arettino (que además era muy aficionado a la pintura y al arte), y ni lerdo ni
perezoso, le envió una carta desde Venecia. En el texto le hacía algunas
sugerencias de orden técnico, lo trataba con cierta hipocresía, y le pedía un
tributo para que una vez que la obra estuviera terminada, pudiera hablar bien
de ella. Buonarroti, que además de no tener lugar para consejos, despreciaba
visceralmente al Arettino, rechazó con gracia sus comentarios artísticos, le
contestó y prometió enviarle un regalo, pero siguió pintando, y se olvidó
completamente del asunto.
Era ésta una negligencia que Arettino no
perdonaría. Los trabajos del fresco duraron desde 1536 hasta 1541, y al
descubrirse la obra, los funcionarios papales quedaron desconcertados porque era
una pintura de crueldad y desesperación terroríficas, pero lo que más impresionó
a esas mentes pacatas es que los personajes estaban desnudos (desde luego, en
el techo había hecho lo mismo, pero a mas de nueve metros de altura, la cosa no
se veía tan de cerca…). Reapareció entonces el chantajista y se convirtió en
portavoz de la moral ultrajada, tomando posición contra Migelángelo (que por
otra parte era más austero y severo que ninguno). La carta con la que lo atacó
públicamente es una maravilla de insolencia y sarcasmo; eligió las palabras que
más podían herirlo y explotó las habladurías acerca de sus relaciones con
muchachos jóvenes, también insinuó supuestos negociados con el dinero que el
papa Julio había pagado para su tumba, y no contento con esto, se atrevió a
pedirle al artista un nuevo tributo para no seguir padeciendo sus sanciones
(una joyita el tipo!)
Aquella crítica recorrió toda Europa, sumiendo
a Miguel Angel en una notable depresión, y manchó incluso a la propia obra. El
papa Pablo IV, sucesor de Pablo III, que ya había muerto, pensó al principio en
destruir la pintura, pero chocó con la protesta de reconocidos conocedores que
opinaban que la obra era una maravilla, y decidió conservarla, pero también
corregirla, y convocó para ello a un pintor mediocre, Daniel de la Volterra, que tuvo que
vestir a los personajes, motivo por el cual lo “beneficiaron” con el nombre de “Il
Braguettone”. Volterra entonces comenzó a meterle calzoncillos, pañales, una
hoja, un florero y todo lo que le viniera a mano…
Se dice que Miguel Angel observaba sin
intervenir los esfuerzos que hacía Il Bragettone para tapar su obra; afirman
incluso que lo miraba trabajar, pasando por su lado con una mirada de desprecio
e impostando una carcajada cada vez que el otro comenzaba un trazo. Tanto es así
que el mismo Volterra pidió que se lo alejara de su lado para poder trabajar
tranquilo.
Después, incluso, de estas “correcciones” hubo
todavía ataques (esta vez físicos) a la pintura que le hicieron todavía más
daño, al punto en que hoy es hasta bastante difícil imaginarla en su estado
original. Hay una copia de Marcello Venusti que ofrece una vaga idea de cómo
habría sido…
Después vino el desastre completo con el moho,
la humedad, la total falta de cuidados… y así fue como la crítica de Arettino
vino a perjudicar grandemente una de las más significativas obras de Miguel
Angel.
tumba Miguel Ángel había tenido tantos problemas, al punto de que nunca llegó a
terminarla, subió al trono pontificio Pablo III, y quiso que su pontificado
pudiese ufanarse de tener también creaciones del Buonarroti, razón por la cual,
y a falta de mejor ocurrencia, le encargó el muro tras el altar, imponiéndole
como tema “una imagen edificante del juicio final”. Por edificante, desde
luego, debía entenderse una alegoría espantosa, que mostrara lo mal que habrían
de pasarla aquellos infelices caídos en desgracia.
Lo cierto es que Miguel Ángel se tomó cierto
tiempo para pensarlo. Hacía quince años que había terminado el techo, y aquella
obra le había costado muchísimo; trabajaba sobre un andamio altísimo, de
espaldas, expuesto a las constantes corrientes de aire del templo y con gotas
de pintura cayendo constantemente sobre su rostro, que llegaron incluso a
provocarle una ceguera transitoria. El mismo (de paso, muy buen sonetista), ha
descrito aquellos padecimientos y dolores, incluyendo aquello que más le dolía,
es decir la convicción de no ser un pintor. El se consideraba escultor, y
sostenía que era totalmente vano someterse a todos aquellos sacrificios por un
arte que le era ajeno.
De todos modos aceptó el encargo, y comenzó sus
trabajos.
Sin embargo apenas se supo acerca del comienzo
de las obras, entró en escena un personaje temible de la época, de nombre Pietro
Arettino. El Aretino, además de ser poeta y una especie de cronista en sus
tiempos, solía escribir cartas que solían ser leídas con deleite por todos los
poderosos de la época, sobre todo por sus contenidos, casi siempre innobles. Tan
temible resultaban sus dichos que hasta los más influyentes evitaban
enemistarse con él para no convertirse en temas de estos panfletos… y en
realidad la mejor forma de no figurar en ellos era redondamente pagarle al
Arettino por su “discreción” (pa decirlo de una vez, el tipo era un chantajista
redomado, vamos!)
Hasta ese momento Pietro Arettino no le había
prestado atención a Miguel Ángel por no considerarlo ni lo suficientemente interesante
ni (lo que es mucho más probable) lo bastante SOLVENTE, como para que valiera
la pena el meterse con él, por otro lado era bien conocido su carácter violento
(la “terribilitá”, que tanto le achacara el papa Julio), y en realidad, en su
vida no había mucho que contar.
Sin embargo un día la amistad de Miguel Angel
con Fredo di Polio, Geraldo Pierinni y sobre todo con Tommaso Cavaglieri, comenzó
a dar pié a algunos comentarios, y esto le sirvió como excelente pretexto al
Arettino (que además era muy aficionado a la pintura y al arte), y ni lerdo ni
perezoso, le envió una carta desde Venecia. En el texto le hacía algunas
sugerencias de orden técnico, lo trataba con cierta hipocresía, y le pedía un
tributo para que una vez que la obra estuviera terminada, pudiera hablar bien
de ella. Buonarroti, que además de no tener lugar para consejos, despreciaba
visceralmente al Arettino, rechazó con gracia sus comentarios artísticos, le
contestó y prometió enviarle un regalo, pero siguió pintando, y se olvidó
completamente del asunto.
Era ésta una negligencia que Arettino no
perdonaría. Los trabajos del fresco duraron desde 1536 hasta 1541, y al
descubrirse la obra, los funcionarios papales quedaron desconcertados porque era
una pintura de crueldad y desesperación terroríficas, pero lo que más impresionó
a esas mentes pacatas es que los personajes estaban desnudos (desde luego, en
el techo había hecho lo mismo, pero a mas de nueve metros de altura, la cosa no
se veía tan de cerca…). Reapareció entonces el chantajista y se convirtió en
portavoz de la moral ultrajada, tomando posición contra Migelángelo (que por
otra parte era más austero y severo que ninguno). La carta con la que lo atacó
públicamente es una maravilla de insolencia y sarcasmo; eligió las palabras que
más podían herirlo y explotó las habladurías acerca de sus relaciones con
muchachos jóvenes, también insinuó supuestos negociados con el dinero que el
papa Julio había pagado para su tumba, y no contento con esto, se atrevió a
pedirle al artista un nuevo tributo para no seguir padeciendo sus sanciones
(una joyita el tipo!)
Aquella crítica recorrió toda Europa, sumiendo
a Miguel Angel en una notable depresión, y manchó incluso a la propia obra. El
papa Pablo IV, sucesor de Pablo III, que ya había muerto, pensó al principio en
destruir la pintura, pero chocó con la protesta de reconocidos conocedores que
opinaban que la obra era una maravilla, y decidió conservarla, pero también
corregirla, y convocó para ello a un pintor mediocre, Daniel de la Volterra, que tuvo que
vestir a los personajes, motivo por el cual lo “beneficiaron” con el nombre de “Il
Braguettone”. Volterra entonces comenzó a meterle calzoncillos, pañales, una
hoja, un florero y todo lo que le viniera a mano…
Se dice que Miguel Angel observaba sin
intervenir los esfuerzos que hacía Il Bragettone para tapar su obra; afirman
incluso que lo miraba trabajar, pasando por su lado con una mirada de desprecio
e impostando una carcajada cada vez que el otro comenzaba un trazo. Tanto es así
que el mismo Volterra pidió que se lo alejara de su lado para poder trabajar
tranquilo.
Después, incluso, de estas “correcciones” hubo
todavía ataques (esta vez físicos) a la pintura que le hicieron todavía más
daño, al punto en que hoy es hasta bastante difícil imaginarla en su estado
original. Hay una copia de Marcello Venusti que ofrece una vaga idea de cómo
habría sido…
Después vino el desastre completo con el moho,
la humedad, la total falta de cuidados… y así fue como la crítica de Arettino
vino a perjudicar grandemente una de las más significativas obras de Miguel
Angel.
Ader- N00B
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Cantidad de envíos : 79
Edad : 56
Fecha de inscripción : 26/04/2009
Re: Miguel Angel, víctima del Arettino
Uno de los intelectuales más representativos del renacentismo italiano, y una de las figuras que mejor muestran la superación de la visión teológica y la ética medieval
A Pietro Aretino le gustaba definirse como hijo de cortesana con alma de rey, era así de modesto el muchacho
Algunos historiadores aseguran que Aretino ordenó (sin que le hicieran caso) grabar en su tumba la siguiente inscripción:
Aquí yace Aretino, poeta toscano,
de todos habló mal, salvo de Cristo,
excusándose con la razón: no lo conozco
Muere el 21 de octubre de 1556, presumiblemente por apoplejía (según algunos, a causa de un ataque de risa).
Gran personaje Ader
A Pietro Aretino le gustaba definirse como hijo de cortesana con alma de rey, era así de modesto el muchacho
Algunos historiadores aseguran que Aretino ordenó (sin que le hicieran caso) grabar en su tumba la siguiente inscripción:
Aquí yace Aretino, poeta toscano,
de todos habló mal, salvo de Cristo,
excusándose con la razón: no lo conozco
Muere el 21 de octubre de 1556, presumiblemente por apoplejía (según algunos, a causa de un ataque de risa).
Gran personaje Ader
eenriquee- Enteradillo
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Edad : 55
Fecha de inscripción : 19/03/2009
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