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Cuentos para Alba

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Mahal
Macarena
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Mensaje por Macarena Lun Oct 19, 2009 10:43 am

He preferido abrir un nuevo hilo, para poder ponerle a Alba todos los cuentos que querramos, sin que se mezclen con los mensajes que le enviamos de cariño y ánimo...

Muchos le estamos enviando textos, reflexiones e historias para que pueda leer y entretenerse, y he considerado que es mejor ponerlos aquí para que no nos perdamos.

Yo ya le he puesto dos cuentos que a mí me gustan mucho, el primero que es "Al Este del Sol y al Oeste de la Luna", y el segundo es "La Gata Blanca". Dos cuentos clásicos poco conocidos.

Ahora quiero ponerle otro, ya muy conocido por todos, pero que para mi desgracia, Disney ha destrozado.

LA BELLA Y LA BESTIA



Había una vez un mercader que, antes de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar de perlas y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre: "Me bastará una rosa cortada con tus manos."

El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vio brillar una luz en medio del bosque. A medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo. Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta. El mercader desayunó y, después de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa.
Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!"

El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevársela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero después de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: " Padre mío, haré cualquier cosa por ti.
No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que después..." De esta manera, Bella llegó al castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación.

Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriéndose! ¡Oh! Desearía tanto poderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agradeció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando. Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazándolo: "No te mueras! No te mueras!
Me casaré contigo!"
Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa".

Es la historia original, espero que no te defraude.
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Mensaje por Macarena Lun Oct 19, 2009 11:04 am

Seguiré con mis historias...

Este es un cuento de Oscar Wilde... Otro de mis favoritos

EL GIGANTE EGOISTA

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
—¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
—¿Qué hacen aquí? —surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
—Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
“ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES“.
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
—¡Qué dichosos éramos allí! —se decían unos a otros.
Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños, que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto, eran la Nieve y la Escarcha.
—La Primavera se olvidó de este jardín —se dijeron—, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
—¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
—No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí— decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
—Es un gigante demasiado egoísta—decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
—¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera —dijo el Gigante y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
—¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
—¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.
—Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
—Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
—No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito.
—Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
—¡Cómo me gustaría volverle a ver! —repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
—Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín, había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
—¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
—¿Pero, quién se atrevió a herirte? —gritó el Gigante—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
—¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor.
—¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
—Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

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Mensaje por Mahal Lun Oct 19, 2009 2:00 pm

¡¡¡ Buena idea Maca !!!.. thumbup

Hansel y GrethelCuentos para Alba Ninoynina1
( Cuento de los hermanos Grimm )



Al lado de un bosque muy grande moraban un pobre leñador con sus dos niños y su esposa, quien no era la madre de ellos. El niño se llamaba Hansel (Juancito), y la niña se llamaba Grethel (Margarita). Tenían muy poco para comer, y cuando una gran hambruna cayó sobre esa región, no podían procurarse el pan de cada día. Una noche, cuando él pensaba en ese problema en su cama, y no dormía bien por la ansiedad que eso le producía, suspiró y le dijo a su esposa:

-"¿Qué irá a ser de nosotros? ¿Cómo podremos alimentar a nuestros pobres niños, cuando ni siquiera tenemos para nosotros?"-

-"Te diré una cosa, esposo"- comentó la mujer con torcido pensamiento, -"mañana temprano al amanecer, llevamos a los niños a lo más profundo del bosque, y allí encendemos una fogata para ellos, y les damos un pedacito más de pan, y enseguida nos vamos a trabajar y los dejamos solos. Ellos no encontrarán el camino de regreso a casa, y nos habremos librado de ellos."-

-"No, mujer"- dijo el hombre, -"No voy a hacer eso. ¿Cómo podría ser yo capaz de abandonar a los niños solos en el bosque? Los animales salvajes llegarían pronto y los despedazarían."-

-"Ah, tonto"- dijo ella, -"Entonces todos los cuatro moriríamos de hambre, y deberías desde ya ir preparando nuestros ataúdes."-

Y ella no lo dejó en paz hasta que aceptó.

-"Pero me siento muy afligido por los pobres niños, de igual forma."-

Los dos niños tampoco podían dormir bien debido al hambre, y escucharon lo que su madrastra le decía a su padre. Grethel lloró amargas lágrimas, y le dijo a Hansel:

-"Ya todo se acabó para nosotros."-

-"Ten calma Grethel"- dijo Hansel, -"no te desanimes, que ya pronto encontraré la manera de ayudarnos."-

Y cuando los mayores se habían dormido, él se levantó, se puso su abrigo, abrió la puerta y salió. La luna brillaba fuertemente, y las blancas piedritas que rodeaban la casa resplandecían como verdaderas monedas de plata. Hansel recogió y guardó en el bolso de su abrigo tantas como pudo para llenar el bolso. Entonces regresó y dijo a Grethel:

-"Ya puedes estar tranquila, querida hermanita, y dormir en paz, Dios no nos abandonará."- y se metió de nuevo en su cama.

Cuando ya amanecía, y antes de que saliera el sol, la mujer vino y despertó a los niños diciéndoles:

-"¡Ya, levántense, holgazanes! que vamos al bosque a traer leña"-

Ella le dio un pedazo de pan a cada uno y dijo:

-"Hay algo para sus cenas, pero no se lo coman antes de entonces, porque no hay más."-

Grethel guardó el pan bajo el delantal, ya que Hansel tenía su bolso lleno de piedritas. Entonces todos salieron hacia el bosque. Cuando habían caminado un poco, Hansel se detuvo y volviola vista hacia la casa, y así lo hizo una y otra vez. Su padre le dijo:

-"Hansel, ¿Qué estás viendo tanto que te hace quedarte atrás? Piensa en dónde estás, y no olvides usar tus piernas."-

-"¡Oh, padre!"- dijo Hansel, estoy viendo a mi gatito sentado en el techo, y quiere decirme adiós a mí."-

La esposa dijo:

-"¡No seas tonto!, eso no es tu gatito, es el sol de la mañana que brilla en la chimenea."-

Hansel, sin embargo, no estaba realmente mirando atrás al gato, sino que había estado tirando constantemente una de sus piedritas blancas sobre el camino.

Cuando llegaron al centro del bosque, el padre dijo:

-"Ahora niños, amontonen algo de leña y yo encenderé una pequeña fogata para que no se enfríen."-

Hansel y Grethel recogieron troncos y ramas e hicieron una gran pila. Ésta fue encendida, y cuando las llamas ya habían cogido fuerza, la mujer dijo:

-"Ahora niños, arrecuesténse cerca del fuego y descansen, que nosotros andaremos por el bosque cortando alguna madera. Cuando terminemos, volveremos a recogerlos."-

Hansel y Grethel se sentaron junto al fuego, y cuando llegó el medio día, cada uno comió un pedazo de pan, y como oían el golpear de un hacha, creían que su padre estaba cerca. Pero sin embargo, no era un hacha, era una rama que él había amarrado a un árbol marchito y que el viento mecía hacia atrás y hacia adelante.

Y como habían estado sentados mucho rato, sus ojos se cerraban fatigados, y al fin cayeron dormidos. Cuando despertaron, ya era de noche. Grethel empezó a gritar diciendo:

-"¿Cómo hacemos para salir del bosque ahora?"-

Pero Hansel la confortaba diciéndole:

-"Espera un ratito, hasta que la luna se levante, y entonces pronto encontraremos el camino."-

Y cuando la luna llena se levantó, Hansel tomó a su hermanita de la mano, y siguieron a las piedritas que brillaban como moneditas nuevas de plata, y les mostraban el camino.

Ellos caminaron toda la noche, y al inicio del día llegaron una vez más a la casa de su padre. Tocaron a la puerta, y cuando la mujer abrió y vio que eran Hansel y Grethel, dijo:

-"Ustedes, niños desobedientes, ¿por qué se durmieron tanto en el bosque? ¡Pensamos que nunca regresarían!"-

El padre, sin embargo, se alegró, pues le había herido el corazón el haberlos dejado solos.

No mucho tiempo después, volvió a haber escasez por todas partes, y los niños oyeron a la mujer diciéndole en la noche a su padre:

-"Ya nos hemos comido todo, sólo nos queda medio bollo de pan, y después de eso vendrá el final. Hay que deshacerse de los niños, llevémoslos más adentro del bosque, de modo que no puedan encontrar el camino de nuevo, es que no hay otra manera de que podamos salvarnos."-

El corazón del hombre se entristeció, y pensó, diciéndose a sí mismo:

-"Sería mejor para ti compartir el último bocado con tus niños."

La mujer, sin embargo, no aceptaba nada de lo que él dijera, sino que lo reprobaba y regañaba. Si él decía A, debía ser B, y así con todo, hasta que así como cedió la primera vez, lo hizo por segunda vez.

Los niños, que no se habían dormido escucharon la conversación. Cuando los grandes se durmieron, Hansel de nuevo se levantó, y quiso ir afuera a recoger piedritas blancas como lo había hecho antes, pero la mujer había cerrado la puerta con llave, y Hansel no pudo salir. Aún así, él confortaba a su hermanita, y le decía:

-"No llores, Grethel, ve a dormir tranquila. El buen Dios nos ayudará."-

Temprano al amanecer llegó la mujer, y sacó a los niños de sus camas. Les dio un pedacito de pan a cada uno, pero mucho más pequeño que antes. En el camino hacia el bosque, Hansel desmenuzaba el suyo en su bolsillo, y a menudo se detenía para tirar una borona en el suelo.

-"Hansel, ¿por qué te detienes y te quedas viendo alrededor? preguntó el padre, -"¡sigue adelante!"-

-"Estoy viendo hacia atrás a mi pequeña palomita que está sentada en el techo, y quiere decirme adiós."- Contestó Hansel.

-"¡Ignorante!"- dijo la mujer, -"eso no es tu palomita, eso es el sol matinal que brilla en la chimenea."-

Hansel, sin embargo, borona tras borona, las tiró todas en el camino.

La mujer condujo a los niños bien profundo en el bosque, donde nunca en sus vidas habían estado antes. Entonces una gran fogata fue encendida otra vez, y ella dijo:

-"Ahora siéntense ahí, niños, y cuando estén cansados pueden dormir un ratito. Nosotros iremos a cortar leña más adentro, y al atardecer, cuando hayamos terminado, vendremos por ustedes.

Al llegar el mediodía, Grethel compartió su pedacito de pan con Hansel, que había gastado el suyo en el camino. Entonces se durmieron y llegó el atardecer, pero nadie vino por los pobres niños. Y no se despertaron sino hasta llegada la noche, y Hansel confortaba a su hermanita diciéndole:

-"Sólo espera, Grethel, a que la luna salga, y veremos las boronas de pan que yo tiré, y ellas nos mostrarán el camino de regreso."-

Cuando la luna salió, ellos se pusieron en camino, pero no encontraron boronas, ya que los cientos de pájaros que habitan en el bosque se las habían comido. Hansel le dijo a Grethel:

-"Pronto encontraremos el camino."- Pero no lo encontraron.

Caminaron toda el resto de la noche y todo el día siguiente desde la mañana hasta el anochecer, sin que lograran salir del bosque, y ya sentían hambre, pero no tenían nada para comer, excepto unas moras, de las que crecían por allí. Y estaban tan cansados que sentían que sus pies ya no podrían llevarlos más lejos, y se sentaron debajo de un árbol y se durmieron.

Ya habían pasado tres días desde que salieron de casa. Comenzaron a caminar de nuevo, pero cada vez se internaban más en el bosque, y si no llegaba pronto ayuda, morirían de hambre y debilidad. Cuando fue el mediodía, vieron un bello pájaro tan blanco como la nieve posado en una rama, que cantaba tan dulcemente que se quedaron quietos escuchándolo. Y cuando hubo terminado de cantar, levantó sus alas y voló alejándose de ellos, y lo siguieron hasta que llegaron a una pequeña casita, en cuyo techo el pájaro se posó. Y cuando estuvieron más cerca de la casita vieron que estaba hecha de pan y cubierta con pasteles, y las ventanas eran de transparente azúcar.

-"¡Empecemos a trabajar en ella!"- dijo Hansel, -"¡y tendremos una buena comida! Yo comeré un pedazo de techo, y tú Grethel, puedes comer de la ventana, sabrá dulce."-

Hansel se estiró un poco hacia arriba, y quebró un pedacito de techo para probar cómo sabía, y Grethel se inclinó hacia la ventana y mordisqueó los cristales. Entonces una voz suave gritó desde el cuarto:

Cuentos para Alba Bruja3ani

-"Mordisco, mordisco, que roe,
¿Quién está mordiendo mi casita?"-

Los niños contestaron:

-"El viento, el viento,
el viento que viene del cielo."-

Y siguieron comiendo sin más preocupación. Hansel, quien pensó que el techo estaba muy sabroso, desprendió una gran trozo de él, y Grethel arrancó un cristal entero de la ventana, y se sentaron a disfrutar plenamente de todo aquello. De pronto la puerta se abrió, y una muy, pero muy viejita mujer, que se sostenía en muletas, salió caminando lentamente. Hansel y Grethel quedaron tan terriblemente asustados que dejaron caer lo que tenían en las manos. La vieja mujer, sin embargo, movió su cabeza y dijo:

-"¡Oh!, queridos niños, ¿Quién los ha traído aquí?. Pasen adentro y quédense conmigo. Ningún daño les ocurrirá."-

Ella tomó a ambos por las manos, y los introdujo dentro de la casita. Entonces buena comida fue puesta frente a ellos, leche y panqueques, con azúcar, manzanas y nueces. Y además dos preciosas camas estaban cubiertas con un límpido lino blanco. Hansel y Grethel se arrecostaron en ellas y se sentían como si estuvieran en el cielo.

La vieja mujer solamente simulaba ser amable. En realidad era una malvada bruja, que esperando que llegara algún niño algún día, había construido la casita de pan y dulces solamente con el objetivo de tentarlos a quedarse allí. Cuando un niño caía en su poder, ella lo mataba, lo cocinaba y se lo comía, y eso era una fiesta para ella.

Las brujas tienen los ojos rojos, y no pueden mirar muy lejos, pero tienen un olfato muy afinado, como las bestias, y están muy alertas cuando un niño ronda cerca.

Cuando Hansel y Grethel llegaron a su vecindad, ella se rió maliciosamente, y dijo burlonamente:

-"¡Ya los tengo, y no se me van a escapar!"-

Temprano en la mañana, antes de que se despertaran los niños, ya ella estaba levantada, y cuando los vio a ambos durmiendo y con tan linda apariencia, con sus rosadas mejillas, ella comentó para sí misma:

-"¡Esto será un bocado muy delicado!"-

Entonces con su encogida mano agarró a Hansel , lo llevó a un pequeño establo, y lo encerró con una puerta enrejada. Él podía gritar lo que quisiera, que de nada le serviría. Y llegó luego donde Grethel, la movió hasta despertarla, y gritó:

-"¡Levántate, perezosa, trae algo de agua, y cocina algo bueno para tu hermano, que está afuera en el establo, y hay que engordarlo! Cuando ya esté gordito, me lo comeré."-

Grethel empezó a llorar amargamente, pero fue en vano. Ella fue obligada a hacer lo que la malvada bruja le había ordenado.

Y ahora las mejores comidas eran cocinadas para el pobre Hansel, pero para Grethel solamente había cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas, la vieja mujer iba al establo y gritaba:

-"¡Hansel, saca tu dedo por la reja para saber si ya pronto estarás gordo!"-

Pero Hansel le sacaba un pequeño hueso, y la vieja mujer, con su poca vista no lo distinguía bien, y creía que era el dedo de Hansel, y estaba intrigada de que no hubiera manera de engordarlo. Cuando pasaron cuatro semanas, y sentía aún delgado a Hansel, ella se llenó de impaciencia y no esperó más.

-"¡Hola Grethel!"- le gritó a la niña, -"muévete y tráeme algo de agua. No importa que Hansel esté gordo o flaco, mañana lo mataré y lo cocinaré."-

¡Ay, cómo la pobre hermanita se lamentaba cuando tenía que traer el agua, y cómo corrían las lágrimas por sus mejillas!

-¡"Querido Dios, por favor ayúdanos!"- gritaba. -"¡Si las bestias salvajes del bosque nos hubieran devorado, al menos hubiéramos muerto juntos!"-

-"Ya deja de hacer ruido"- dijo la vieja mujer, -"todo eso no te ayudará en nada."-

Temprano en la mañana, Grethel tenía que ir afuera y colgar la caldera con el agua, y encender el fuego.

-"Primero hornearemos." dijo la vieja, -"Ya tengo calentado el horno, y preparada la masa."-

Ella se llevó a la pobre Grethel al horno, donde ya había vigorosas llamas. Y cuando Grethel estuvo junto a la puerta del horno, la bruja pensó que en cuanto Grethel entrara le cerraría la puerta, dejando que la niña se horneara, y así comer a dos de una sola vez.

-"Entra"- le dijo la bruja, -"y mira si está adecuadamente caliente, de modo que podamos meter ya el pan."-

Pero Grethel previó las intenciones que aquella mujer tenía en mente, y dijo:

-"Pero no sé cómo tengo que hacer eso, ¿cómo se entra ahí?"-

-"¡Cabeza de chorlito!"- dijo la vieja mujer, -"La puerta es suficientemente grande, solo mírame cómo yo misma puedo entrar."-

Y se movió hacia la puerta metiendo su cabeza dentro del horno. Entonces Grethel le dió un fuerte empujón que la hizo caer adentro del horno, y le cerró la puerta, y le puso tranca. ¡Uy! entonces la bruja empezó a chillar horriblemente, pero Grethel corrió alejándose y la diabólica bruja murió horriblemente carbonizada por causa de su propia maldad.

Grethel salió como un rayo hacia donde Hansel, abrió la puerta del establo y gritaba:

-"¡Hansel, nos salvamos! ¡La vieja bruja ya no está!"-

Entonces Hansel voló como un pájaro cuando la celda se abrió. ¡Cómo se regocijaron y se abrazaron uno al otro, y bailaron felizmente! Y como ya no tenían por qué tener miedo de la bruja, fueron a la casa donde ella vivía, y en cada cuarto que estuvieron encontraron cestas llenas de joyas y perlas.

-"Todo esto es mucho mejor que las piedritas."- dijo Hansel, y llenó sus bolsillos con toda la cantidad que pudo, y Grethel decía:

-"Yo también llevaré todo lo que pueda conmigo a casa."- y llenó su delantal al máximo.

-"Pero ahora que comienza el día, debemos marcharnos"- dijo Hansel, -" para que podamos salir del bosque de la bruja."-

Caminaron como dos horas y llegaron a un gran río.

-"No podemos atravesarlo"- dijo Hansel, -"No veo huellas humanas, ni un puente."-

-"Ni tampoco botes que lo atraviesen"- contestó Grethel, -"pero hay un pato blanco nadando allí, si le preguntáramos, tal vez podría ayudarnos."-

Entonces ella gritó:

-"Patito, patito, estamos a tu vista,
Hansel y Grethel esperan por ti.
No hay tablón ni puente por aquí,
pásanos en tu espalda blanquita."-

El pato se les acercó, y Hansel se sentó en su espalda, y le dijo a Grethel que se sentaran juntos.

-"No"- replicó Grethel, -"eso sería mucha carga para el patito, él nos pasará, uno después del otro."-

El patito así lo hizo, y una vez pasados exitosamente al otro lado, caminaron por un corto tiempo y la foresta se les hacía cada vez más familiar, y por fin divisaron a lo lejos la casa de su padre. Entonces corrieron, entraron a la sala, y se tiraron en los brazos de su padre.

El hombre no había tenido un segundo de tranquilidad desde que dejaron a los niños en el bosque. Mientras tanto, su mujer había fallecido. Grethel vació su delantal, de donde salieron perlas y piedras preciosas que corrieron por el piso, y Hansel vació también uno a uno sus bolsillos para que las joyas suyas se juntaran con las de Grethel.

Entonces toda ansiedad se terminó, y vivieron juntos en perfecta armonía y felicidad.... flower
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Mensaje por alba Lun Oct 19, 2009 5:29 pm

ALAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

todos aqui que biennnnnnnnn!!!!!!!!!! Cuentos para Alba 909319 Cuentos para Alba 909319 Cuentos para Alba 909319 Cuentos para Alba 909319

asi me los puedo leer y si se los leo a mi madre los encuentro GRACIASSSSSSSSSS Cuentos para Alba 979386
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Mensaje por Anita Raul Lun Oct 19, 2009 5:34 pm

ahora te subo: Las aventuras de Leuco "el gato rengo" y su amigo Paco Nofumé.

No son de Oscar Wilde... pero bueno son con cariño y hago lo que puedo, espero te gusten (eso si son exclusivas, no son mas que para ti!)
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Mensaje por alba Lun Oct 19, 2009 5:35 pm

ahhhhhh yo me acuerdo del gatito leuco!!! tengo uno que me hiciste te acuerdas?????????????????????????? pero lo tengo en el ordenador de mi casa
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Mensaje por Anita Raul Lun Oct 19, 2009 5:37 pm

Pues te he seguido con la historia, y ahora ya tienes como para armarte un libro! jajajaajajaja... ya te lo empiezo a subir!
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Mensaje por alba Lun Oct 19, 2009 5:38 pm

vale Cuentos para Alba 620201
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Mensaje por Anita Raul Lun Oct 19, 2009 5:38 pm

Las aventuras de Leuco "el gato rengo" y su amigo Paco Nofumé.

Escondidas y galletas.

Leuuucooooo!!! leucooooo! - gritaba su querido amigo Paco por toda la casa.

¿donde te habrás metido? que ya es hora de irme al colegio y tu no pareces - Paco preguntaba en voz alta esperando que la nada le dijera: -busca en el plackard otra vez - o fíjate que no este trepado a la rama del árbol que da a tu ventana en el dormitorio.
Pensó y reflexiono un momento.

Aaah!! -exclamo fuerte como encontrando la solución que estaba buscando - ya se donde estas!!!

Se dirigió rápidamente a la cocina, y fue en busca de las "GALLETAS", que ya habían sido varias veces cambiadas de lugar por que el felino de pelaje amarillo siempre las alcanzaba y se agarraba un fuerte empacho, la ultima vez estuvo tumbado en la cama sin poder moverse tres días y sin poder decir ni "miau", se habia comido nada mas y nada menos que 4 kilos de galletas, el solo, y eran de avena!!, no le gustaba otras mas que no fueran las de avena.

Avanzo a la cocina sigiloso para poder agarrar a su amigo "in fraganti" (o sea en el hecho), el silencio se apoderaba de cada pisada que este realizaba, solo se escuchaba el segundero del reloj como un tambor marcando el final decisivo de una búsqueda insaciable.
Frente a Paco, la puerta de la cocina, tras ella, la verdad.
Una gota de sudor corre por su frente, deslizándose hasta la ceja. Su mano temblorosa se dirigió hacia la cerradura, se hizo con ella, y entonces pensó, todo estaría ahi a su vista, antes de echarle media vuelta a la manija, sonrío imaginando vivazmente como se sorprendería su peludo amigo siendo descubierto.

Track!!! sonó la puerta al abrirse de golpe, y frente a el estaba:

La nada misma riéndose nuevamente de el, diciendo en su cara: - se esconde y no podrás encontrarlo a menos que estes dispuesto a faltar al colegio, pero que dirías a tu ya sabes quien.

¿tu ya sabes quien? - repitió preguntándose Paco - claro, "ya sabes quien" - volvió a decir en voz alta.

Leuco!!!!, sal de donde estes ahora o me ligare un reto!! - pero en respuesta a sus gritos, la nada nuevamente se reia de el.

Muy bien se dijo a si mismo, Yo Paco Nofumé encontrare, no a mi querido Leucocito, si no, a las galletas que tanto el anhela, y entonces veremos quien gana esta disputa de desencuentros.

Reviso toda la cocina, los estantes, la nevera, dentro de la cocina, empezo a vaciar los cajones, cogio una silla y subio a los muebles que estaban lejos de el, reviso cada uno de ellos, tirando lo que estaba mas adelante para ver que habia detras. No le importaba si caian los sobres de canela, la caja de azucar, la de cereales vencidos por que nadie se los queria comer, todo al piso, pero entonces se dio cuenta que tampoco estaban las galletas.
DIOS MIO!!!! penso han secuestrado a Leuco y se han llevado las galletas!!!!

Al borde del llanto se acerco a la mesa de la cocina y cogio otra silla, se sento y penso en llamar a "tu ya sabes quien" para darle la noticia fatal, sobre como habían entrado a la casa los hombres esos que salen en las noticias de las 19 hs y se habian llevado a su amigo y la galletas, penso que tendria que vender sus juguetes y pagar el rescate, penso en buscar empleo repartiendo periódicos y recortar gastos en cereales que a fin de cuentas se vencían sin que nadie los coma y asi fue como faltando minutos para llegar tarde al colegio agarro el telefono que estaba al lado de tarro de galletas de avena que tenia una nota pegada.

Dije tarro "con galletas" con nota pegada? y de avena? y el teléfono? - llovieron palabras y preguntas que la nada arrogaba en la cabeza de Paco.

La letra era de la mama (tambien conocida por la nada como "tu ya sabes quien") que le avisaba: que era martes y tocaba el baño de Leuco en la veterinaria de Doña gogot y entre todas las cosas tambien decia, "desayuna bien antes de ir al cole, no llegues tarde, ponte listo y si quieres saber donde esta el paraguas me llamas!"

Paco - le dijo la nada -te quedan 5 minutos para:

Ordenar la cocina.
Desayunar.
Limpiar el piso.
Arreglarse.
E ir a la esquina a ver si llueve!

Ya, Yaaaaaa!!!, no me digas mas - Grito paco sintiendose raro por estar hablando solo!

Cuentos para Alba Gatoteclado

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Mensaje por Anita Raul Lun Oct 19, 2009 5:43 pm

Las aventuras de Leuco "el gato rengo" y su amigo Paco Nofumé.

Reflexiones gatunas.

Tumbado al calor de la estufa, sobre la felpa estaba dormitando nuestro gran peso pesado de los felinos, en todo su esplendor con su amarillo pelaje y su cola en forma de plumero que dibuja formas, algunas veces parecían letras, otras parecían formas de animales, en este caso tenia forma de una nube de sueño.
Y de no ser por las pataditas cortitas que lanzaba con un tiempo prudencial entre una y otra con con la regordeta pata renga, podríamos decir que los felinos no sueñan, pero Leuco se notaba a simple vista que estaba sumergido en uno muy profundo.

Leuco sueña en el feliz amanecer de hacerlo en el cuerpo de un humano, sueña en andar en coche junto a Paco, en andar en su patineta, en ir al colegio a jugar con los amigos de Paco, en comer en la mesa con su mama humana, sueña en poder abrir la heladera con sus propias manos y comer, comer, comer, comer, comer, y beber leche, y seguir bebiendo mientras come. Cree y se rechoncha de felicidad al pensar que con un cuerpo mas grande podría meter embuchar mas comida, pero no todo es felicidad, algo lo perturba y lo hace patear con la pata renga. Y esa molestia tiene forma de pregunta:
¿qué es tarea?, por que Paco siempre se queja de eso. Vuelve a la puerta de su pensamiento - ¿tarea?. Tarea no debe tener nada que ver con comer, por que a nadie le puede molestar comer y menos beber leche, y menos que menos poder alcanzar el tarro de galletas con ese rico sabor, pero - vuelve a reflexionar - si tarea tiene que ver con hacer algo mas que comer, ¿como si se tratara de arrggggggggggggggggghhhh....? casi no podía soñar con la palabra, era peor que una bola de pelos en la garganta. Eso que siempre le pedían, t - r - a - b - a -j - a - r, en su caso la mala palabra (trabajar) significaba cazar ratones, se imaginaba de grande tener que cazar ratones, con un cuerpo tan grande le costaría mucho mas esfuerzo, necesitaría mucha mas comida para recuperar el desgaste. BASTA... de soñarlo ya me canso, yo solo quiero acicalarme.... espera, ¿por que Paco nunca se acicala?.... tengo que hablar con el, su higiene deja mucho que desear, nunca lo he visto lamerse ni una vez, pero en fin el tiene muchos juguetes, y ademas tiene una cama enorme y tambien se acurruca encima de la mama... NO... no se acurruca a mirar la caja de imágenes interactiva arriba de mama humana, pero ¿que le pasa a Paco?... bueno - trata de convencerse - pero el puede acostars......- y antes de terminar la idea, nuevamente una negativa - NO, NO PUEDE ESTAR TODO EL DIA DURMIENDO SI ASI LO DESEA! mama no lo deja!.... por mis pulgas resistentes a pipetas que lastima que Paco no es un gato.

Miaaauuuuu - explayo Leuco mientras despertaba y esperezaba, miro alrededor y se sintió feliz por ser quien era - estiro su patas primero las delanteras sacando las garritas, luego las traseras, dio una media vuelta y volvió a sumergirse en un nuevo sueño al calor de la estufa sobre la suave felpa.

Esta vez su cola parecía una boca con gran sonrisa.

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Mensaje por Anita Raul Lun Oct 19, 2009 5:45 pm

Las aventuras de de Leuco "el gato rengo" y su amigo Paco Nofumé

Se suspende, pero no por "lluvia"

Ese día no paraba de llover, mi cabeza apoyada sobre la ventana del autobús hacia que se empañara con mi respiración, cada gota que caía hasta el borde inferior dejaba una huella, un camino marcado que lentamente se confundía con un nuevo camino. A través de las gotas veía a la gente atolondrada caminar y chocarse con sus paraguas.
Aun asi no puedo dejar de preguntarme ¿Por que todo es mas gris cuando llueve?, la gente es gris, las aceras son grises y tristes, verlas mojadas, frías y en sus calles los resplandecientes charcos que se destruyen con el pasar del neumático de algún automóvil que aunque sea de color, se lo ve gris.
Todo eso me hace sentir raro, me hace extrañar. Extraño el sol, sus cálidas caricias, los colores vivos, que todo sea mas lento, calmado.
Siempre pensé que la lluvia es un alborotador, como esos niños que no pueden quedarse quietos en clase, y tienden a contestar no importa con quien hablen, ya sea profesor, compañero y hasta un director. No, ellos quieren tener siempre la ultima palabra. Yo creo que la lluvia debe ser vista así ante los ojos del sol. Altera los sentidos, a las personas, moja todo a su paso, la mesas de los cafés, los periódicos, el jardín, la plaza de juegos, toboganes mojados en solitario sin el placer de ser montados, sin risas, sin exclamaciones.

ufff - Reniego Paco, estaba decepcionado por la cancelación de su día de campo. Volvió la vista a la ventana, hacia rato que el autobús estaba parado y hacia su vuelta mucho mas penosa.
Sin inquietarse por lo que sucedía con el chofer que bajaba y subía protestando, clavo sus ojos y puso toda su atención en aquello que desencajaba totalmente con su pensamiento anterior. Ahora delante de él habia un hermoso Golden Retriever, con sus pelos dorados que parecían secos aun bajo la garua. Era el mismo sol nacido en aquella bestia de enorme tamaño, en su vida habia visto algo semejante. Paco abrio los ojos grandes, dejo caer su mandíbula abriendo la la boca sin que palabras salieran de la misma. Observo inmóvil como el can corrií con lo que juraría era una sonrisa en su hocico, saltaba sobre todos los charcos y con sus gigantes patas hacia explosiones de agua que salpicaban en todas direcciones. Era feliz, y estaba jugando, y contagiaba las ganas de correrlo y tratar de atraparlo.
¿como podía ser feliz en un día tan gris?, no podía concebir aquello que veia, a el no le importaba mojarse, no le inquietaban si habia charcos, es mas saltaba sobre ellos. La lluvia no lo mojaba, si no que todo lo contrario, el jugaba con la lluvia, era su amiga.

Paco esbozo una gran sonrisa, no podía dejar de mirar como el Golden iba y volvia con toda velocidad, pasar entre la gente, se reía y animaba cada vez mas cuando veía ahora como el animal pasaba entre las personas, estas aun se chocaban y hacian una guerra de colores y paraguas. Veía como otra persona, que se encontraba como el en situación de espectador, largaba un carcajada mientras se tapaba la cabeza con un periodico para protegerse de la lluvia y al observar el lio que aquel hermoso y dorado perro estaba provocando.

- Todos a sus asientos, ya salimos! - Ladro el chofer.

Todos empezaron acomodarse, el murmullo aumento un momento, muchos parecían estar molestos por el retraso, otros solamente se resignaban como Paco a mirar por las ventanillas, y minutos después se sintió el rugido del motor que daba aviso que era hora de partir.

Paco se arrimo una vez mas a la ventanilla y pudo ver como ya el dueño del golden podía controlar a su mascota, la cual se encontraba lamiendo su cara en ese mismo instante, tambien podía ver como algunas de las personas que habian observado desde atras de las vidrieras aplaudían que hayan atrapado al travieso can.
Paco se dio vuelta y apoyo la cabeza en el asiento, cerro sus ojos y penso un momento en lo sucedido.
¿Por que todo es mas gris cuando llueve? - se volvió a preguntar y se respondió para si mismo -
Lo único que era gris eran mis ojos que observan ofuscados de esa manera, en realidad, el color florece desde cada gota de lluvia y se transforma en montones de sensaciones. La lluvia nunca me coarto, en realidad siempre fui yo quien se alejaba de ella, y la única que estaba sola era la lluvia, ella esta encima de los toboganes deslizándose, esperando a escuchar las risas de los niños, ella sobre la mesa del café esperando a compartir un momento con los señores de corbatas, ella esta sobre las noticias mientras se divierte rebotando sobre un periódico. Ella esta en todo y todos quieren alejarse de ella, todos menos aquel perro bañado en cabellos de oro que dedico un momento a ser su amigo.

Me encantan los días de lluvia!! - Se emociono diciendo en fuerte tono Paco, se sintió observado y callo nuevamente. Aun asi reia y recordó como su amigo Leuco "el rengo" estaría tratando de atrapar gotas en la ventana de su cuarto, con la imagen del felino dando manotazos al vidrio le hizo reir aun mas fuerte.
Con la imagen divertida de su amigo disfruto el resto del viaje.

Cuentos para Alba Golden-retriever2
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Mensaje por Macarena Mar Oct 20, 2009 1:57 pm

Otro cuento... De Charles Perrault

RIQUET-EL-DEL-COPETE


Había una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y tan contrahecho que mucho se dudó si tendría forma humana. Un hada, que asistió a su nacimiento, aseguró que el niño no dejaría de tener gracia pues sería muy inteligente, y agregó que en virtud del don que acababa de concederle él podría darle tanta inteligencia como la propia a la persona que más quisiera.
Todo esto consoló un poco a la pobre reina que estaba muy afligida por haber echado al mundo un bebé tan feo. Es cierto que este niño, no bien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual que irradiaba encanto. Olvidaba decir que vino al mundo con un copete de pelo en la cabeza, así es que lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquet era el nombre de familia.
Al cabo de siete u ocho años, la reina de un reino vecino dio a luz dos hijas. La primera que llegó al mundo era más bella que el día; la reina se sintió tan contenta que llegaron a temer que esta inmensa alegría le hiciera mal. Se hallaba presente la misma hada que había asistido al nacimiento del pequeño Riquet-el-del-Copete, y para moderar la alegría de la reina le declaró que esta princesita no tendría inteligencia, que sería tan estúpida como hermosa. Esto mortificó mucho a la reina; pero algunos momentos después tuvo una pena mucho mayor pues la segunda hija que dio a luz resultó extremadamente fea.
-No debe afligirse, señora -le dijo el hada- su hija tendrá una compensación: estará dotada de tanta inteligencia que casi no se notará su falta de belleza.
-Dios lo quiera -contestó la reina-; pero, ¿no había forma de darle un poco de inteligencia a la mayor que es tan hermosa?
-No tengo ningún poder, señora, en cuanto a la inteligencia, pero puedo todo por el lado de la belleza; y como nada dejaría yo de hacer por su satisfacción, le otorgaré el don de volver hermosa a la persona que le guste.
A medida que las princesas fueron creciendo, sus perfecciones crecieron con ellas y por doquier no se hablaba más que de la belleza de la mayor y de la inteligencia de la menor. Es cierto que también sus defectos aumentaron mucho con la edad. La menor se ponía cada día más fea, y la mayor cada vez más estúpida. O no contestaba lo que le preguntaban, o decía una tontería. Era además tan torpe que no habría podido colocar cuatro porcelanas en el borde de una chimenea sin quebrar una, ni beber un vaso de agua sin derramar la mitad en sus vestidos.
Aunque la belleza sea una gran ventaja para una joven, la menor, sin embargo, se destacaba casi siempre sobre su hermana en las reuniones. Al principio, todos se acercaban a la mayor para verla y admirarla, pero muy pronto iban al lado de la más inteligente, para escucharla decir mil cosas ingeniosas; y era motivo de asombro ver que en menos de un cuarto de hora la mayor no tenía ya a nadie a su lado y que todo el mundo estaba rodeando a la menor. La mayor, aunque era bastante tonta, se dio cuenta, y habría dado sin pena toda su belleza por tener la mitad del ingenio de su hermana.
La reina, aunque era muy prudente, no podía a veces dejar de reprocharle su tontera, con lo que esta pobre princesa casi se moría de pena. Un día que se había refugiado en un bosque para desahogar su desgracia, vio acercarse a un hombre bajito, muy feo y de aspecto desagradable, pero ricamente vestido. Era el joven príncipe Riquet-el-del-Copete que, habiéndose enamorado de ella por sus retratos que circulaban profusamente, había partido del reino de su padre para tener el placer de verla y de hablar con ella.
Encantado de encontrarla así, completamente sola, la abordó con todo el respeto y cortesía imaginables.
Habiendo observado, luego de decirle las amabilidades de rigor, que ella estaba bastante melancólica, él le dijo:
-No comprendo, señora, cómo una persona tan bella como usted puede estar tan triste como parece; pues, aunque pueda vanagloriarme de haber visto una infinidad de personas hermosas, debo decir que jamás he visto a alguien cuya belleza se acerque a la suya.
-Usted lo dice complacido, señor -contestó la princesa, y no siguió hablando.
-La belleza, replicó Riquet-el-del-Copete, es una ventaja tan grande que compensa todo lo demás; y cuando se tiene, no veo que haya nada capaz de afligirnos.
-Preferiría -dijo la princesa-, ser tan fea como usted y tener inteligencia, que tener tanta belleza como yo y ser tan estúpida como soy.
-Nada hay, señora, que denote más inteligencia que creer que no se tiene, y es de la naturaleza misma de este bien que mientras más se tiene, menos se cree tener.
-No sé nada de eso -dijo la princesa- pero sí sé que soy muy tonta, y de ahí viene esta pena que me mata.
-Si es sólo eso lo que le aflige, puedo fácilmente poner fin a su dolor.
-¿Y cómo lo hará? -dijo la princesa.
-Tengo el poder, señora -dijo Riquet-el-del-Copete- de otorgar cuanta inteligencia es posible a la persona que más llegue a amar, y como es usted, señora, esa persona, de usted dependerá que tenga tanto ingenio como se puede tener, si consiente en casarse conmigo.
La princesa quedó atónita y no contestó nada.
-Veo -dijo Riquet-el-del-Copete- que esta proposición le causa pena, y no me extraña; pero le doy un año entero para decidirse.
La princesa tenía tan poca inteligencia, y a la vez tantos deseos de tenerla, que se imaginó que el término del año no llegaría nunca; de modo que aceptó la proposición que se le hacía.
Tan pronto como prometiera a Riquet-el-del-Copete que se casaría con él dentro de un año exactamente, se sintió como otra persona; le resultó increíblemente fácil decir todo lo que quería y decirlo de una manera fina, suelta y natural. Desde ese mismo instante inició con Riquet-el-del-Copete una conversación graciosa y sostenida, en que se lució tanto que Riquet-el-del-Copete pensó que le había dado más inteligencia de la que había reservado para sí mismo.
Cuando ella regresó al palacio, en la corte no sabían qué pensar de este cambio tan repentino y extraordinario, ya que por todas las sandeces que se le habían oído anteriormente, se le escuchaban ahora otras tantas cosas sensatas y sumamente ingeniosas. Toda la corte se alegró a más no poder; sólo la menor no estaba muy contenta pues, no teniendo ya sobre su hermana la ventaja de la inteligencia, a su lado no parecía ahora más que una alimaña desagradable. El rey tomaba en cuenta sus opiniones y aun a veces celebraba el consejo en sus aposentos.
Habiéndose difundido la noticia de este cambio, todos los jóvenes príncipes de los reinos vecinos se esforzaban por hacerse amar, y casi todos la pidieron en matrimonio; pero ella encontraba que ninguno tenía inteligencia suficiente y los escuchaba a todos sin comprometerse. Sin embargo, se presentó un pretendiente tan poderoso, tan rico, tan genial y tan apuesto que no pudo refrenar una inclinación hacia él. Al notarlo, su padre le dijo que ella sería dueña de elegir a su esposo y no tenía más que declararse. Pero como mientras más inteligencia se tiene más cuesta tomar una resolución definitiva en esta materia, ella luego de agradecer a su padre, le pidió un tiempo para reflexionar.
Fue casualmente a pasear por el mismo bosque donde había encontrado a Riquet-el-del-Copete, a fin de meditar con tranquilidad sobre lo que haría. Mientras se paseaba, hundida en sus pensamientos, oyó un ruido sordo bajo sus pies, como de gente que va y viene y está en actividad. Escuchando con atención, oyó que alguien decía: "Tráeme esa marmita"; otro: "Dame esa caldera"; y el otro: "Echa leña a ese fuego". En ese momento la tierra se abrió, y pudo ver, bajo sus pies, una especie de enorme cocina llena de cocineros, pinches y toda clase de servidores como para preparar un magnífico festín. Salió de allí un grupo de unos veinte encargados de las carnes que fueron a instalarse en un camino del bosque alrededor de un largo mesón quienes, tocino en mano y cola de zorro en la oreja, se pusieron a trabajar rítmicamente al son de una armoniosa canción.
La princesa, asombrada ante tal espectáculo, les preguntó para quién estaban trabajando.
-Es -contestó el que parecía el jefe- para el príncipe Riquet-el-del-Copete, cuyas bodas se celebrarán mañana.
La princesa, más asombrada aún, y recordando de pronto que ese día se cumplía un año en que había prometido casarse con el príncipe Riquet-el-del-Copete, casi se cayó de espaldas. No lo recordaba porque, cuando hizo tal promesa, era estúpida, y al recibir la inteligencia que el príncipe le diera, había olvidado todas sus tonterías.
No había alcanzado a caminar treinta pasos continuando su paseo, cuando Riquet-el-del-Copete se presentó ante ella, elegante, magnífico, como un príncipe que se va a casar.
-Aquí me ve, señora -dijo él- puntual para cumplir con mi palabra, y no dudo que usted esté aquí para cumplir con la suya y, al concederme su mano, hacerme el más feliz de los hombres.
-Le confieso francamente -respondió la princesa- que aún no he tomado una resolución al respecto, y no creo que jamás pueda tomarla en el sentido que usted desea.
-Me sorprende, señora -le dijo Riquet-el-del-Copete.
-Pues eso creo -replicó la princesa- y seguramente si tuviera que habérmelas con un patán, un hombre sin finura, estaría harto confundida. Una princesa no tiene más que una palabra, me diría él, y se casará conmigo puesto que así lo prometió. Pero como el que está hablando conmigo es el hombre más inteligente del mundo, estoy segura que atenderá razones. Usted sabe que cuando yo era sólo una tonta, no pude resolverme a aceptarlo como esposo; ¿cómo quiere que teniendo la lucidez que usted me ha otorgado, que me ha hecho aún más exigente respecto a las personas, tome hoy una resolución que no pude tomar en aquella época? Si pensaba casarse conmigo de todos modos, ha hecho mal en quitarme mi simpleza y permitirme ver más claro que antes.
-Puesto que un hombre sin genio -respondió Riquet-el-del-Copete- estaría en su derecho, según acaba de decir, al reprochar su falta de palabra, ¿por qué quiere, señora, que no haga uno de él, yo también, en algo que significa toda la dicha de mi vida? ¿Es acaso razonable que las personas dotadas de inteligencia estén en peor condición que los que no la tienen? ¿Puede pretenderlo, usted que tiene tanta y que tanto deseó tenerla? Pero vamos a los hechos, por favor. ¿Aparte de mi fealdad, hay alguna cosa en mí que le desagrade? ¿Le disgustan mi origen, mi carácter, mis modales?
-De ningún modo -contestó la princesa- me agrada en usted todo lo que acaba de decir.
-Si es así -replicó Riquet-el-del-Copete- seré feliz, ya que usted puede hacer de mí el más atrayente de los hombres.
-¿Cómo puedo hacerlo? -le dijo la princesa.
-Ello es posible -contestó Riquet-el-del-Copete- si me ama lo suficiente como para desear que así sea; y para que no dude, señora, ha de saber que la misma hada que al nacer yo, me otorgó el don de hacer inteligente a la persona que yo quisiera, le otorgó a usted el don de darle belleza al hombre que ame si quisiera concederle tal favor.
-Si es así -dijo la princesa- deseo con toda mi alma que se convierta en el príncipe más hermoso y más atractivo del mundo; y le hago este don en la medida en que soy capaz.
Apenas la princesa hubo pronunciado estas palabras, Riquet-el-del-Copete pareció antes sus ojos el hombre más hermoso, más apuesto y más agradable que jamás hubiera visto. Algunos aseguran que no fue el hechizo del hada, sino el amor lo que operó esta metamorfosis. Dicen que la princesa, habiendo reflexionado sobre la perseverancia de su amante, sobre su discreción y todas las buenas cualidades de su alma y de su espíritu, ya no vio la deformidad de su cuerpo, ni la fealdad de su rostro; que su joroba ya no le pareció sino la postura de un hombre que se da importancia, y su cojera tan notoria hasta entonces a los ojos de ella, la veía ahora como un ademán, que sus ojos bizcos le parecían aún más penetrantes, en cuya alteración veía ella el signo de un violento exceso de amor y, por último, que su gruesa nariz enrojecida tenía algo de heroico y marcial.
Comoquiera que fuese, la princesa le prometió en el acto que se casaría con él, siempre que obtuviera el consentimiento del rey su padre.
El rey, sabiendo que su hija sentía gran estimación por Riquet-el-del-Copete, a quien, por lo demás, él consideraba un príncipe muy inteligente y muy sabio, lo recibió complacido como yerno.
Al día siguiente mismo se celebraron las bodas, tal como Riquet-el-del-Copete lo tenía previsto y de acuerdo a las órdenes que había impartido con mucha anticipación.
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Mensaje por alba Mar Oct 20, 2009 4:52 pm

mamimaca he leido el de la bella y la bestia de tu epoca mamimaca, me a gustado es diferente del otro pero me a gustado mucho Cuentos para Alba Icon_biggrin

anita he leido la primera aventura de leuco yo ya no se si el gatito de verdad existe o si se lo imagina Paco por que nunca le encuentra y por las galletas deberia preferir que lo atrapara, alomejor Paco no tiene gato y como quiere uno se lo imagina...no se no se...pensaremos y despues los sabremos..
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Mensaje por Mahal Mar Oct 20, 2009 5:45 pm

Aquí tienes otro para cuando estés cansada de leer, es una película cortita de un cuento, espero que te guste princesa. queen

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Mensaje por Macarena Mar Oct 20, 2009 8:28 pm

Alba, la Bella y la Bestia que te he puesto aquí, NO es de mi época... que no soy tan vieja...

Este que te puse, es la versión original, en la qu ese basó Disney para hacer la peli.

Por cierto... Has leído ya el de "La gata Blanca"?
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Mensaje por Anita Raul Mar Oct 20, 2009 9:11 pm

El gatito existe...! Sad
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Mensaje por Macarena Miér Oct 21, 2009 12:36 am

Mucha gente cree que los hermanos Grimm escribieron muchos de los mejores cuentos de hadas, pero la realidad, es que lo que hicieron fue recopilar cuentos y leyendas populares alrededor del mundo en sus innumerables viajes.

Este es uno de los que más me gusta, probablemente de los primeros que me contaron siendo niña...



LOS TRES PELOS DEL DIABLO


Había una vez una pobre mujer que dio a luz a un niño y como éste viniera envuelto en la piel de la fortuna, le fue pronosticado que al cumplir los catorce años se casaría con la hija del rey.

Sucedió que muy poco después el rey llegó al pueblo, pero como nadie sabía que era el rey, cuando preguntó a la gente qué novedades había, le contestaron:

-En estos días ha nacido un niño con la piel de la fortuna; todo lo que emprenda alguien que ha nacido envuelto en esa piel, le significará dicha. Se le ha vaticinado que al cumplir los catorce años se casará con la hija del rey.

El rey, que tenía mal corazón, se inquietó al oír esa noticia. Fingiendo amabilidad les dijo a los padres del niño: Humildes gentes, déjenme a su hijo, que yo velaré por él.

Al principio se negaron, pero cuando el desconocido les ofreció oro en abundancia, pensaron: "Es un niño afortunado. Será dichoso". Así que finalmente consintieron y le entregaron al niño.

El rey lo puso dentro de una caja y así cabalgó hasta llegar a un profundo lago, donde echó la caja al agua, pensando:

"De este pretendiente he salvado a mi hija".

Sin embargo, la caja no se hundió; por el contrario, flotó como un barquichuelo, sin que le entrara ni una gota de agua.

Siguió flotando hasta que se aproximó a un molino, en cuya presa quedó enredada. Afortunadamente había allí un aprendiz de molinero que, al verla, la atrajo hacia sí con un gancho, creyendo que en su interior iba a encontrar grandes tesoros, pero al abrirla encontró en ella, vivo y sano, a un lindo niño. Lo llevó a los molineros, y como ellos no tenían hijos, se alegraron mucho, diciendo:

-¡Dios nos lo ha enviado!

Lo criaron con mucho cuidado y el muchacho creció adornado de todas las virtudes.

Sucedió una vez, durante una tempestad, que el rey buscó refugio en el molino y preguntó al matrimonio si el muchacho era hijo suyo.

-No, es un expósito que vino flotando en una caja que se enredó en la presa hace catorce años.

De este modo el rey se dio cuenta de que el muchacho no era otro que el niño afortunado que él había arrojado al agua y dijo:

-Buenas gentes, ¿no podría el muchacho llevar una carta a la reina? Le daré por ello dos monedas de oro.

-Será como el rey ordene -dijo el molinero y ordenó al joven que se preparara.

Entonces el rey escribió una carta a la reina, en la que decía: Tan pronto llegue el muchacho con esta carta, ha de ser muerto y sepultado, y todo antes de mi regreso.

El muchacho se puso en camino con la carta, pero se extravió y ya de noche se encontró dentro de un gran bosque. Viendo una pequeña luz en la oscuridad, se encaminó hacia ella y llegó a una casita. Al entrar vio a una anciana sentada junto al fuego. Asustada al ver al muchacho, dijo:

-¡Pobre muchacho! Has llegado a una guarida de ladrones, y cuando lleguen te matarán.

-Venga quien venga, yo no tengo miedo, sino tanto sueño que no aguanto ya de pie.

Y echándose sobre un banco, se durmió.

Poco después llegaron los ladrones y preguntaron quién era el muchacho que yacía allí.

-¡Pobre! Es un inocente muchacho que se ha extraviado en el bosque, yo lo acogí por compasión.

Tiene que entregar una carta a la reina.

Los ladrones abrieron la carta y supieron que el muchacho iba a ser muerto en cuanto llegara; entonces sus duros corazones se compadecieron y el que era el jefe, haciendo pedazos la carta del rey, escribió otra en su lugar, diciendo que, inmediatamente después de la llegada del joven debía ser casado con la hija del rey.

Lo dejaron tranquilo en su banco hasta la mañana siguiente y cuando despertó le entregaron la carta y le indicaron el camino que debía seguir.

Después de recibir la carta y de leerla, la reina hizo como se le ordenaba: mandó organizar una gran boda y la princesa fue desposada con el afortunado muchacho, que como era hermoso y gentil, ella se sentía muy dichosa.

Algún tiempo después el rey volvió a su palacio y se enteró de que el vaticinio se había cumplido.

-¿Cómo pudo pasar ésto? -preguntó-.

En mi carta ordenaba algo muy distinto Entonces la reina le entregó la carta y le pidió que la leyera por sí mismo. Al verla, se dio cuenta de inmediato que había sido sustituida por otra. Preguntó, pues, al muchacho qué había pasado con la carta que le encomendara y por que había traído una diferente.

-Yo no sé nada de eso -respondió el muchacho-.

El cambio debió suceder cuando dormí en el bosque aquella noche.

Lleno de ira, el rey exclamó:

-No te será tan fácil. El que quiera tener a mi hija por esposa deberá traerme del infierno tres pelos dorados de la cabeza del diablo. Si me los traes como te ordeno, te quedarás con ella.

Con eso, el rey pensaba quitárselo de encima para siempre. Sin embargo, el muchacho afortunado respondió:

-Por supuesto que traeré los tres pelos del diablo. Yo no le tengo miedo.

Así, se despidió y se puso en camino. Su marcha lo condujo a una gran ciudad. Al llegar, el centinela lo interrogó acerca de su profesión y saber.

-Yo lo sé todo -respondió el muchacho afortunado.

-Si es así puedes hacernos un favor: dinos por qué la fuente de nuestra plaza del mercado, de la que antes manaba vino, se ha secado y ahora ni siquiera da agua.

-Espera mi regreso y lo sabrás -le contestó el muchacho afortunado.

Siguió caminando y pronto llegó a otra ciudad, donde el centinela le preguntó acerca de su profesión y saber.

-Yo lo sé todo -respondió el muchacho afortunado.

-Si es así dinos por qué un árbol de nuestra ciudad que antes daba manzanas de oro, ahora no echa ni siquiera hojas.

-Espera mi regreso y lo sabrás.

Y llegó a un gran lago que debía atravesar. El barquero le preguntó acerca de su profesión y saber:

-Yo lo sé todo -respondió el muchacho afortunado.

-Si es así, explícame por qué siempre tengo yo que ir y venir sin que nadie venga a relevarme.



-Espera mi regreso y sabrás -respondió el muchacho afortunado.

Una vez que hubo atravesado el gran lago, encontró la puerta del infierno. El interior era negro como el hollín, pero el diablo no estaba en casa. Sin embargo, la abuela estaba allí sentada en una mecedora.

-¿Qué quieres? -le preguntó, aunque su aspecto no era especialmente inquietante.

-Quisiera tres pelos de oro del diablo -contestó el joven- de lo contrario habré de renunciar a mi mujer.

-Es mucho lo que pides. Cuando el diablo regrese va a arrancarte el pellejo, pero me das pena, de modo que veré si puedo ayudarte.

Lo transformó en hormiga y le dijo:

-Métete entre los pliegues de mi falda, ahí estarás seguro.

-Muy bien -dijo el joven afortunado-, pero además quisiera averiguar tres cosas: por qué se ha secado una fuente de la que manaba vino y ahora ni siquiera da agua; por qué un árbol que daba manzanas de oro ahora ni siquiera reverdecen sus ramas y por qué un barquero ha de estar siempre remando de una orilla a otra sin que nadie vaya a relevarle.

-Esas son preguntas muy difíciles -respondió la mujer- pero quédate quieto, no despegues los labios y atiende a lo que dice el diablo cuando yo le arranque los tres pelos de oro.

Al anochecer el diablo regresé a su casa y en seguida notó que algo raro flotaba en el aire.

-A carne humana me huele aquí -dijo.

Luego miró en todos los rincones en busca de algo que al final no encontró.

La abuela le echó en cara su actitud:

-Acabo de barrer y de poner orden y llegas tú a revolverlo todo. Siempre llevas pegado en el olfato el olor a carne humana. Siéntate y cena.

Después de haber comido y bebido le entró sueño y recostó su cabeza en el regazo de la abuela, pidiéndole que le sacara unos cuantos piojos. Al poco rato se durmió, lanzó unos cuantos resoplidos y roncó. Entonces la vieja cogió un pelo de oro, lo arrancó y se lo guardó.

-¡Ay! ¿Pero qué haces? -se quejó el diablo.

-He tenido una pesadilla -dijo la vieja-. Y te he tirado de los pelos.

-¿Y qué has soñado? -preguntó el diablo.

He visto en sueños que en la plaza de un mercado había una fuente de la que manaba vino y de pronto se secó y no brotaban de ella ni siquiera unas gotas de agua. ¿Cómo se explica eso?

-¡Je, je, je! ¡Si lo supieses! Bajo una piedra de la fuente se ha metido un sapo; si lo mataran, el vino volvería a brotar.

La vieja abuela siguió sacándole piojos hasta que se durmió y echaba ronquidos tales que vibraban las ventanas.

Entonces, le arrancó el segundo pelo.

-¡Ay! ¿Pero qué haces? -preguntó el diablo.

-No te lo tomes a mal. Ha sido soñando.

-¿Y qué has soñado ahora?

-He soñado con un reino donde había un árbol que siempre daba manzanas de oro y al que ahora ni siquiera se le reverdecen las ramas. ¿Cuál puede ser la causa?

-¡Je, je, je! ¡Si lo supieses! -contestó el diablo-. Un ratón está royendo sus raíces; si lo mataran, volvería a dar manzanas de oro, pero si sigue royendo, el árbol se secará del todo. Pero déjame en paz con tus sueños; como vuelvas a molestarme, te soltaré un sopapo.

La vieja se tranquilizó un rato y siguió sacándole piojos hasta que se durmió y volvió a roncar. Entonces agarró el tercer pelo de oro y lo arrancó. El diablo se puso furioso, pero ella lo tranquilizó de nuevo, diciéndole:

-¿Qué se puede hacer contra las pesadillas?

-¿Qué has soñado ahora? -preguntó el diablo, movido por la curiosidad.

-He visto en sueños a un barquero que se quejaba porque nunca paraba de hacer un trayecto de una orilla a otra, sin que nadie acudiera a relevarle. ¿Cómo se explica eso?

-¡Je, je, je! ¡Pobre tonto! -contestó el diablo-. Sólo ha de poner los remos en las manos del primero que llegue para pasar a la otra orilla, entonces éste podrá atravesar el río y él se habrá librado.

Como la vieja ya le había arrancado los tres pelos de oro y había obtenido la respuesta a las tres preguntas dejó en paz al viejo ladino que durmió hasta que empezó a amanecer.

Cuando el diablo volvió a marcharse, la abuela devolvió al muchacho su figura humana.

-Aquí tienes los tres pelos dorados -dijo-.

Lo que el diablo respondió a las tres preguntas, ya lo habrás oído.

-Sí-dijo él- lo he oído y lo guardaré en la memoria.

-Así pues, no ha faltado nada.

Ahora puedes marcharte.

El joven afortunado agradeció a la anciana su ayuda tan oportuna y contento de que todo hubiera salido bien, abandonó el infierno.

Al llegar a la orilla del río, el barquero le exigió la respuesta prometida.

-Pásame primero al otro lado -dijo el muchacho- y luego te explicaré cómo arreglar tu asunto.

Cuando llegó a la orilla opuesta, le dio el consejo que había oído del diablo:

-Cuando venga alguien y quiera pasar, dale los remos.

Siguió caminando y llegó a la ciudad donde crecía el árbol infecundo y donde el centinela esperaba también la respuesta.

Él le aconsejó:

-Debes matar el ratón que roe su raíz; entonces el árbol volverá a dar manzanas de oro.

El centinela le dio las gracias y como recompensa le regaló dos burros cargados de oro.

Al fin llegó a la ciudad cuya fuente se había secado y allí repitió al centinela lo mismo que había dicho el diablo:

-Hay un sapo bajo una piedra dentro de la fuente; búsquenlo y mátenlo, y entonces de la fuente volverá a manar vino en abundancia.

El centinela le dio las gracias y también le dio otros dos burros cargados de oro.

Por último el muchacho afortunado llegó a casa.

Su mujer se alegró mucho al verle y oír lo bien que había resultado todo.

Entonces llevó al rey los tres cabellos dorados que le había exigido.

Cuando éste vio los cuatro burros cargados de oro, se puso muy contento y dijo:

-Has cumplido las condiciones y puedes quedarte con mi hija.

Pero, dime ¿de dónde has sacado tanto oro?

¡Es un tesoro inmenso!

-Una vez crucé un río -respondió- y allí lo cogí. Se encuentra en la orilla, en vez de arena.

-¿Puedo ir a buscar yo también? -preguntó el rey codiciosamente.

-Por supuesto que sí -respondió el joven-.

Hay un barquero junto al río, le pides que te pase y entonces podrás llenar tu saco en la otra orilla.

El rey partió a toda prisa y al llegar al río le hizo señales al barquero de que lo pasara al otro lado.

Vino el barquero, lo hizo subir, y cuando llegaron a la orilla opuesta, dejó el remo en sus manos y salió corriendo.

Desde entonces, el rey ha tenido que remar y remar incesantemente de un lado a otro del río, como castigo justo a su maldad.

-¿Estará allá todavía?

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Mensaje por alba Miér Oct 21, 2009 7:02 pm

comentario: El gigante egoista

por un lado quiere decir que si te rodeas de cosas malas al final solo tendras cosas malas, tambien dice que en el invierno la primavera esta descansando y las flores duermen para mi eso es como mi vida ahora que ya volvera la primavera cuando salga de aqui

el pequeñito es Jesus (el hijo de Dios)


Me a encantado mamimaca Cuentos para Alba Icon_biggrin



sigo con el siguiente
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Mensaje por alba Miér Oct 21, 2009 7:07 pm

Hansel y Grethel

este cuento lo tengo en mi casa en dvd pero diferente, por un lado me parece muy triste y si yo fuera ellos no llevaria las joyas a mi padre porque por su culpa se quedaron en el bosque


gracias mamimahal me a gustado mucho Cuentos para Alba 78478
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Mensaje por Macarena Miér Oct 21, 2009 7:07 pm

Significa que todo tiene un buen fondo, si sabes buscarlo...

Bien hecho mi niña!!!
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Mensaje por alba Miér Oct 21, 2009 7:11 pm

Leuco el gatito y su amigo Paco (segunda parte)

bueno ahora si me di cuenta de que el gatito existe Cuentos para Alba Icon_biggrin

es superbonito

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me alegro de que prefiera ser gato, asi no lo pasa mal, la verdad es que es mucho mejor ser gato y no tener tantas precupaciones, solo que pueda comerse el tarro de galletas y no le pillen Cuentos para Alba Icon_biggrin



anita ¿como escribes tan bien????? Cuentos para Alba 78478
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Mensaje por Macarena Miér Oct 21, 2009 8:34 pm

Alba....
no sé si has leído ya el de "la gata blanca"... está en el otro hilo de la princesita...
está dividido en tres mensajes porque es largo...
si quieres te lo mando por correo...
o te lo vuelvo a poner aquí
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Mensaje por Macarena Jue Oct 22, 2009 12:55 am

Uno de los cuentos menos conocidos y más hermosos del Hans Christian Andersen. El Principe Feliz...

Cuando lo hayas leído alba, me cuentas que conclusiones sacas de él... (pero no vale llorar)


EL PRINCIPE FELIZ


Dominando la ciudad, sobre una alta columna, descansaba la estatua del Príncipe Feliz. Cubierta por una capa de oro magnífico, tenía por ojos dos zafiros claros y brillantes, y un gran rubí centelleaba en el puño de su espada.

Era admirado por todos: --Es tan hermoso como el gallo de una veleta- afirmaba uno de los dos concejales de la ciudad que deseaba ganar fama como conocedor de las bellas artes- nada más que no resulta tan útil - añadía, temiendo que las gentes pudieran juzgarle impráctico; cosa que en realidad no era.

--¿Por qué no puedes ser como el Príncipe Feliz? -decía una madre razonable a su pequeño que lloraba por alcanzar la luna- Al Príncipe Feliz nunca se le ocurre llorar por nada.

--Me alegra que haya alguien en el mundo que sea tan feliz-mascullaba un pobre hombre frustrado, contemplando la estatua maravillosa.

--Es igual que un Ángel -comentaban los niños del coro de la catedral cuando salían de ella con sus esclavinas rojas y sus roquetes blancos y almidonados.

--¿Cómo lo sabéis? -replicaba el maestro de matemáticas-, ¿si nunca habéis visto uno?

--¡Ah, porque los hemos visto en sueños! -contestaban los muchachos; y el maestro de matemáticas fruncía el ceño y tomaba una actitud muy seria porque no le gustaba que los niños soñasen.

Una noche voló sobre la ciudad una golondrina. Sus compañeras ya habían partido hacia Egipto seis semanas antes, pero ella se retrasó porque estaba enamorada de un bellísimo junco. Lo había conocido al principio de la primavera cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y se sintió atraída de tal manera por su tallo esbelto, que se detuvo para hablarle.

--¿Aceptas mi amor? -le preguntó la golondrina que nunca se andaba con rodeos; y el junco hizo una ceremoniosa inclinación. Entonces la golondrina voló haciendo grandes círculos a su alrededor, rozaba la superficie de las aguas con las puntas de sus alas, dejando brillantes estelas de plata. Ésa era su manera de cortejar; y así transcurrió todo el verano.

--Son unas relaciones tontas -gorjeaban las otras golondrinas-. El es pobre y tiene demasiados parientes. -Y verdaderamente, el río estaba lleno de juncos. Entonces, al llegar el otoño, todas las golondrinas alzaron el vuelo.

Cuando ya se habían alejado, la golondrina se sintió sola, y comenzó a cansarse de su amante. No tiene conversación -se decía-. Además creo que es casquivano, porque constantemente coquetea con brisa.- Y era verdad, en cuanto la brisa comenzaba, el junco hacía las reverencias más graciosas. Además tengo que reconocer que es demasiado casero -continuaba- y a mí me gusta viajar, y a mi compañero, por tanto, deberá gustarle viajar conmigo.

--¿Te vendrías conmigo? -le preguntó al fin, pero el junco. sacudió la cabeza,... ¡se sentía tan ligado a su hogar!

--¡Te has estado burlando de mí! –gritó la golondrina-. Me marcho a las Pirámides, ¡adiós! -y echó a volar.

Voló durante todo el día, y ya de noche llegó a la ciudad. -Dónde me alojaré -se preguntó-. Espero que la ciudad haya preparado algún lugar para mí.

Entonces divisó la gran columna, --Me cobijaré allá -gorjeó-. Es un magnífico lugar con bastante aire fresco. -Y así, se detuvo justamente entre los dos pies del Príncipe Feliz.

--Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente después de mirar en torno suyo y preparándose a dormir; pero en el momento en que iba a poner la cabeza bajo el ala, una gran gota de agua le cayó encima-.

--¡Qué raro! -exclamó- no hay una sola nube en el cielo, las estrellas se ven claras y brillantes, y sin embargo está lloviendo. El clima en el norte de Europa es verdaderamente terrible. Al junco le gustaba la lluvia, pero eso no era más que puro egoísmo.

Entonces le cayó otra gota. -- ¿De qué me sirve una estatua, si no me protege de la lluvia? -dijo la golondrina-. Voy a buscar el copete de una chimenea, - y ya iba a emprender el vuelo pero antes de que hubiese desplegado las alas, le cayó encima una tercera gota. Entonces miró hacia arriba y vio... ¡Ah!, ¿qué es lo que vio? Los ojos del príncipe estaban bañados en lágrimas, y las lágrimas corrían por sus mejillas doradas. Su cara era tan hermosa bajo la luz de la luna que la pequeña golondrina se sintió llena de lástima. --¿Quién eres? -le preguntó.

--Soy el Príncipe Feliz.

--Entonces; ¿por qué lloras? -dijo la golondrina-, me has empapado.

--Cuando estaba vivo, y tenía un corazón humano -contestó la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en el Palacio de Sans-Souci, donde a la tristeza no se le permite entrar. Durante el día jugaba con mis amigos en el jardín, y en la noche yo dirigía las danzas en el Gran Salón. Alrededor del jardín se alzaba una tapia altísima, pero nunca me preocupé por preguntar lo que se encontraba tras ella; todo lo que me rodeaba era tan bello. Mis cortesanos me llamaban El Príncipe Feliz, y en realidad lo era, si es que el placer es la felicidad. Así viví, y así morí. Y ahora que estoy muerto me han colocado a tal altura, que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazón ahora es de plomo, no me queda más remedio que llorar.

--Pues qué, ¿no está hecho de oro macizo? -se dijo para sí la golondrina, pues era muy cortés para hacer observaciones en voz alta.

--Allá lejos -continuó la estatua en voz baja y melódica-, allá lejos, en una callejuela, hay una casa muy pobre. Una de las ventanas permanece abierta, y por ella puedo ver una mujer sentada ante una mesa. Su cara se ve demacrada y triste, tiene manos toscas y enrojecidas, y las yemas de sus dedos picadas por la aguja, porque es costurera. Está bordando pasionarias en un vestido de seda que deberá lucir la más encantadora de las damas de honor de la reina, en el próximo gran baile de la Corte. Sobre una cama, en un rincón del mismo cuarto, yace su pequeño hijo enfermo, con fiebre, y pide naranjas. Su madre no tiene nada para darle, más que el agua del río; y por eso el pequeño llora. Golondrina, golondrina, golondrinita, ¿no quisieras llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos a este pedestal, y no puedo moverme.

--Me están esperando en Egipto -contestó la golondrina-. Mis compañeras ya vuelan de aquí para allá sobre el Nilo, y hablan con los grandes lotos. Pronto se recogerán a dormir en la tumba del Gran Rey. El Rey está allí mismo dentro de su sarcófago pintado. Envuelto en bandas de lino amarillo y embalsamado con especies. Tiene puesto un collar de jades verde pálido, alrededor del cuello, y sus manos son como hojas marchitas.

--Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el príncipe- ¿No podrías quedarte conmigo una noche más, y ser mi mensajera?. ¡El niño tiene tanta sed, y su madre está tan triste!

--No creo que me gusten los niños -contestó la golondrina-. El año pasado cuando estaba en el río, andaban por allí dos muchachos groseros, hijos del molinero, y que siempre me tiraban piedras. Nunca llegaron a alcanzarme, por supuesto; nosotras las golondrinas volamos demasiado bien, y además yo procedo de una familia famosa por su agilidad; pero aun así, eso no dejaba de demostrar una gran falta de respeto.

Pero El Príncipe Feliz se veía tan triste, que la pequeña golondrina se sintió compadecida.

--Aquí hace mucho frío -dijo al fin- pero me quedaré contigo por una noche y seré tu mensajera.

--Gracias golondrinita -contestó el Príncipe.

Entonces la golondrina arrancó el gran rubí del puño de la espada del Príncipe, y llevándolo en el pico, voló sobre los techos de la ciudad.

Pasó sobre la torre de la catedral, donde estaban esculpidos unos ángeles en mármol blanco. Cruzó cerca del palacio y oyó la música del baile. Una preciosa joven se asomó al balcón junto a su novio.

--¡Qué maravillosas son las estrellas! -dijo él a la muchacha- ¡y también qué asombroso el poder del amor!

--Espero que mi vestido esté terminado a tiempo para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él, pasionarias; pero las costureras son tan perezosas...

La golondrina pasó por encima del río, y vio la luz de los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Voló sobre el Ghetto, y vio a los viejos judíos, negociando entre sí, y pesando el dinero en balanzas de cobre. Por fin llegó a la pobre vivienda, y miró dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camastro, y la madre se había dormido... ¡estaba tan cansada! ... Se deslizó rauda en la habitación, y depositó el gran rubí sobre la mesa, junto al dedal de la costurera. Entonces, graciosamente, revoloteó alrededor de la cama, abanicando con sus alas la frente del niño.

--¡Qué fresco siento! -exclamó el niño- debo estar mejorando, y se sumergió en un sueño delicioso.

Entonces la golondrina regresó volando hacia el Príncipe Feliz, y le narró lo que había hecho. - Es curioso, comentó, pero ahora me siento con bastante calor, a pesar de estar haciendo tanto frío.

--Es porque has realizado una buena acción -dijo el Príncipe.

La golondrinita comenzó a reflexionar, y se quedó dormida. El pensar siempre le daba sueño. Cuando empezaba a amanecer bajó volando al río y se bañó.

--¡Qué fenómeno más notable! -dijo el profesor de ornitología, al pasar por el puente- ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre este asunto una larga carta al periódico local. Todos la citaban y hablaron de ella, ¡estaba llena de tantas palabras que no alcanzaban a entender! ...

--Esta noche parto para Egipto -dijo la golondrina, sintiéndose entusiasmada con esta perspectiva.

Visitó todos los monumentos públicos, y estuvo descansando largo rato en la cúspide del campanario. Donde quiera que fuese, los gorriones gorjeaban y se decían unos a otros:

--Que forastera tan distinguida.

Y se sentía muy contenta y halagada al oírlo.

Cuando salió la luna, voló de regreso al Príncipe Feliz.

--¿No tienes ningún encargo para Egipto? -le gritó- Ya me voy"

--Golondrina, golondrina, golondrinita -contestó el Príncipe-. ¿No podrías quedarte conmigo una noche más?

--Me esperan en Egipto -fue la respuesta-. Mañana mis compañeras volarán a la segunda catarata. Allí el hipopótamo descansa sobre los juncos y el dios Memnón reposa sobre su gran trono de granito, vigilando las estrellas durante toda la noche, y cuando surge brillante la estrella matutina, lanza un gran grito de alegría, y vuelve a quedar silencioso. A medio día los leones amarillos se acercan a las orillas para beber. Tienen ojos como aguamarinas verdes, y su rugido domina al de las cataratas.

--Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-. Lejos, más allá de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre su mesa llena de papeles, y enfrente tiene un vaso con un ramito de violetas marchitas. Su cabello es castaño y rizado, sus labios rojos como granos de granada; y los ojos son hermosos y soñadores. Está tratando de concluir una obra para el director del teatro; pero tiene un frío tan terrible que ya no puede escribir más. No hay fuego en la habitación, y el hambre ha hecho que se desmaye.

--Esperaré una noche más y me quedaré contigo -contestó la golondrina, que en verdad tenía muy buen corazón-. ¿Le llevaré otro rubí?

--¡Ay, ya no tengo rubí! -dijo el Príncipe-. Mis ojos son todo lo que me queda. Están hechos con zafiros rarísimos, que fueron traídos de la India, hace mil años. Sácame uno, y llévaselo a él. Lo venderá a un joyero, y comprará leña, y podrá terminar su obra.

--Querido Príncipe -replicó la golondrina- no puedo hacer eso -y comenzó a llorar.

--Golondrina, golondrina, golondrinita -insistió el Príncipe-. Haz lo que te ordeno.

Así pues, la golondrina le sacó un ojo al Príncipe, y voló llevándolo hasta la buhardilla del estudiante. Fue fácil entrar, pues había un agujero en el techo. Penetró por él como una flecha, a la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida entre las manos. No pudo percatarse del aleteo del pájaro, y cuando levantó la cabeza, descubrió el hermoso zafiro descansando sobre las violetas marchitas.

--Empiezo a ser apreciado -exclamó-. Esto debe venir de algún gran admirador. Ahora puedo terminar mi obra-. Estaba verdaderamente dichoso.

Al día siguiente la golondrina voló hacia el puerto. Se detuvo en el mástil de un gran barco, mirando a los marineros que sacaban grandes cajas de la cala, tirando de gruesas cuerdas.

--¡Arriba, iza! -gritaban según salía cada caja.

--¡Yo voy para Egipto! -gritó la golondrina; pero nadie le hizo caso; y cuando se levantó la luna, regresó de nuevo al Príncipe Feliz, volando.

--He vuelto para despedirme de ti, para decirte adiós.

--Golondrina, golondrina, golondrinita -contestó el Príncipe-. ¿No te quedarías una noche más conmigo?

--Ya es invierno -dijo la golondrina- y la helada nieve pronto llegará. En Egipto el sol es caliente sobre las palmeras verdes, y los cocodrilos descansan en el lodazal y miran perezosos a su alrededor. Mis compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbec, y las palomas blancas y rosadas las vigilan, arrullándose entre sí. Querido Príncipe, tengo que abandonarte, pero nunca te podré olvidar, y en la próxima primavera, te traeré dos magníficas piedras preciosas, en lugar de las que has regalado. El rubí será más rojo que una rosa, y el zafiro será tan azul como el ancho mar.

--Allá abajo, en la plaza -siguió diciendo el Príncipe Feliz- está en pie una niña vendedora de cerillos. Se le han caído todos los cerillos al arroyo, y ya no sirven. Su padre la maltratará, le pegará, si no trae algo de dinero a la casa, y por eso llora. No tiene ni zapatos ni medias, y su cabeza está descubierta. Sácame el otro ojo, dáselo, y su padre no le pegará.

--Me quedaré una noche más contigo -respondió la golondrina-, pero no puedo sacarte el otro ojo. Te quedarás completamente ciego.

--Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Así las cosas, le sacó el otro ojo, y lo llevó consigo, descendiendo y pasando junto a la pequeña vendedora de cerillos, le deslizó la gema en la palma de la mano.

-- Qué precioso vidrio -gritó la niña-. Y corrió riendo hacia su casa.
Entonces la golondrina volvió al Príncipe.

-Ahora estás ciego -dijo-. Así es que me quedaré para siempre contigo.

--No, golondrinita -replicó el pobre Príncipe-. Debes irte a Egipto.

--Me quedaré para siempre a tu lado -dijo la golondrina. Y se durmió a los pies del Príncipe.

Todo el día siguiente lo pasó sobre el hombro del Príncipe, y le contó muchas cosas de todo lo que había visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos, que permanecen inmóviles en largas hileras a orillas del Nilo, y pescan peces dorados, con sus largos picos. De la Esfinge, que es tan antigua como el mundo, que vive en el desierto, y todo lo sabe. De los mercaderes, que caminan despacio al lado de sus camellos, y van pasando las cuentas de ámbar de los rosarios entre sus dedos. Le hizo relatos del rey de las montañas de la luna, que es tan negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal. También le describió la enorme serpiente verde que duerme enroscada en una palmera, y tiene veinte sacerdotes que la alimentan con pastelillos de miel. Y también le dijo de los pigmeos que navegan por un gran lago, sobre anchísimas hojas planas, y que siempre está en guerra con las mariposas.

--Querida golondrinita -dijo el Príncipe- me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso que todo eso, es el sufrimiento de hombres y mujeres. No existe misterio más grande que el de la miseria. Vuela sobre mi ciudad, golondrinita, y dime lo que ves en ella.

Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad; y pudo ver a los ricos holgar dichosos en sus hermosas mansiones, mientras los mendigos se sentaban a sus puertas. Voló a través de barriadas sombrías, y contempló las caras lívidas de niños hambrientos mirando inmóviles hacia las calles en tinieblas. Bajo uno de los arcos de un puente, dos pequeños dormían abrazados tratando de calentarse uno al otro.

--Tenemos mucha hambre -decían.

--¡Aquí no se puede estar tumbado! -gritó el vigilante.

Y se alejaron bajo la lluvia. Entonces regresó al Príncipe volando, y le dijo todo lo que había visto.

--Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe- me lo debes quitar, hoja por hoja, y darlo a mis pobres; los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja tras hoja de oro fino arrancó la golondrina, hasta que el Príncipe Feliz se quedó gris y deslucido. Hoja tras hoja de oro fino llevó la golondrina a los pobres, y las caras de los niños se fueron tornando rosadas, y reían y jugaban en las calles, y exclamaban alegremente: --¡Ahora tenemos pan!

Y entonces llegó la nieve, y después de la nieve vino la helada. Las calles parecían cubiertas de plata, ¡eran tan brillantes y pulidas!...; grandes témpanos como dagas de cristal colgaban de los aleros de las casas, toda la gente iba envuelta en pieles, y los niños llevaban gorros rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre golondrinita tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe; ¡era muy grande su amor por él! Picoteaba las migajas en la puerta de la panadería, cuando su dueño no se daba cuenta y trataba de calentarse, batiendo sus alas.

Pero al fin comprendió que iba a morir. Tuvo suficientes fuerzas para volar de nuevo hasta el hombro del Príncipe.

--Adiós, querido Príncipe -murmuró-. ¿Me permites besar tu mano?

--Me alegra que puedas por fin regresar a Egipto, golondrinita -contestó el Príncipe-. Ya has estado demasiado tiempo aquí; pero tienes que besarme en los labios, porque te amo.

--No es a Egipto a donde voy -dijo la golondrina-. "Voy a la Casa de la Muerte. La Muerte es la hermana del sueño, ¿no es verdad?

Y besó al Príncipe Feliz en los labios. Y cayó muerta a sus pies. En ese momento un sonido extraño se oyó en el interior de la estatua, como si algo se hubiese quebrado. El hecho es que el corazón de plomo se había partido en dos. Estaba cayendo una terrible helada.

A la mañana siguiente, el Alcalde paseaba abajo, en la plaza, acompañado por los regidores de la ciudad. Al pasar junto a la columna, miraron hacia la estatua:

--¡Válgame Dios! -exclamó-. ¡Qué desaliñado se ve el Príncipe Feliz!

--¡De veras, qué andrajoso! -añadieron los regidores de la ciudad, que siempre estaban de acuerdo con el Alcalde; y se acercaron y subieron a examinarla.

--El rubí se ha caído del puño de su espada, los ojos han desaparecido, y ya no tiene nada de oro encima -dijo el Alcalde-. En verdad casi no se diferencia de un mendigo.

--No se diferencia de un mendigo -repitieron los regidores de la ciudad.

--¡Y aquí se encuentra un pajarillo muerto a sus pies! -continuó el Alcalde.

--Debemos promulgar un bando, prohibiendo que los pájaros mueran aquí.

Y el Alguacil de la ciudad tomó nota de esta iniciativa.

Así fue como bajaron la estatua del Príncipe Feliz. --Ya que habiendo dejado de ser hermoso, ya tampoco era útil; dijo el Profesor de Arte de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un gran horno, y el Alcalde convocó a una reunión para decidir lo que debería hacerse con el metal.

--Tendremos que levantar otra estatua, por supuesto -y añadió-. Y, por ejemplo, podría ser una estatua mía.

--O la mía -repitieron cada uno de los regidores.

Y comenzaron a discutir. La última vez que supe algo de ellos, fue que todavía estaban discutiendo.

--¡Qué cosa más rara! -dijo el maestro de fundidores-. Este roto corazón de plomo, no se puede fundir en el horno. Lo tenemos que tirar.

Y lo tiraron sobre un montón de cenizas donde también se encontraba la golondrina muerta.

--Tráeme las dos cosas más preciosas de toda la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles; y el ángel le trajo el corazón de plomo y el pajarillo muerto.

--Escogiste bien -dijo Dios-. Por que en mi Jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro, el Príncipe Feliz me alabará.

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Mensaje por alba Sáb Oct 24, 2009 7:51 am

tercer capitulo de Leuco y Paco


anita para mi es uno de los mas bonitos me gusta mucho como primero ve la lluvia como malo y despues por ver al perrito ya le parece diferente todo, esque la verdad que somos las personas que nos pensamos que las cosas son buenas o malas si puede que seas tu que lo ves asi pero todo tiene su parte buena, si no te gusta que llueva te puedes comprar unas botas de agua que te encanten y un paraguas tambien bonito y cuando llueva pensaras: que bien voy a ponerme mis botas y llevare mi paraguas nuevo

me a gustado mucho porque ahora que ni veo el sol ni la lluvia ni nada que no sea mi madre o los medicos todo me parece bueno

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Mensaje por Macarena Dom Oct 25, 2009 1:10 pm

Albita....

Has terminado ya con los cuentos???

Te pongo más???
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